jueves, 15 de diciembre de 2011

JURAMENTADOS - Cinco instantáneas de la calle kirchnerista

JURAMENTADOS
Cinco instantáneas de la calle kirchnerista


PRIMERA POSTAL. LA ESMA

“Vengo a pedir perdón en nombre del Estado por la vergüenza de haber callado durante veinte años”, dijo Él. Y la vida de muchos de nosotros cambió para siempre.  

Ya habían pasado varios meses de gobierno y muchos militantes mirábamos con buenos ojos y hasta adheríamos tímidamente a algunos espacios que empezaban a expresar esa novedad política que nadie sabía aún definir con precisión.

Algunos lo habíamos votado y otros no, pero no importaba. Veníamos de varios y variados fracasos y la incredulidad y el escepticismo acumulados se fueron despejando poco a poco a fuerza de gestos, palabras y medidas desde el 25 de Mayo de 2003, cuando Él anunció que no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno.

Pero ese día nos marcó a fuego. Por primera vez sentimos que un gobierno era nuestro gobierno y que un Presidente era nuestro Presidente. Ese día, por primera vez, nos sentimos kirchneristas.

Recuerdo que después del discurso, recorriendo el predio de la ya ex-ESMA, nos encontramos con varios compañeros con los que nos mirábamos de reojo, como incrédulos aún de lo que estábamos viviendo, pero con la certeza de estar viviendo un hecho histórico.

Recuerdo al Ruso, a Anita, a Matías y a tantos otros con los que habíamos compartido movilizaciones y asambleas, pequeñas victorias y –sobre todo- grandes frustraciones. Nadie sabía muy bien qué era lo que estaba pasando, pero todos sentíamos que a partir de ese día, ya nada iba a volver a ser como antes.

Recuerdo la vuelta, y el café con Miriam en el bar de la estación de Retiro, cuando sin decirnos nada y con la sonrisa todavía dibujada, nos juramentamos en silencio y por primera vez, respecto de que ésta era la oportunidad que como militantes no podíamos ni íbamos a dejar pasar.  


SEGUNDA POSTAL. LA 125

Esa noche de marzo de 2008 frente a la Plaza San Martín de La Plata éramos pocos compañeros. No más de cien. La Presidenta había pronunciado aquel discurso con la célebre frase que hacía alusión a los piquetes de la abundancia, y de repente las calles céntricas de las grandes ciudades se habían llenado de caceroleros que venían a escupirnos el asado.

Apenas habían pasado unos pocos meses de la elección presidencial y nos sorprendía y desconcertaba tanto odio. Ya éramos decididamente kirchneristas, pero hasta ese momento la defensa del proceso no había implicado para muchos de nosotros más que acompañar y aplaudir las medidas del gobierno, asistir a alguno que otro acto y militar en nuestros propios ámbitos. Pero esa noche había que poner el cuerpo de verdad.

La consigna de nuestro lado era simple: defender en la calle al gobierno y al proceso político iniciado en 2003. Más allá de eso, no teníamos certezas. Sabíamos que D´Elía y varios más marchaban a Plaza de Mayo a enfrentar a la avanzada de la derecha fogoneada insistentemente por los medios. Y eso nos tranquilizaba.

No puedo olvidar la cara desorbitada, otra vez de Miriam, con un póster de Evita en la mano y enfrentando orgullosamente los insultos y escupitajos de los caceroleros platenses que la observaban cual extraterrestre. Tampoco a Esteban, el escribano, poniendo en riesgo mucho más que su integridad física e insultándose con tanta gente bien de la ciudad a la que se cruzaba y seguiría cruzándose cotidianamente.   

Éramos pocos esa noche. Muy pocos. Muchos kirchneristas de café miraban por televisión lo que estaba pasando. Otros tantos especuladores célebres o anónimos comenzaron por esa fecha a mostrar la hilacha de su oportunismo.

Pero nosotros nos sentíamos un ejército de espartanos dispuestos a todo. Espalda con espalda y en notoria inferioridad de condiciones, descubrimos esa noche quienes eran nuestros verdaderos compañeros, esos que no iban a medir las consecuencias de poner toda la carne al asador por el proyecto nacional y popular.

También descubrimos que de ahí en más, al kirchnerismo habría que defenderlo en la calle. Y los menos de cien compañeros que estábamos esa noche en esa esquina, sin necesidad de decirlo, nos juramentamos a hacerlo


TERCERA POSTAL. 28 DE JUNIO

La noche se alargaba, y esperábamos -ya sin demasiada esperanza- que llegaran esos votos del conurbano profundo que dieran un vuelco en los números que nos mostraban las pantallas. Mi viejo repetía insistentemente que faltaba La Matanza, hasta que en un momento, con ese cierto desgano estoico que lo caracteriza, el Goyo le dijo aquello que ya todos sabíamos pero no nos animábamos a verbalizar: “Ya está. Perdimos”

No recuerdo exactamente cuantos segundos de silencio siguieron a esa sentencia, pero sí que parecieron décadas y que las lágrimas sordas que poblaban la cara de algunos compañeros trastocaron en sonoros llantos.  

Nos jugábamos mucho. Casi todo. O al menos, eso pensábamos muchos de nosotros. Había pasado la pelea por las retenciones y esperábamos y necesitábamos una victoria para poner blanco sobre negro que expresábamos a la mayoría de nuestro Pueblo. De yapa, Él era candidato.

Las luces se fueron apagando y lo que iba a ser una fiesta, se transformó en una lenta retirada. 

Desde la sede del Ateneo Jauretche, algunos pocos -decididos a escapar de la desolación individual- nos fuimos al local de la vuelta, de la J.P.Liberación. Ahí, cantamos la marcha una y mil veces con la mayor carga emotiva que sea posible imaginar, mientras Nacho y Matute tocaban el bombo sin parar, cual autómatas que se resistían  a darse por vencidos. Ni aún vencidos. Él –por suerte- tampoco se dio por vencido.

Terminamos bebiendo y analizando el nuevo mapa político hasta el amanecer.

Dolina sostiene que “es preferible compartir la derrota con los amigos que la victoria con los extraños y los indeseables”. Inmensa y metafórica forma de definir lo que significa constituir el núcleo de una fuerza homogénea en los peores momentos.

Esa noche, en la derrota y en la incertidumbre respecto del futuro, una vez más nos juramentamos: más allá del resultado final, íbamos a formar parte de la construcción de esa fuerza política. 


CUARTA POSTAL. LEY DE MEDIOS

Esperábamos una revancha de la noche del voto no positivo. La sensación generalizada era ésa: que esta vez nos tocaba ganar. Habíamos llorado y nos habíamos emocionado unas semanas antes con el discurso del Chivo Rossi cerrando la sesión de Diputados y ahora, en esa noche de primavera, esperábamos la votación del Senado como quien espera esa batalla que cambie el curso de los acontecimientos y modifique las condiciones generales a favor del campo nacional y popular.

Desde las elecciones del 28 de junio, el gobierno había avanzado en medidas que contradecían todos los manuales de la corrección política a partir de un razonamiento tan simple como inesperado: “Perdimos por no avanzar lo suficiente. Hay que profundizar”. Y vaya si se profundizó.

A esa altura era notable también la emergencia de una nueva militancia que –aún de manera inorgánica- iba incorporándose al proceso político, fundamentalmente desde los sectores juveniles. Miles de individuos y de pequeños colectivos que a partir de la 125 habían entendido que había que defender al gobierno en la calle. Los medios aún pretendían negar este fenómeno, que de a poco se tornaba imposible de ocultar.

Al principio, pocos confiaban en que realmente alguna vez la política se iba a animar a poner en caja a los dueños de la verdad. Pocos creían en la voluntad política del gobierno de enfrentarse a un grupo mediático que se sentía impune e invencible. Y de los pocos que confiaban, menos aún creían en que fuera a ser posible aprobar una ley en ese sentido. Por eso esa noche, la ansiedad cubría la plaza de los dos Congresos y sus alrededores.

Cuando la Ley se aprobó, la felicidad de esa plaza fue inversamente proporcional al desasosiego de la noche de la traición y el voto no positivo. Y entre los miles que nos abrazábamos en el festejo, entre los nuevos y los viejos militantes del proyecto nacional y popular, nos juramentamos en que de ahí en más sólo quedaba profundizar, y que no íbamos a dar ni un paso atrás.


