viernes, 31 de mayo de 2013

EL PINO, EL BOSQUE, Y LA DEFECCIÓN DE ALGUNOS DE NUESTROS MITOS

Esta es una nota publicada en Julio de 2010.

Néstor aún estaba con nosotros y el contexto político era sorprendentemente similar actual, ya que los  masivos festejos del bicentenario habían roto el espejismo creado desde los medios hegemónicos respecto de la inminente "finalización del ciclo kirchnerista".

Hoy, a pocos días de la inmensa demostración de apoyo a nuestra Presidenta que dimos como Pueblo el pasado 25 de Mayo, en la movilización más grande de las últimas décadas; adquiere actualidad nuevamente el debate con quienes, haciendo una lectura superficial de la realidad a partir del microclima mediático y no de lo que sucede realmente en la calle y el territorio, vuelven a intentar construir un clima de fin de ciclo respecto del proceso iniciado hace diez años.

A tres años de ser escrita, y más allá de los cambios producidos en estos años y de algunos ejemplos anacrónicos, lo más honesto es no tocar ni una coma y publicarla como la primera vez. 

Está destinada a quienes, de manera especulativa y acomodaticia, pero reivindicándose como parte del campo nacional y popular, eligen darle más trascendencia a la berretada mediática de los domingos por la noche que a la construcción política para la continuidad y profundización del cambio que se inició el 2003.

Que al que le quepa el sayo se lo ponga.
Y que la historia les disculpe (o no) su exceso de egolatría.

EL PINO, EL BOSQUE, Y LA DEFECCIÓN DE ALGUNOS DE NUESTROS MITOS

"Hay gente que no la quiere buena
y por pretenderla siempre mejor,
incide para que salga mala”.
Arturo Jauretche

Se podría decir que la tradición “denuncista” del progresismo argentino ha sido, en los momentos de reflujo y resistencia, un importante aporte a la construcción de un ideario nacional y popular y ha servido para desnudar las verdaderas intenciones políticas de las clases dominantes.

Tanto desde la política como desde el arte y la literatura, es posible establecer cierta continuidad desde el José Hernández que denunciara en el Martín Fierro las condiciones de vida de nuestros gauchos en los primeros años de hegemonía oligárquica; que pasara por el Lisandro De la Torre que desenmascaró la ignominia del “pacto Roca-Runciman” en la década infame; y que llegara hasta quienes durante los años del neoliberalismo elevaron su voz para señalar la corrupción, la injusticia, la impunidad y la entrega del patrimonio nacional.

En esa línea, los más lúcidos de los intelectuales, artistas y dirigentes formados en esa tradición, en los momentos de avance de los sectores populares, comprendieron su contexto y se comprometieron con los procesos históricos que significaban la concreción de muchas de las demandas que ellos mismos habían antes expresado desde las letras, el arte o la lucha política. La disolución de FORJA en octubre de 1945 y la masiva incorporación de sus integrantes al peronismo es una palmaria muestra de la profunda comprensión que tuvieron estos hombres de cuál debía ser su rol a partir de la entrada en escena de las masas.

Lamentablemente, la historia argentina también está colmada de ejemplos de hombres y mujeres que desde posiciones supuestamente progresistas o revolucionarias incomprendieron los contextos históricos en los que vivían, y que en nombre de planteos maximalistas se enfrentaron a los movimientos populares que modificaron efectivamente la realidad en favor de los sectores más postergados.

Como contracara de los ejemplos antes citados, podemos decir que desde los iluministas y románticos que combatieron a Rosas, pasando por los socialistas y comunistas que no comprendieron primero al Yrigoyenismo y calificaron luego al Peronismo de “aluvión zoológico”, hasta la actualidad, son cuantiosos los casos de intelectuales que fueron funcionales a los intereses de la reacción y sirvieron de ariete de los sectores dominantes para debilitar a los gobiernos populares.

La operación de la crítica “por izquierda” a los momentos en los cuales el movimiento nacional y popular –en sus diversas expresiones históricas- ejerció el poder del Estado siempre consistió en undoble juego en el cuál, por un lado se ponía en duda las verdaderas intenciones  de los líderes que encarnaban esos momentos de avance de los sectores populares y, en paralelo, se menospreciaba o deslegitimaba al sujeto social y político que sostenía cada uno de esos procesos.

La explicación de la supuesta anomalía histórica que significaba para el progresismo intelectual la emergencia de estas expresiones políticas y sociales no previstas en sus textos de cabecera, consistía en un inverosímil cocktail en el que se combinaban la perversidad y/o la ignorancia de los líderes populares con la “falsa conciencia” de los sectores subalternos que los sostenían. El Rosas estanciero y falsamente federal, el Yrigoyen comisario y mediocre, y el Perón  fascista y manipulador, sólo podían ser posibles a partir de las limitaciones para comprender sus verdaderos interesesde la barbarie, de la chusma radical o de los cabecitas.

