viernes, 26 de abril de 2013

EL CIRCO POLITICO PORTEÑO


Hace algunos años, en una entrevista concedida al gran diario argentino, el Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Ingeniero Hernán Lombardi, proponía livianamente la creación de un circo desde el cuál contratar a los chicos de la calle “que hacen piruetas en las esquinas”. No es necesario escarbar demasiado para encontrar cuál es el lugar que este señor asignaba a las expresiones de los sectores populares: ser una atracción circense, una diversión exótica para entretener a los hijos de las familias de barrio norte.

Hoy, vimos en vivo y en directo como la flamante Policía Metropolitana reprimía sin miramientos a los trabajadores y pacientes del Hospital Borda para intentar imponer la construcción de un centro cívico que es parte del inmenso negocio inmobiliario promovido desde el gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Estos dos hechos, que parecen no tener vinculación el uno con el otro, no son otra cosa que dos caras de la misma moneda. Porque por grotescos que parezcan, y más allá de escandalizar menos de lo que debería escandalizar, no son otra cosa que una explicitación –burda, por otra parte- de la ideología que subyace en el discurso de los sectores que hoy se autoproclaman como los defensores de la república: un retorno a la más rancia tradición del liberalismo argentino, para el cual el otro (llámese este loco, gaucho, laburante, indio, inmigrante o cabecita negra) siempre estuvo más ceca del mono o del elefante que del humano civilizado del que se pretende encarnación absoluta. 
A su vez, si uno combina este tipo de acciones y definiciones con aquellas que rodean los debates acerca de la “inseguridad”, la democracia republicana, o incluso con las distinciones acerca la capacidad de elección de los sectores populares (suburbanos o rurales) respecto de la de los sectores medios-altos, (cultos y urbanos), enseguida queda al descubierto qué tipo de república propugnan estos nuevos demócratas: una pseudorepública segregada, en la cuál los privilegios de unos pocos estén garantizados por una nueva variante de apartheid constituido por circos, cárceles, hospitales y derechos diferenciados de acuerdo a la condición social. 

Para ilustrar un poco más cuál es la idea de república y de democracia que ostentan los exponentes de la nueva derecha vernácula, podemos citar las palabras del Diputado Agüad esta semana en el recinto de la Cámara de Diputados de la Nación. Sin ponerse colorado, el radical sostuvo que el kirchnerismo "al único pueblo al que no le tiene miedo es al de choripanes y colectivos".

Está clarísimo entonces. Para ellos, el sujeto político de esa república democrática imaginaria no es otro que el que caceroleaba hace unos días en las plazas céntricas de las grandes ciudades, caracterizado por un pasar económico acomodado, por el acceso a ciertos niveles de escolarización y por una relativa homogeneidad en sus consumos culturales. Su idea de república excluye de manera decisiva a todo lo que considera diferente.

Decíamos hace poco respecto del cacerolazo de la semana pasada y la agresión al busto de Nestor Kirchner, que estos sectores tienen una idea de argentinidad idéntica a sí mismos, negadora de quienes puedean expresar, propugnar o representar ideas alternativas de esa identidad tradicional y hegemónica hasta hace poco tiempo. Creyéndose poseedores de la razón y la cultura, consideran disminuídos en su capacidad de decisión y elección a aquellos que no son como ellos.

Este discurso, en el fondo, no presenta demasiadas novedades en la historia de nuestro país. Como decíamos antes, para el liberalismo argentino el otro siempre fue un ser privado de derechos y garantías. Desde el discurso higienista de fines del siglo XIX, pasando por la calificación de “aluvión zoológico” para quienes entraron a la historia el 17 de octubre del 45, hasta las políticas de exterminio implementadas por la última dictadura militar, se dibuja una línea de continuidad que promueve una república para pocos a costa de la exclusión de las mayorías.
Lo que es al menos novedoso, es la actual pretensión de desideologizar este planteo profundamente ideológico y reaccionario, naturalizándolo y/o disfrazándolo de simple pragmatismo. En el reportaje citado al comienzo, el Ing. Lombardi se autodefine como afiliado al “PC... partido de lo concreto”. Como complemento, en la misma edición del tradicional matutino porteño, la Dra. Carrió plantea que “el problema de la Argentina no es ideológico, sino moral”, párrafos antes de explicitar que no va a confrontar con Macri “porque es opositor...”.
La coincidencia de estos planteos parece una rémora tardía del relato acerca de la “muerte de las ideologías” de los noventa, que no pretende otra cosa que velar lo que realmente está en debate en la Argentina actual: qué sectores sociales deben ser los principales beneficiarios del crecimiento económico y qué rol le cabe al estado (y a la política) en ése debate. Aquellos que propugnan con mayor o menor sutileza el circo o la cárcel para los sectores populares, aquellos que reprimen a los trabajadores e internos de un hospital, están tomando partido claramente en esa discusión: están diciendo que los beneficiarios del crecimiento deben ser los mismos que se beneficiaron durante un cuarto de siglo de neoliberalismo y que el estado debe ser el garante, por diversos medios, de esa desigualdad social que les garantice el monopolio de la razón, la cultura y la argentinidad.

Pretender que este debate no es un debate ideológico es una inmensa falacia o, como diría el maestro Jauretche, una nueva Zoncera. Una zoncera que viene a agregarse a la larga lista promovida por el liberalismo argentino desde hace más de un siglo. Una hija más de la madre de todas las Zonceras, “Civilización o Barbarie”.
Mientras tanto, y ante tanta confusión promovida desde diversos medios políticos y periodísticos, estamos aquellos que creemos que la actual coyuntura de crecimiento se debe profundizar con una mayor inclusión social y política de los sectores populares, y que el estado debe ser quien garantice este camino.
Para esto, sería bueno poner cada cosa en su lugar: que los dinosaurios vuelvan a los museos y que los circos abran sus puertas, no a los chicos, sino a los gorilas.

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