QUINTA POSTAL. EL ADIÓS

El teléfono sonó varias veces esa mañana feriada por el censo. Lo miré de reojo tres o cuatro veces sin atender hasta que me dí cuenta de que algo grave había pasado. La quinta llamada, la que atendí, fue la que me dio la noticia.

Y no fue otra que Miriam -casi como si estuviera escrito desde aquella tarde en la ex-ESMA- la que desde el otro lado del teléfono, llorando a moco tendido, me gritó sin anestesia la noticia más triste que jamás me dieron.

Los recuerdos de ahí en más son confusos. La censista respetuosa del dolor. Las llamadas perdidas. Los mensajes de texto preguntando qué hacer. El zapping frenético esperando una desmentida que jamás llegó. La incertidumbre.

Finalmente, una certeza. Esa certeza que tuvimos decenas de miles de compañeros en todo el país: a la calle. A LA PLAZA. A esta altura de los acontecimientos, estaba más que claro que el proceso político se jugaba en gran parte en la movilización y muchos –si no todos- supimos ese día que había que salir masivamente a despedirlo a Él y a bancar a Cristina.

Después, el plenario en el Oesterheld  y el llanto de los compañeros. El viaje a la Plaza y el llanto de los compañeros. Las horas de cola para entrar a despedirlo y el llanto de los compañeros. Miles y miles de caras viejas y nuevas. Y el llanto de los compañeros.

Los pasacalles que rezaban “Nestor con Perón. El Pueblo con Cristina” y expresaban a miles. Lula, Chavez, Correa, Maradona. Miles y miles de caras viejas y nuevas despidiéndolo a Él y bancando a Cristina.

Miriam –una vez más- diciendo “se murió nuestro Perón”. Funes desencajado corriendo con el cortejo. La lluvia del viernes.

El descubrimiento. La esperanza. El juramento.

El descubrimiento de que ahí, en esa plaza, algo nuevo había nacido. Algunos dirán que una nueva identidad. Otros, un nuevo estadío del peronismo. Lo importante, sin embargo, era el descubrimiento de que algo nuevo había nacido.

La esperanza, en esos miles y miles de pibes que ese día –y fue ese día, más allá de cuándo se haya concretado la decisión- eligieron y decidieron ser parte de eso que había nacido y se incorporaron a la militancia.

El juramento. Ahora sí, de una vez y para siempre, no quedaba otro destino posible que el de la victoria definitiva del Proyecto Nacional y Popular.


COLOFÓN. MARCAS EN EL CUERPO

Las crónicas que anteceden son, ante todo, subjetivas postales de lo que significaron en la vida de algunos de nosotros estos casi nueve años de kirchnerismo. Como tales, son arbitrarias y parciales.

En ese sentido, la elección de las fechas, las personas y los lugares podría modificarse de acuerdo a las trayectorias y los mojones derivados de la propia experiencia -intrasferible- de estos años, sin que el sentido general del relato cambie de manera sustantiva.

Y es que más allá del cuándo, del cómo y del quiénes, estas instantáneas son apenas unas pocas de las decenas de miles de relatos individuales y colectivos posibles que den cuenta de la profunda transformación producida en la subjetividad de nuestro Pueblo desde 2003 a la fecha.

Podríamos cambiar en los relatos los nombres propios. O la ciudad de La Plata por la de Rosario. O la noche de la aprobación de la Ley de Medios por la de la sanción del Matrimonio Igualitario. Podríamos agregar los festejos del Bicentenario o la de la victoria en la recientes elecciones presidenciales. Podríamos partir de la experiencia de un pibe de 20 años o de un viejo militane de los setenta. Pero el sentido no se modificaría.

Podemos decir, entonces, que esas experiencias, que esas marcas en el cuerpo, que el kirchnerismo nos dejó a todos y cada uno de nosotros, son distintas, pero iguales. O equivalentes, para ser más precisos.  

Y es que una fuerza política como esta que estamos construyendo, transformadora, militante y con presencia en la calle, deviene necesariamente de la suma de esas subjetividades y de esas experiencias individuales y colectivas que el kirchnerismo nos dejó –por suerte y para siempre- marcadas en el cuerpo.  

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Nota publicada en el tercer número de la revista "Caracú", del Centro Cultural Héctor Oesterheld en La Campora


La revista será presentada:
- Viernes 16, Oesterheld CABA
- Sábado 17, Oesterheld La Plata
- Jueves 22, Oesterheld Mar del Plata
- Jueves 29, Oesterheld Necochea

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miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL OESTERHELD FRENTE A LA ETAPA POLÍTICA QUE COMIENZA - 17 DE NOVIEMBRE DE 2011


 

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DOCUMENTO POLÍTICO

EL CENTRO CULTURAL HECTOR OESTERHELD FRENTE A LA ETAPA POLÍTICA QUE COMIENZA




I- EL PROCESO INICIADO EN 2003 Y LA CONSTRUCCIÓN DEL KIRCHNERISMO

En las tristes y memorables jornadas Octubre de 2010, con la despedida a Néstor, emergió finalmente en las calles y las plazas de nuestra Patria el sujeto resultante del proceso histórico iniciado en 2003.

Como sucedió otras veces en la historia de nuestro Pueblo y sus luchas, llena de avances y retrocesos, de marchas y contramarchas, el azar combinado con la necesidad se fundieron en la figura de quien arribado desde el sur del sur, y casi desde el desconocimiento más absoluto, vino a hacerse cargo de la titánica tarea de reconstruir el Estado, la Patria y al movimiento nacional y popular, ultrajados todos ellos durante décadas por políticas contrarias a nuestros intereses, por traiciones y defecciones.

Es en el ciclo que va desde aquel 25 de mayo -tan remoto y tan reciente al mismo tiempo- hasta el último 27 de octubre, cuando el kirchnerismo va hilvanando su propia construcción como proyecto histórico, a partir fundamentalmente de su fuerte voluntad e iniciativa política transformadora, del aprovechamiento de las grietas producidas en el sistema de dominación, y de una particular sensibilidad para reconocer y transformar en políticas públicas las demandas de diversos sectores sociales.

Los ocho años transcurridos desde entonces, han sentado las bases de una transformación a favor de los sectores populares que sólo es comparable con la revolución producida por el primer peronismo, pero que nos impone a todos quienes nos sentimos parte del campo nacional y popular la inmensa responsabilidad de generar las condiciones políticas, sociales y culturales para que los avances y las conquistas obtenidas en este tiempo no sean coyunturales ni pasajeras y constituyan un piso imposible de perforar en el mediano y largo plazo.

Es en este contexto, que quienes formamos parte del Centro Cultural Héctor Oesterheld, como militantes comprometidos con este proceso político, entendemos que las elecciones presidenciales del 23 de octubre delimitaron el fin de una etapa cuyas características fundamentales fueron la recuperación del Estado, el desmantelamiento del andamiaje de dominación y la reconstrucción del movimiento nacional y que –por tanto- se imponen a todos los espacios y colectivos militantes nuevas tareas y responsabilidades de cara a una nueva etapa, cuyo principal desafío es la construcción de una fuerza militante y de mayorías que sea sostén y ariete para la consolidación del proyecto histórico encarnado por el kirchnerismo y para la profundización de políticas que garanticen de manera definitiva la justicia social, la independencia económica, la soberanía política y el imperio de la verdad y los derechos humanos.

Los primeros años del gobierno  Kirchner, fueron años de reconstrucción y legitimación del poder de un Estado devastado en su rol y su credibilidad por décadas de neoliberalismo. Con la crisis y el estallido del 2001 marcado a fuego, la inmensa mayoría de los actores sociales y políticos acompañaron este proceso de salida del infierno sin grandes cuestionamientos.

Incluso los sectores dominantes, quizás por temor a profundizar una crisis de gobernabilidad de la que aún no se había salido del todo, o con la expectativa de poder condicionar a un gobierno al que consideraban débil por su origen, no enfrentaron de manera frontal las políticas impulsadas y operaron en las sombras a través de quienes se mostraban como más permeables a no hacer olas ni avanzar demasiado.

El rol de la militancia en este primer momento, estuvo signado por la incorporación de aquellos sectores que –ligados a la resistencia y sin abandonar del todo sus prácticas surgidas al calor de la misma- fueron confiando poco a poco en el gobierno y comprendiendo la magnitud de la interpelación política del kirchnerismo, que no venía a remendar un modelo en decadencia si no a fundar un nuevo proceso político.  Las llamadas organizaciones sociales y los organismos de derechos humanos son los ejemplos más contundentes de esto. También fueron los años en los que a partir de la idea de la transversalidad se acercaron diversos sectores provenientes de un progresismo frustrado por la experiencia del FREPASO y la debacle de la ALIANZA.