Asimismo, el ataque a los gobiernos populares se sustentó siempre en la crítica a algunos de los aspectos controversiales de los mismos, pretendiendo convertir las aristas más discutidas en elementos centrales para el análisis y la valoración de cada uno de los complejos procesos que encarnaron en esas experiencias históricas de nuestro pueblo. El árbol se tornaba más significativo que el bosque y –por ejemplo- los libros de lectura oficiales o el luto obligatorio del primer peronismo parecían ser más importantes que la distribución de la renta, la consagración de los derechos de los trabajadores o el voto femenino, por poner sólo algunos ejemplos.

El juicio que determinados sectores del progresismo hacen hoy del proceso político que encabezan Néstor y Cristina Kirchner corre por los mismos carriles de esta historia remanida. Vemos entonces cómo -para algunos intelectuales y dirigentes con pretensiones de garúes de futuras revoluciones o líderes imaginarios movimientos políticos y sociales a fundar algún lejano día- parecen más importantes las denuncias acerca de supuestos casos de corrupción gubernamental amplificados por los medios hegemónicos, o la lentitud en el avance en alguna determinada área, que el indiscutible avance que implicó en términos globales para nuestra Patria y nuestro pueblo el camino iniciado el 25 de mayo de 2003.

Esto no sorprendería si quienes elaboraran esos juicios fueran sólo los tradicionales sectores de la izquierda o el progresismo liberal ya que, como ejemplificamos antes, ellos han demostrado una inmensa coherencia en el error y se han mantenido históricamente inconmovibles ante todas y cada una de las expresiones políticas más genuinas de lo nacional y popular. Lo que sorprende, es que algunos sectores o individuos tributarios de la misma tradición que nosotros, hoy se encuentren en las antípodas de sus posiciones históricas y acompañen alegremente y sin culpa la estrategia destituyente de los sectores del privilegio.

Lo más grave, sin embargo, es que la alquimia que utilizan para autojustificar sus actuales posiciones es la misma que, respecto de otros momentos históricos, ellos mismos contribuyeron a desenmascarar, retomando a ese doble juego al que antes hacíamos referencia. Entonces, además de denunciar al gobierno por supuestas corruptelas o por falta de “profundidad transformadora” en sus medidas, denostan a la inmensa cantidad de militantes nacionales y  populares que acompañamos este proceso desde la convicción, acusándonos de ingenuos o de cooptados.

Haciendo el camino inverso que los Puiggrós y los Hernandez Arregui, desandando el sendero que recorrieron los Abelardo Ramos y los Ortega Peña, vemos con indignación y tristeza cómo algunos de quienes fueron nuestros referentes intelectuales y sociales en la etapa de resistencia al neoliberalismo se han transformado hoy en compañeros de andanzas de los principales personeros de aquellos intereses que siempre dijeron combatir, compartiendo escenarios y posiciones políticas con Mariano Grondona o manteniendo un sospechoso silencio (que en algún caso suena a complicidad) respecto del tema de los hijos de Ernestina Herrera de Noble.

La explicación a estas posiciones, finalmente, no hay que buscarlas en la política. O en todo caso, no hay que buscarlas en las acciones de nuestro gobierno. Las explicaciones respecto de esta profunda incoherencia histórica hay que buscarlas en la psicología y en las huellas ideológicas y culturales que el neoliberalismo dejó en hombres y mujeres que otrora defendieran las causas más nobles y que hoy ordenan su práctica política a partir del individualismo y de la decepción que les provoca el lugar secundario que les toca ocupar en el proceso político actual.

Arturo Jauretche, fundador de FORJA y uno de los pensadores más importantes de nuestra historia, aceptó durante el primer peronismo ocupar el lugar que le fue asignado, seguramente de muchísima menos relevancia que el que ameritaba su historia como intelectual y militante del campo nacional. Y lo hizo porque cuando la realidad política se polariza en campos antagónicos tan claramente definidos no hay lugar para medias tintas.

Como entonces, hoy no hay espacio para la ambigüedad. O se está de un lado o se está del otro. O se está con el gobierno que más favoreció los intereses de la Nación y del Pueblo desde la desaparición de Perón, y con la militancia y la dirigencia popular que lo sostiene; o se comparten interbloques, cóktailes y mesas en los medios hegemónicos con los representantes de los sectores del privilegio.

Y no hay errores, supuestas corruptelas o minería a cielo abierto que justifique en este contexto las posiciones que hoy ostentan algunos de quienes hasta hace poco fueron parte de nuestros mitos.Que el Pino no nos impida ver el bosque.


No hay comentarios:

Publicar un comentario