El pejotismo tradicional, por su parte, osciló entre un cierto acompañamiento a desgano y más por necesidad que por convicción, la pretensión de condicionar el rumbo emprendido y/o el enfrentamiento liso y llano. Esto comenzó a resolverse en las elecciones legislativas de 2005, cuando el Frente Para la Victoria derrotó de manera contundente al duhaldismo en la Provincia de Buenos Aires.

Podría pensarse que,  en esta primera etapa, el kirchnerismo era aún una identidad en construcción y expresaba una amalgama de viejas prácticas a veces hasta contradictorias, y el rol de la militancia no iba mucho más allá de acompañar el proceso y canalizar demandas de los sectores más postergados.

Con la asunción de nuestra Presidenta en 2007, se inicia un nuevo momento, en  el cual un gobierno que había reconstruido las funciones básicas del Estado y recuperado su legitimidad, emprende de manera decisiva la tarea de consolidar lo logrado hasta ese momento y avanzar en la  construcción de un modelo de país con autonomía nacional y justicia social.

Esto implicó una dura puja con los poderes fácticos de nuestro país, que no estaban dispuestos a resignar de buena manera los privilegios obtenidos durante décadas de políticas antinacionales y antipopulares. El conflicto con la patronales agropecuarias alrededor de la Resolución 125, marcó el comienzo de una nueva etapa signada por una agresividad inusitada de los sectores dominantes hacia el gobierno, al punto de intentar instalar un clima destituyente que pusiera fin al mismo o al menos lo condicionara fuertemente. En este marco, aquellos que de manera especulativa y/o oportunista habían acompañado hasta aquí al kirchnerismo, se alejan en busca de los calores del poder, previendo el fin del proceso iniciado en 2003.

La respuesta del gobierno, a contramano de los manuales construídos por la clase política desde el retorno democrático, fue la de enfrentar la resistencia de los sectores del privilegio y profundizar el camino emprendido. La estatización de las AFJP y Aerolíneas Argentinas, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la Asignación Universal por Hijo y el Matrimonio Igualitario, fueron algunas de las respuestas que dio el kirchnerismo ante la agresión de los poderes fácticos y la pretensión de los mismos de construir un relato distante de la realidad efectiva que les garantizara mantener la hegemonía ejercida durante décadas.

Es a partir de este momento cuando el proceso político adquiere una nueva dinámica, y la movilización social y la militancia vuelven a adquirir una relevancia que parecía abandonada en el arcón de los recuerdos de la política argentina, y cuando decenas de miles de jóvenes ganan la calle y comienzan a organizarse en defensa de un gobierno del que ya no podían caber dudas respecto de sus intenciones reparadoras.

La nueva y la vieja militancia comienzan a constituirse en diversos colectivos políticos, sociales y culturales signados por la heterogeneidad y por procedencias, prácticas y expectativas diversas que confluyen paulatinamente en una nueva identidad: el kirchnerismo. El proceso de movilización va adquiriendo poco a poco una mayor organicidad, aunque signada aún por cierto espontaneísmo y heterogeneidad. Así, lo que al mismo tiempo enriquece en primera instancia el proceso, dificulta la consolidación de herramientas políticas que den cauce organizativo y político a lo nuevo.

Es en el marco de esas luchas, de esas movilizaciones, cuando el kirchnerismo termina de consolidarse como proyecto histórico de los sectores populares, lo que comienza a ser inocultable a partir de los festejos del Bicentenario y que adquiere una magnitud aún mayor en las jornadas de octubre de 2010, cuando el Pueblo –y especialmente la juventud- despidieron a Nestor Kirchner de manera masiva.


II-    EL KIRCHNERISMO COMO IDENTIDAD Y COMO PROYECTO HISTÓRICO

Ningún proyecto histórico de corte popular nace de sí mismo, si no que abreva en y es heredero de tradiciones y proyectos históricos pretéritos a los que viene a rescatar y resignificar en un nuevo contexto, amalgamando viejas y nuevas identidades y –fundamentalmente- conjugando demandas del pasado con otras surgidas en la actualidad reciente.

En ese sentido, creemos que el debate acerca de si el kirchnerismo es una etapa más o será una identidad superadora del peronismo, que se da en ciertos ámbitos en el presente, posee relevancia política, intelectual y cultural, pero no es determinante ni excluyente respecto de la acción concreta y del rol de la militancia en la actualidad.   

Quienes formamos parte del Centro Cultural Héctor Oesterheld, sintiéndonos parte de un movimiento nacional y popular que asumió diversas identidades a través de nuestra historia, creemos que lo central es reconocer en el kirchnerismo al nuevo proyecto histórico que expresa los intereses de las mayorías y de los sectores populares, y que más allá de los rótulos, logró construir una nueva síntesis que abreva y tiene como pilar fundamental al peronismo, pero que –heredando también la tradición movimientista del mismo- de ninguna manera es excluyente respecto de otras identidades y tradiciones.

En nuestra historia, el proyecto nacional adquirió diversas formas e identidades tanto desde el ejercicio del poder estatal en los momentos de avance popular, como desde la resistencia en las etapas de hegemonía de las clases dominantes. Así como en el siglo XIX el embrión de un proyecto nacional y popular fue sembrado por los hérores de la Independencia y expresado con posterioridad por el primer federalismo y los caudillos del interior y sus montoneras; fue el Yrigoyenismo a comienzos del siglo XX el que  constituyó la identidad política mayoritaria de los sectores populares cuando entró en crisis el modelo agroexportador y dependiente.

En ese sentido, es indiscutible que el peronismo ha sido, desde mediados del siglo pasado, la identidad de la clase trabajadora y los sectores subalternos, ya que en tanto proyecto histórico que se concretizó desde el Estado, logró sintetizar las demandas, expectativas y anhelos de la inmensa mayoría de nuestro pueblo durante décadas.

Y esto es así,  más allá de las traiciones y defecciones de muchos dirigentes que después del retorno democrático y con mayor desparpajo durante el menemato, pretendieron alvearizarlo y transformar esa identidad política, social y cultural esencialmente revulsiva y transformadora del orden de las clases dominantes, en un simple rótulo partidocrático y demoliberal gerenciador del statu-quo, al que podemos definir como pejotismo. En ese sentido, el kirchnerismo vino a restituir al peronismo su condición de hecho maldito, retomando su carácter transformador .

No puede caber dudas acerca de que el kirchnerismo es heredero de la inmensa tradición del movimiento nacional y popular y –sobre todas las cosas- es hijo del peronismo y que –como tal- expresa fundamentalmente esta identidad que fue durante más de sesenta años la expresión de los sectores populares en nuestro país. No obstante, así como expresa una continuidad de esa tradición, es imposible no reconocer que la misma se ha enriquecido a partir de la incorporación de otras tradiciones y experiencias de lucha de nuestro pueblo

El kirchnerismo, entonces, es peronismo. Pero el kirchnerismo es también hijo y heredero de la militancia transformadora de la juventud de los setenta, como así también lo es de la lucha de los organismos de derechos humanos y de la resistencia al neoliberalismo de los noventa. 

Quienes piensan al kirchnerismo como un simple liderazgo partidario más, pierden de vista su dimensión en tanto nuevo proyecto histórico de los sectores populares, que incorpora al tronco de un movimiento nacional y popular frentista por definición, nuevas demandas, tradiciones, prácticas e identidades.

Y quien mejor comprendió esto, fue Néstor Kirchner, que entendió que para construir una Patria con Justicia y Autonomía era imprescindible la reconstrucción de un movimiento nacional y popular dinámico, que rescatando lo mejor de sus tradiciones, incorporara nuevos sectores e incluyera otras identidades forjadas al calor de la resistencia a la dictadura y el neoliberalismo.

En ese marco es que consideramos que el kirchnerismo es peronismo en su mejor versión: transformadora, revulsiva y frentista; y que uno de los grandes desafíos de la etapa que comienza es que el peronismo sea a partir de ahora necesariamente kirchnerismo, en tanto el proyecto histórico que este encarna expresa un nuevo momento del movimiento nacional.


III- EL KIRCHNERISMO, LA MILITANCIA Y LA BATALLA CULTURAL

La idea de batalla cultural atraviesa el discurso de la intelectualidad que se siente parte de nuestro proyecto; como también de algunos sectores que se oponen al mismo. Nuestra Presidenta, en varias oportunidades ha hecho referencia a esta idea. Pero: ¿Qué significa esta batalla cultural? ¿Qué implicancias tiene y que tareas específicas impone a quienes como militantes provenientes del ámbito de la cultura nos sentimos parte de este proceso?

En el marco que venimos analizando, la idea de batalla cultural es inseparable de la idea de disputa por la hegemonía en una sociedad, y tiene implicancias respecto de lo político, lo histórico y lo específicamente cultural. En los relatos acerca del pasado, el presente y el futuro que confrontan en la Argentina y en la Latinoamérica de hoy, subyacen proyectos políticos, sociales y culturales antagónicos, que responden a intereses y cosmovisiones contrapuestas.

Consideramos que del resultado de esa disputa ideológica y cultural depende en gran medida la viabilidad de consolidar y profundizar en el mediano y en el largo plazo en nuestro país y nuestra región un proyecto que se sustente en y gobierne para las mayorías.

La reciente victoria electoral del 23 de octubre, con todo el aparato cultural y mediático de los sectores  dominantes intentando horadar las bases de sustentación de nuestro proyecto y la legitimidad de nuestra conductora y Presidenta, ha sido aleccionadora y esperanzadora respecto de la conciencia que nuestro Pueblo acerca de sus propios intereses. También en otros países de la región, con los que compartimos historias, intereses y proyectos comunes, ha habido rotundas muestras de que los Pueblos de Sudamérica se han puesto de pie en defensa de los gobiernos populares surgidos en estos años. Pero no hay que confundir el consenso social coyuntural, o las victorias electorales que expresan ese consenso, con una victoria cultural o ideológica que ponga fin a la hegemonía de los sectores del privilegio.

Años de aquello que Jauretche denominaba colonización pedagógica y que no es otra cosa que el conjunto del aparato mediático, cultural y educativo puestos al servicio del relato construído por los sectores dominantes a imagen y semejanza de sus intereses, han calado hondo en el sentido común de nuestras sociedades y fundamentalmente de los sectores medios de las mismas, que si bien pueden acompañar de manera esporádica los proyectos de corte popular, suelen ser permeables a la retórica de los sectores dominantes.

Desandar décadas de hegemonía implica plantearse una disputa de largo plazo para la cual hay que construir herramientas y delinear estrategias específicas para una batalla que es integral, que se libra en diversos ámbitos.y que es esencial para la consolidación del camino emprendido.

El sistema educativo es uno de esos espacios de disputa, en el cuál tanto en los contenidos como en las prácticas concretas de los diversos actores y agentes del sistema subyacen esas cosmovisiones en disputa respecto del futuro. Mucho se ha avanzado en este espacio en los últimos años, más allá de  todo el camino que falta recorrer. Las iniciativas ligadas a la política de derechos humanos y a la revisión del pasado, por ejemplo, tuvieron hacia el interior del sistema educativo un efecto fundamental a la hora de poner en crisis los relatos tradicionales acerca del pasado –reciente o no- y a comenzar a derrumbar el mito de una objetividad ficticia y funcional a los intereses dominantes.

El debate alrededor de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue otro hito en esta batalla cultural, no sólo por sus implicancias respecto de la legislación, si no –y fundamentalmente- porque puso al descubierto ante amplios sectores de nuestro Pueblo los intereses que se mueven detrás de la supuesta objetividad e independencia de los grandes medios de comunicación.   

También los festejos del Bicentenario de la Patria tuvieron un fuerte efecto en la reconsideración de muchos sectores sociales respecto de la historia de nuestro país, confrontando fuertemente con los relatos de la historiografía liberal. La fuerte impronta latinoamericanista de los festejos evidenciaron al mismo tiempo otra matriz ideológica, distinta de la tradicionalmente propuesta por los sectores dominantes, eurocéntrica y antipopular.

Podríamos continuar citando experiencias aisladas o articuladas que en estos años aportaron en esta batalla cultural  que puso en cuestión como nunca antes en nuestra historia la hegemonía cultural de los sectores del privilegio. Iniciativas como el canal Encuentro; películas como “Belgrano” o “Revolución. El cruce de los andes”, son algunos de las decenas de ejemplos que podríamos dar y que han aportado de distintas maneras a la construcción de otro relato, más acorde con los intereses de nuestro país y de nuestro pueblo.

Sin embargo, si pensamos que la etapa que se abre es la de la profundización y consolidación del proyecto nacional y popular, en su dimensión cultural e ideológica, creemos que esta profundización implica el salto cualitativo de la puesta en crisis de la hegemonía de los sectores dominantes a una disputa abierta y sin concesiones por la  hegemonía cultural en nuestras sociedades, que garantice la continuidad y la permanencia de los proyectos proyectos populares en el mediano y largo plazo.

Esto implica necesariamente la construcción de herramientas y de estrategias que articulen las experiencias existentes, que sumen nuevos actores e iniciativas y que –fundamentalmente- ayuden a construir una praxis integral, que opere sobre la realidad y sobre el ámbito de la cultura. La construcción de una política cultural que dé cuenta de esta nueva etapa y de sus necesidades nos pone ante nuevos desafíos pocas veces encarados por la militancia de manera sistemática, y es el rol de aquellos espacios e individuos provenientes de los diversos ámbitos ligados a lo cultural, asumir la tarea de delinear, pero sobre todo de accionar de manera conjunta en los próximos años.

En el ámbito de lo que comúnmente se denomina el espacio cultural, conviven en realidad diversos componentes con tradiciones, prácticas e identidades diversas y que, de cara a la construcción y consolidación de una política cultural del kirchnerismo deben ser tenidas en cuenta, articuladas entre sí y con las áreas del Estado pertinentes y dotadas del máximo grado de organicidad posible teniendo en cuenta sus particularidades.

Las áreas de cultura  de las diversas organizaciones políticas del kirchnerismo; los colectivos culturales militantes que se sienten identificados y parte de este proceso; los artistas populares que adhieren en distinto grado y con diversa organicidad al mismo; los integrantes de los medios de comunicación que son parte del campo nacional y popular; y el sector del campo intelectual y académico que acompaña y ayuda a dar sustento teórico al kirchnerismo en tanto proyecto histórico; son algunos de los actores que pueden y deben ser integrados en una política cultural que se proponga cumplir su papel como parte del movimiento nacional y popular en la profundización y consolidación de este proceso.


IV- NECESIDAD DE CONSOLIDAR LA FUERZA ORGANICA DEL KIRCHNERISMO

Entre el 27 de octubre de 2010 y la abrumadora victoria de Cristina el 23 de octubre, pasó casi un año cuyas características distintivas fueron cierto desconcierto de los sectores dominantes y la incorporación de decenas de miles de jóvenes a la militancia del Proyecto Nacional. Un nuevo sujeto movilizado que comenzó a organizarse y verse a sí mismo como el garante de la continuidad y de la profundización del proyecto político encabezado primero por Néstor y conducido ahora por Cristina Fernández de Kirchner.

A diferencia de las etapas descritas anteriormente, se combinan en la coyuntura actual tres elementos que definen un escenario novedoso y promisorio, pero plagado de desafíos. En primera instancia, la abrumadora victoria electoral del 23 de octubre puso blanco sobre negro respecto de la representatividad y el liderazgo ejercido por Cristina en vastos sectores de nuestra sociedad, que aprueban y avalan las políticas impulsadas desde 2003.

Este liderazgo ejercido sobre la amplia base social que sustenta este proceso, está a su vez acompañado por un reconocimiento general del conjunto de los actores que acompañan este proceso y forman parte del movimiento nacional, respecto de la indiscutible jefatura política del mismo por parte de nuestra Presidenta, a quien ya nadie discute como conductora.

Por último, estos dos elementos se combinan con la firme decisión de Cristina de construir y consolidar la fuerza orgánica de este proceso político  con eje en ese nuevo sujeto surgido al calor de las batallas emprendidas por el kirchnerismo, y que no es otro que una juventud movilizada y organizada. La demanda repetida en numerosas oportunidades por diversos sectores de la militancia nacional y popular desde el 2003 hasta la actualidad, el reclamo de construir la “fuerza propia” de este proceso político, pierde actualidad desde el momento en el cual nuestra Presidenta toma la decisión política de construir esa fuerza que canalice y de cauce a la militancia más genuina del proyecto nacional.

En este marco, de entre todas las organizaciones surgidas al calor de este proceso político, La Cámpora adquiere una relevancia especial por ser la que canaliza a la inmensa mayoría de la nueva militancia y por ser la organización a la que quien la conductora de este proceso político decide encomendarle la tarea de convertirse en la principal herramienta de construcción de la fuerza propia del kirchnerismo y en el factor ordenador de la política. 

Si a esto le sumamos que una de las características fundamentales de este proceso político ha sido que la conducción del mismo –desde 2003 a la fecha- ha sido quien impulsó la agenda transformadora por sobre cualquier demanda parcial o sectorial, interna o externa, no quedan dudas respecto de que la tarea de toda la militancia genuinamente comprometida con este proyecto es la de fortalecer y consolidar el espacio que encarne de manera más clara la organicidad del kirchnerismo.

En un contexto en el cual los sectores dominantes están agazapados esperando el primer traspié para volver a intentar debilitar al gobierno, y en el marco de un proceso cuyo sustento político, social y electoral sigue siendo un amplio espacio en el que conviven militantes y dirigentes genuinamente comprometidos con otros que adhieren a desgano o por especulación, no hay tiempo que perder y es imprescindible que los sectores que acompañan a este proceso político por convicción estén organizados y se constituyan como la principal herramienta de disputa, defensa, movilización y consolidación del kirchnerismo.

Hemos visto como los discursos y la prácticas que pretenden condicionar o tensionar al gobierno, aunque abreven en un discurso de izquierda y transformador, no hacen otra cosa que ser disruptivos del proceso e incluso funcionales a los sectores más especulativos y menos transformadores del pejotismo, que si bien acompañan este proceso, suelen –y la historia reciente lo demuestra- ser proclives a acordar con los sectores dominantes en nombre de una supuesta política de diálogo que no parte de otra premisa posible que la de hacer la concesión de no profundizar este proceso.

Si como dijimos, creemos que el kirchnerismo es la identidad un nuevo proyecto histórico favorable al campo nacional y popular, y si entendemos que el sujeto de ese proyecto emergió finalmente en las jornadas de octubre del año pasado, llegó la hora de abandonar definitivamente las vanidades personales y colectivas, de desterrar la especulación política y de subordinar los intereses parciales –por más genuinos que sean o parezcan- al interés general y a las necesidades de un proceso que necesita la consolidación de esta fuerza propia.

El momento político en que nos encontramos es una bisagra en nuestra historia, en la cual lo que está en juego es la consolidación en el largo plazo de un proyecto de corte nacional y popular que termine definitivamente con la Argentina del privilegio y la sumisión ante los poderosos. Décadas de luchas de nuestro pueblo, miles de vidas entregadas en pos de un país más justo, y –fundamentalmente- los millones de humildes de nuestra Patria, nos imponen la obligación de actuar con responsabilidad, compromiso y generosidad política para no dejar pasar esta oportunidad única.

Para ello, es imprescindible que el conjunto de la militancia de un salto cualitativo y deje atrás la fragmentación, la especulación y el ombliguismo, y se entregue a la tarea de construir y consolidar la fuerza política que sea capaz de garantizar la continuidad y la profundización del proceso iniciado en 2003, y que logre trascenderlo en el largo plazo. Contamos con el liderazgo y la decisión de nuestra Presidenta y con el acompañamiento de nuestro Pueblo.

Es en este marco, que quienes integramos el Centro Cultural Héctor Oesterheld, decidimos incorporarnos a La Cámpora, ya que creemos que es esta organización la que mejor expresa al kirchnerismo como identidad política, la que nuestra conductora ha elegido como eje para la construcción de la fuerza propia, y la que el nuevo sujeto juvenil vislumbra como la herramienta para su incorporación a la política.

Lo hacemos desde nuestra especificidad y nuestra historia como colectivo político-cultural, con la convicción de que tenemos un rol que cumplir, en el marco de esta  batalla cultural a la que hicimos referencia, y sin más pretensiones que la de asumir la tarea que nos compete como militantes en este proceso de liberación nacional y social iniciado en Mayo del  2003 por Néstor Kirchner, y continuado y profundizado hoy por nuestra Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner.


17  DE NOVIEMBRE DE 2011

CENTRO CULTURAL HECTOR OESTERHELD
En LA CAMPORA

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Un año después, el LUNA PARK

Lamentablemente, esta tarde que pasó no pudimos estar en Parque Lezama, recordando a un año el gran acto de la Juventud en el Luna Park el 14 de septiembre de 2010, el último del que participó nuestro querido Nestor.

Ha corrido mucha agua ya debajo del puente, pero compartimos con ustedes algo que escribímos en caliente al día siguiente, el 15 de octubre del año pasado, y que en su momento fue enviado por correo electrónico y subido a facebook.

Hoy, un año después, y mucho más después de las primarias del 14 de agosto, las prioridades están puestas en la construcción y consolidación de una fuerza propia del kirchnerismo cada vez más orgánica y en condiciones de disputar poder, ser el sujeto de la profundización del Proyecto Nacional y de constituirse como relevo a futuro de este proceso.

Sin embargo, y más allá de que quizás hoy no suscribiríamos todas y cada una de las cosas que escribimos hace un año, algunas de los tópicos planteados en el artículo, pueden seguir siendo un aporte al debate respecto de la etapa que se abre y de las tareas de la militancia.

Aunque es un poco larga, ojalá piensen que vale la pena leerla.
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De un saque, improvisadamente y en medio de la conmoción que me provocó estar ayer en el Luna, esbocé esto que pretende ser apenas un simple análisis de lo que creo que empezó la noche del 14 de septiembre en el Luna Park.
 
Seguramente -como siempre- mucho de lo que sostengo es discutible. También como siempre, sabrán que lo hago desde la más absoluta honestidad intelectual y como militante que se siente parte y quiere aportar a un proceso político.
 
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¿PUNTO DE INFLEXIÓN?
Apurados apuntes en torno al acto de la Juventud en el Luna Park
 
 
EL ACONTECIMIENTO, EL PUNTO DE INFLEXIÓN Y SUS SIGNIFICACIONES
 
Los acontecimientos políticos suelen condensar significados variados y al mismo tiempo ser momentos de cristalización de procesos más estructurales que van sedimentando poco a poco y emergen en el "hecho político" palpable y concreto. En ese sentido, no hay "hito" de la historia, no hay punto de inflexión, que pueda explicarse a sí mismo ni en sí mismo, si no que se debe establecer -para comprenderlo en profundidad- una cierta genealogía y una puesta en contexto que arroje luz sobre sus causas, sus complejidades y sus implicancias.
 
Asimismo, y en parte como complemento de lo anterior, un acontecimiento político concreto y único puede convertirse en momento mítico para un determinado colectivo, en tanto y en cuanto los actores que lo protagonicen y algunos otros que lo ven acontecer le otorguen una relevancia y una significación mayor que al conjunto de los acontecimientos que lo anteceden (y en parte lo explican) y lo internalicen como inicio de un nuevo momento en el devenir de la política.
 
Finalmente, el acontecimiento mítico suele implicar diversas dimensiones que pueden y deben ser leídas de manera compleja e integrada para que el mismo pueda ser interpretado en su cabal significación histórica y política. Y todo esto, que puede parecer parte de un simple ejercicio intelectual y especulativo es, sin embargo, de vital importancia para quienes nos pensamos y sentimos como parte de un colectivo militante que pretendemos accionar e incidir en la realidad a traves de la política. 
 
Esta introducción -que no tiene pretenciones académicas ni mucho menos- viene a cuento, entonces, del necesario y concienzudo análisis retrospectivo que debemos hacer aquellos que, en tanto militantes del proyecto nacional y popular que encabezan Nestor y Cristina Kirchner, sentimos en el día de ayer, en el inmenso acto que congregó a la Juventud en el Luna Park, que algo había cambiado en el momento político y que ese cambio tendría implicancias en nuestro accionar cotidiano de aquí en adelante.
 
 
EL PRIMER KIRCHNERISMO Y SUS MOMENTOS MÍTICOS
 
Si hay algo por lo que se ha caracterizado el proceso político iniciado el 25 de Mayo de 2003 con la asunción de Nestor Kirchner a la Presidencia de la Nación, es en la múltiple producción de momentos míticos y puntos de inflexión que marcaron a fuego el devenir histórico de los últimos años. Continuando con la tradición del mejor peronismo, el kircherismo fue especialisra en generar casi constantemente hechos políticos en los cuales diversos actores sociales y políticos sintieron cómo la satisfacción de una determinada demanda material o simbólica, implicaba un punto de ruptura decisivo con los años previos y establecía una instancia de avance de un modelo político, económico y social favorable a los sectores populares.
 
Brinzoni descolgando los cuadros de los genocidas en el Colegio Militar, la Cumbre de Mar del Plata en la que se rechazó definitivamente la propuesta del ALCA o la histórica quita del 75 % en la deuda con los acreedores privados, fueron algunos de esos momentos que, durante el período presidencial que culminó el 10 de diciembre de 2007, fueron internalizados por amplios sectores como momentos míticos a partir de los cuales el escenario político se modificaba de manera incostrastable.
 
Sin embargo, estos momentos míticos del primer kircherismo (que por supuesto no fueron tan sólo éso, y que estuvieron acompañados de cientos de medidas de políticas públicas que coadyudaron a una modificación en la correlación de fuerzas al interior de la sociedad) tuvieron unos relativamente bajos niveles de conflictividad con los sectores de privilegio. Esto se explica en su momentánea y relativa debilidad y su baja credibilidad derivadas de la crisis de 2001-2002, y -por qué no- en la expectativa que tenían de disciplinar a un gobierno que era leído aún como de transición y normalización institucional, al cual imaginaban posible de condicionar en pos de la construcción de un nuevo "statu-quo" favorable a los intereses de los poderes fácticos.
 
Es imposible, a su vez, no ligar a este clima de "gobierno de transición", el que los niveles de movilización social y política, durante esta primera etapa del kircherismo, estuvieran teñidos aún, o bien con el color de las diversas formas de resistencia al neoliberalismo y a la necesidad de satisfacer demandas materiales concretas y urgentes, o bien con las prácticas tradicionales de un peronismo desmovilizado y desideologizado por años de hegemonía neoliberal a su interior. 
 
En ese marco, y más allá de las experiencias o experimentos coyunturales y en general efímeros, el lugar de la militancia más genuina se encontraba acotado a las llamadas organizaciones sociales, y la incipiente reconstrucción de un movimiento nacional y popular dinámico y participativo estaba todavía estrechamente condicionado por el acceso a los recursos materiales del Estado como herramienta casi excluyente de construcción política.
 
 
LA PRESIDENCIA DE CRISTINA, LA PROFUNDIZACION DEL MODELO Y EL RETORNO DE LA MILITANCIA
 
Es en cambio durante la presidencia de Cristina Fernandez de Kirchner, cuando la profundización de las contradicciones con los sectores dominantes y la aceleración del proceso de polarización política a partir del conflicto por la Resolución 125, definieron un nuevo escenario de disputa en el cual esos momentos míticos se tornaron en moneda corriente y fueron eslabonándose hasta llegar al escenario y al "hecho político" al que específicamente queremos referirnos.
 
Y es justamente en el conflicto con las corporaciones agrarias cuando se inicia una nueva etapa que, leída desde hoy, implicó no sólo la novedad de que en los momentos de mayor debilidad política del gobierno se avanzara en las medidas más transformadoras y cuestionadoras del poder de los sectores dominantes, si no que, a su vez, esa profundización en la conflictividad con los sectores del privilegio fuera el caldo de cultivo para la emergencia de una nueva militancia que -de manera heterogénea e inicialmente desordenada- se fue incorporando al proceso político en marcha desde reivindicaciones parciales y provenientes de universos culturales y sociales diversos.    
 
La estatización de los fondos de las AFJP y de Aerolíneas Argentinas; el "Fútbol para Todos" y la aprobación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual; el decreto de creación de la Asignación Universal por Hijo; y el debate legislativo alrededor de la Ley de Matrimonio Igualitario fueron, con posterioridad al conflicto por la 125, esos momentos míticos que profundizaron el rumbo de un gobierno que fue enfrentando una a una a las grandes corporaciones del poder en la Argentina y que generaron las condiciones para el florecimiento de cientos de nuevos colectivos militantes movilizados y entusiastas.
 
Esto se combinó y se articuló, a su vez, con los espacios preexistentes (tanto de los derivados de las organizaciones sociales como de las expresiones más estrictamente juveniles, que amplificaron ambos de manera exponencial su prédica y su base militante en cada instancia de lucha y movilización) y con la emergencia de una nueva militancia sindical forjada al calor de las reivindicaciones y concreción de conquistas sectoriales, pero decidida a no restringir su participación a lo meramente reivindicativo y a transformarse en un actor político de relevancia.
 
Por último, los aciertos en la política de comunicación en los últimos dos años; sumados al surgimiento de expresiones político-culturales arraigados en la tradición nacional y popular; a un cierto (y por cierto aún demasiado incipiente) reverdecer de la militancia estudiantil; y a la aparición en escena de miles de militantes individuales o apenas organizados que supieron explotar de manera novedosa y original las herramientas informáticas, completaron el panorama con un nuevo tipo de militancia relativamente inorgánica pero comprometida con este proceso político.
 
 
 
ALGUNAS SIGNIFICACIONES DEL ACTO DEL LUNA PARK
 
Si entendemos que, como decíamos al principio del análisis, ningún acontecimiento, por mítico que pueda parecer en el momento en que sucede o con posterioridad al mismo, es explicable a partir de sí mismo y con exclusión del contexto y del proceso en el cual se enmarca, debemos decir inicialmente y aunque parezca obvio, que el acto del Luna Park - en todo caso- cristaliza ese camino de ampliación de la participación y la movilización política y social que se inició con la 125 y que,se fue eslabonando en todos y cada uno de esos momentos míticos a los que nos referíamos en el punto anterior.
 
Al mismo tiempo, no podemos pensar a este proceso como "espontáneo" ni aislado de otras instancias de movilización que también marcaron -en distinta medida- otros "hitos" en los últimos meses. El acto de ayer es inimaginable por fuera de un escalonamiento de escenarios de movilización y demostraciones de fuerza de la militancia que se iniciaron en marzo en la cancha de Ferro y continuaron en julio en las puertas de la CGT y en agosto en el otro Luna, organizado por la Juventud Sindical. 
 
Sin embargo, hay componentes que hacen de esta acto un acto de características, significaciones e implicancias específicas que, creemos, lo distancian relativamente del resto de las instancias de movilización -más o menos orgánicas- citadas anteriormente y que lo transforman un "punto de inflexión".
 
Dejando de lado el chiquitaje de los análisis y valoraciones respecto de los mayores o menores protagonismos en el escenario y las tribunas de anoche en el Luna Park y de las naturales disputas entre sectores con tradiciones y posiciones relativamente diferenciadas, lo que debería interesarnos en comprender cuáles son las coordenadas que hicieron que muchos de los que nos encontrábamos en el acto (y muchos de quienes siguieron las alternativas del mismo por TV o por internet) tuviéramos la sensación de que nos encontrábamos frente a un "punto de inflexión" y que algo nuevo estaba pasando, ahí, en ese lugar.

 
En ese sentido, la primer reflexión que surge es que la composición del del acto tuvo centralmente algunas características fundamentales y distintivas, que lo diferencian de otros actos y que tienen implicancias de cara a los análisis posteriores: fue un acto eminentemente juvenil; fue un acto sorprendentemente hetrogéneo; fue un acto casi exclusivamente militante; fue un acto con una mística novedosa. Y todo esto, que quizás parezca una obviedad, implica de cara al análisis algunas derivaciones respecto de cada una de estas características.
 
 
EL REGRESO DE LA JUVENTUD A LA POLITICA
 
En primer término, el componente eminentemente juvenil de los más de diez mil compañeros que colmaron las instalaciones del estadio y sus alrededores, es representativo de un dato de la realidad política argentina actual que quizás no esté demasiado analizado y valorado: el kircherismo -entendido como una identidad en sentido amplio, y obviando todos los matices- ha logrado penetrar en la juventud como ninguna identidad política desde el retorno de la democracia había logrado hacerlo.
 
Quienes militamos desde hace más de veinte años y hemos atravesado los diversos escenarios políticos de las últimas décadas, podemos dar cuenta de ello y podemos intentar sacar algunas improvisadas conclusiones al respecto: en principio, nos encontramos en una instancia en la que decididamente parecen haberse revertido las coordenadas de la despolitización que caracterizaron el proceso de dominación iniciado con la dictadura militar y desmoronado a partir de 2001. Esto parece estar ligado, por una parte, al definitivo cierre del "ciclo del miedo" a la participación política y, por el otro, al entusiasmo que genera la transformación política encarada por el kircherismo y -fundamentalmente- al aspecto que los comentaristas mediáticos más nos cuestionan y que ellos denominan livianamente "espíritu confrontativo" o "crispación". La lección -que hoy parece obvia pero que durante mucho tiempo para muchos no lo fue- es que los sectores juveniles acompañan este proceso porque se anima a enfrentar los intereses que hasta hace poco tiempo parecían intocables: los de las corporaciones mediáticas, económicas y religiosas. 
 
Al mismo tiempo, esta explosión de participación y movilización de los sectores juveniles es un reaseguro para el campo popular en el mediano plazo y de cara a las batallas que se avecinan, ya que estos actores son uno de los arietes fundamentales (junto con las organizaciones sociales y los sindicatos) que tensarán en lo próximos años y trascendiendo incluso las disputas electorales, a un peronismo imprescindible para gobernar este país, pero muchas veces más tendiente a un cierto concepto de gobernabilidad "moderada" que a la modificación estructural de una sociedad que sigue siendo injusta.  
 
 
LA HETEROGENEIDAD Y LA CONSTRUCCION DE HEGEMONIA
 
Otro elemento a tener en cuenta en el análisis y que es inseparable del punto anterior, es el de la sorprendente heterogeneidad en la composición de los asistentes al acto. Militantes sindicales y de organizaciones sociales, militantes juveniles tradicionales y blogueros k, seguidores de 678 e integrantes de los Putos Peronistas, estudiantes y facebookeros, secundarios y militantes del conurbano bonaerense, más allá de los porcentajes (es obvio e innecesario aclarar que la mayor cantidad de los paricipantes se encontraban "encuadrados" en las organizaciones más conocidas y representativas) dan un indicio más del por qué de la penetración y el entusiamo que genera el kirchnerismo en los sectores juveniles: porque logra interpelar y articular distintas tradiciones políticas y culturales. Porque asumió las reivindicaciones y comprendió el lenguaje de las diversas juventudes que componen el heterogéneo mapa de la Argentina contempránea. Porque sintetiza a quienes se reivindican en la tradición militante de los setenta con los que durante los últimos años centraron su participación en la ampliación de los derechos de las minorías. Porque emociona cantando la marcha y se enfervoriza en el grito maradoniano.
 
Y compender esta hetergeneidad implica, asimismo, comprender la imposibilidad de cualquiera de "las partes" de ese todo, al menos en esta instancia, de hegemonizar al conjunto. Un dato característico de esta etapa -tanto en términos políticos como culturales- es la inmensa diversidad de demandas e identidades que es necesario articular para construir una mayoría política que sirva de sustento para la profundización de este proceso. Y decir esto es todo lo contrario a sostener una posición liberal o relativista: justamente, si lo que pretendemos es consolidar un proyecto político que conduzca y hegemonice al conjunto de la sociedad (en este caso particular, de la juventud), la costrucción de esa hegemonía "hacia afuera" está indisolublemente ligada a la heterogeneidad "hacia adentro", lo que de ninguna manera implica -más bien todo lo contrario- que alguna de las partes resignen su identidad y sus posiciones políticas específicas.
 
La hegemonía no se construye desde la homogeneidad interna (al menos en una etapa como esta), si no que sólo será posible en tanto y en cuanto formen parte de este proceso político y aumenten su protagonismo y su acumulación tanto aquellos que centran su práctica en la construcción de una "tedencia revolucionaria" como aquellos que se sienten "ortodoxamente kirchneristas", tanto quienes militan en la universidad como los que lo hacen en un sindicato y tanto los que luchan por los derechos de los pueblos originarios como los que disparan sus posiciones desde la soledad de un blog. En realidad, nada demasiado novedoso decimos si pensamos que nos anclamos en la tradición movimentista y frentista del mejor peronismo.
 
 
LA CENTRALIDAD DE LA MILITANCIA
 
Otro elemento central, analizado someramente más arriba y que da cuenta de manera fundamental del comienzo de una nueva etapa, es la reaparición de la militancia más genuina y transformadora de manera masiva y apabullante. Si algo se sintió ayer en el Luna Park, fue que -con todos los matices que desarrollamos en el punto anterior- hay una nueva militancia que retoma lo mejor de la tradición del campo nacional y popular e incorpora nuevos elementos ligados a las contradicciones y demandas específicas de la actualidad.
 
Una nueva militancia que, sin ser ingenua ni cándida, parece no estar contaminada por el liberalismo que atravesó la pólítica argentina durante los años 80 y 90. Una nueva militancia
que se forjó decididamente al calor de la lucha en contra de los poderes fácticos de este país y no en la perspectiva de la carrera política individual, y cuya matriz de formación está indisolublemente ligada a la idea de la construcción de un país con justicia social, independencia económica y soberanía política. Una militancia que quiere disputar poder y condicionar el proceso político pero con un claro objetivo liberador y no especulativo.
 
Esta reaparición masiva de la militancia como actor de la política, a la que muchos habían enterrado en los escombros del muro de berlín y la convertibilidad, es de una importancia estratégica en la coyuntura actual y en el mediano y el largo plazo. En la coyuntura actual, porque como decíamos antes, será un factor escencal de agitación y movilización en la disputa política del presente, tensionando al mismo tiempo a los sectores del peronismo menos proclives a una transformación profunda de nuestra sociedad. En el mediano y en el largo plazo, porque si hay algo que demuestra este proceso político y quienes lo encabezan, es que la matriz original de formación de una generación de militantes atraviesa toda su vida política. Entonces, esta nueva militancia será al mismo tiempo punta de lanza en los momentos de avance como potencial retaguardia en caso de retrocesos momentáneos, lo que es una garantía para la defensa de los intereses nacionales y populares de cara al futuro.
 
 
LA MISTICA DEL PRESENTE
 
El Luna Park lleno, repleto de banderas que se agitaban y de voces que entonaban las estrofas del Himno o de la Marcha Peronista, que aplaudían a "La Chiringa" en su heterodoxa versión de "Hasta Siempre" y que contaban el llanto de Carrió o del "Colorado" porque "Nestor va a volver con la JP", son una muestra de que la mística se construye mixturando elementos del pasado con otros del presente.
 
Durante los primeros años del kircherismo, la mística militante estuvo casi asolutamente ligada a la herencia de la tendencia revolucionaria de los setenta, lo que era correcto y absolutamente compresible. Quienes encabezaban el proceso político y quienes ocupaban lugares centrales en el dispositivo político y en la gestión eran en su abrumadora mayoría militantes de aquella juventud maravillosa. Al mismo tiempo, el relato que se construyó y que galvanizó a los diferentes espacios dispersos en diversas experiencias durante el neoliberalismo y reunificados a partir del liderazgo de Nestor Kircher, fue un relato que hizo eje en la reivindicación de esa experiencia histórica y en la idea de plantearse como continuidad de la misma. La política de derechos humanos y la de las diversas resistencias al neoliberalismo fueron fundamentales en la construcción de la mística de los primeros años del kirchnerismo.
 
Las identidades políticas, la estética y los nombres de las agrupaciones, los cantitos y los colores de las banderas estuvieron definido fundamentalmente por esa ineludible herencia cultural y política. Muchos de aquellos que, sin haber sido parte de la experiencia de los setenta nos formamos políticamente en esa tradición, nos sentimos como en casa cantando las canciones que nuestros viejos o nuestros hermanos mayores habían entonado en la puerta de Devoto el 25 de Mayo del 73. Sin embargo, la mística de un proceso político necesita construirse dialécticamente entre la tradición política en la cúál ese proceso abreva y las contradicciones, demandas y luchas del momento en el cual se ejerce la militancia.
 
La cuestión, muchas veces debatida entre compañeros, era cómo se hacía para construir una mística de este proceso político que no fuera una simple readaptación de la mística de los setenta. Y esa mística no podía decretarse ni construirse en un laboratorio, porque la mística se construye en la acción política y -fundamentalmente- en la lucha, en la internalización de un proyecto colectivo y en la identificación de los enemigos de ese proyecto.
 
Entonces, a partir de la 125 y de la Ley de Medios, a partir de la Asignación Universal por Hijo y la reestatización de las AFJP, pero centralmente a partir de que la militancia fue adquiriendo un rol central en todas y cada una de esas peleas, la mística de este proceso político se fue consruyendo y consolidando. Y el acto del Luna Park fue la muestra más cabal de que no debe ya ser una inquietud ni un tema de preocupación de ningún compañero cuál es la mistica de la nueva militancia.
 
Porque los miles de compañeros menores de treinta años que explotaron el Luna con banderas, bombos y consignas ya construyeron esa mística y nos la contagiaron a todos los que desde los comienzos de nuestra militancia estábamos esperando que pasara lo que finalmente ayer vimos y sentimos. Porque cuando los pibes de "La Cámpora" y de los "Desca", cuando los cumpas de la Juventud Sindical y los de la JP Evita, los del MUP y los de la JP de la Provincia gritaban con voces ensordecedoras, una vez más, que "no nos han vencido", algunos de los que somos un poco -tan sólo- un poco mayores que ellos sentimos que esta vez, de verdad y para siempre, estamos para liberar a nuestra querida patria.
 
Que tiempos gloriosos que se avecinan. A militarla de sol a sol.
 
HORACIO BOUCHOUX
Centro Cultural Oesterheld
 
 

martes, 13 de septiembre de 2011

EL SUR TAMBIEN EXISTE

Nota publicada en el segundo número de la revista "Caracú", del Centro Cultural Oesterheld

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EL SUR TAMBIEN EXISTE

Modos europeos. Discurso europeo. Gestualidad europea. La oposición realmente existente y sobreviviente al escenario electoral, tanto la que se presenta –con mayor o menor disimulo- como de centroderecha¸ cuanto la que se reivindica de centroizquierda, se piensa a sí misma (y se muestra a la sociedad) como tributaria de la estética y la ideología post caída del muro de Berlín en los países centrales.

Todo parece indicar que a la salida de este año electoral, quedarán posicionadas dos grandes alternativas opositoras emergentes: una centroderecha “moderna”, mediática, pretendidamente desideologizada y farandulesca “a la europea”, expresada por el amarillo PRO y por el Niño Mauricio (en menor medida también por “alica-alicate” De Narváez). Por otra parte, se consolida una centroizquierda moderada, prolija, institucionalista y desabrida, también “a la europea”, expresada por Binner, Stolbizer, De Gennaro (quién te ha visto y quién te ve…) y Cía.

El sueño del buen Torcuato Di Tella, quien desde su honestidad intelectual noventista pregonaba las potenciales bondades de un sistema político que se ordenara a partir del moderno binomio centroderecha-centroizquierda, pareciera entonces concretarse, más allá incluso de la persistencia de ciertas tradiciones territoriales sin demasiado peso ya en la gran arena de la política nacional.

Pero… Ups! Nos olvidamos de algo! Nos faltó tener en cuenta un elemento que quizás a algún editorialista pueda parecerle menor, pero que sigue dando cuenta de esa anomalía que los manuales de los expertos europeos y sus traductores vernáculos aún no logran dilucidar. Si, adivinaron: el peronismo. Hoy el kirchnerismo. La fuerza de mayorías que no es posible catalogar ni clasificar de acuerdo a los criterios establecidos por esa tradición europea.

Algunos comentan que desde el 14 de agosto por la tarde y durante los días subsiguientes, gran número de editorialistas, intelectuales y dirigentes políticos, todos ellos parte del campo bienpensante argentino, giran alrdededor de escritorios y dan vueltas y vueltas en la cama, tratando una vez más de encontrar respuestas para eso que no logran entender. En realidad, y aunque parezca mentira, nunca pudieron entenderlo y todo indica que seguirán sin comprender y asimilar.

¿Pero qué es eso que no logra ni logró comprender nunca gran parte del establishment de ideas, aquella intelligentzia de la que hablaba Arturo Jauretche? Lo que no lograron, no logran ni lograrán descifrar son los momentos en que las mayorías irrumpen decididamente en la vida política y señalan un rumbo a favor de sus intereses y los de la Nación, que son los mismos.

Y nuestra historia es ejemplificadora de esto que hoy, nuevamente, vuelve a pasar en estas tierras. Sucede que en los momentos de amplio predominio ideológico, político, económico y cultural de las clases dominantes (que suelen ser los mismos en los que se verifica la hegemonía de una potencia a nivel mundial), se instala la ilusión de un orden político que sea o tienda a ser espejo del orden político de la metrópolis.

En cambio, en los momentos en que esa hegemonía y esa dominación entran en crisis (tanto a nivel externo como interno) reaparece el fantasma de lo anómalo y lo inexplicado. Cuando las clases dominantes pierden las riendas, emerge una y mil veces el desorden de los manuales, la anomalía de la Argentina europea, el  hecho maldito al que Cooke se refería con tanta lucidez.

Sarmiento lo intuyó en los albores de nuestra modernidad. El, uno de los más lúcidos cuadros de ese progresismo bienpensante, de ese establishment de ideas o intelligentzia, descubrió cuál era el principal obstáculo para la Argentina europea que pregonaba desde el 37. Y propuso una solución drástica: remover ese obstáculo con la espada, la pluma y la palabra, combinando masacres y política educativa. Lo logró a medias y por un tiempo. Pero lo bárbaro, lo maldito, volvió a emerger en las primeras décadas del siglo pasado. Como volvió a emerger con el peronismo. Y como hoy vuelve a emerger, luego de décadas de ostracismo y hegemonía del pensamiento único.

Para colmo de males, el espejo en el que siempre se miraron nuestras clases dominantes y sus intelectuales y voceros hoy está bastante empañado, por no decir gastado y a punto de desmoronarse. La gran panacea de los bienpensantes de estas latitudes viene trastocando en pesadilla, y aquellos países-modelos de los que nos decían que debíamos aprender, hoy muestran los resultados de una política que quienes vivimos por estos lares conocimos y sufrimos.

La vieja Europa está cada vez más vieja y sin respuestas, con una dirigencia política (sea de derecha o de izquierda) cooptada por las grandes corporaciones y acatando las órdenes de un poder oculto tras la fachada de organismos internacionales que nadie elige. Ajuste y sumisión, indignados y protestas, racismo y xenofobia, marcan la cotidianeidad de la vida de sociedades cada vez menos prósperas e integradas. En paralelo, la gran potencia imperial, la gran victoriosa de la guerra fría, bordea el colapso económico mientras decide su futuro entre la anodina continuidad de un imposibilismo progresista que no quiere o no puede dar respuestas a la profunda crisis en que se encuentra y los inverosímiles planteos de una derecha cada vez más ultra y más reaccionaria, expresada por un thea-party con cada vez más predicamento.

Entonces, nuestras desconcertadas clases dominantes ven como se derrumba la meca de sus sueños, a la vez que se enmarañan en intentos de explicación entre risueños y antidemocráticos del amplio consenso social, político y cultural que tiene este modelo de desarrollo autónomo, justicia distributiva y descolonización cultural tanto en nuestro país como en casi toda la región.

El escenario político desde diciembre en adelante presentará entonces tres grandes alternativas políticas, que en realidad son dos: una derecha mediática y autoritaria, un progresismo light y que -más allá de las consignas de campaña de algunos candidatos- viene a portarse bien con los poderosos de este país, que en ambos casos expresan el viejo sueño sarmientino de una Argentina europea. Frente a esas dos propuestas, está hoy, más de pie que nunca en nuestra historia, un movimiento nacional y popular de mayorías, complejo y contradictorio en sus entrañas, pero que avanza decididamente en la concreción del postergado sueño de una Patria libre, justa y soberana en el marco de una Latinoamérica unida.

La batalla cultural es entonces, una vez más, entre quienes pretenden una Argentina que mire a un supuesto primer mundo que se desmorona, y aquellos que creemos que las respuestas a la profunda crisis del sistema no se encuentran en los claustros ni los despachos del norte, si no en nuestra experiencia y en la capacidad, el talento y la voluntad de nuestro pueblo.

Es una vieja dicotomía. La diferencia es que hoy alcanza con mirar la tapa de cualquier diario del mundo para darse cuenta quienes son los que atrasan.