miércoles, 11 de diciembre de 2013

Conurbanos. Aquí y ahora

Conurbanos de ausencia. De romanticismos suburbanos perimidos. El tiempo y las sucesivas expulsiones te cambiaron el paisaje. 

Calles pobladas de piberíos persiguiendo pelotas, devenidos lodazales donde despojos de realidad se apiñan, desangelados hasta para el poeta. Que ya ni él te nombra. 

Conurbanos de presencia. Omnipresencia de lo que falta, de lo que aún no pudimos o no supimos. De lo que se escapa de las palabras bien dichas. Amorosamente dichas.

Pintorescas esquinas adoquinadas que se hundieron en paisajes fangosos, y que invaden periódicamente un destino que se les niega.

Sures y oestes que de puntos cardinales de lo bellamente descripto por artistas sensibles, transmutaron en guaridas de aquello que se teme.

Repertorio de lo indomable, reservorio de lo monstruoso para las almas bienpensantes y, sobre todo, bienvivientes, que ya no pintan suburbios color pastel.

Herencias de cándidas melenas de novias que, del recuerdo, emergieron como soeces prendas íntimas, expuestas en otros ritmos no asumidos aun como propios. 

Rumores de estación que se desperfumaron en gritos y empujones, en vahos de vagones atestados de frustraciones que cada tanto explotan. 

Repensar profundamente esto. Comprender y amar. Aquí y ahora. Única posibilidad de futuro. Ahí es donde se juegan nuestros mañanas vivibles. 

Desde la canción y las efectividades conducentes. Desde la solidaridad parroquial o el revolucionarismo aggiornado. Desde la simple crónica o la militancia.  

Desde donde sea. No hay futuro pensable ni deseable sin que haya espacio para el lugar de dignidad y de protagonismo que demanda ese suburbio inabordable 

Despojados de preconceptos atávicos. De nuestras propias anteojeras. Prudentemente lejos de los libros leídos y de los cuentos oídos entre llantos.

Abrir los caminos para que aquello que se vislumbra imposiblemente heterogéneo, que se imagina amorfo, asuma la condición de Sujeto. Con mayúsculas.

Sujeto sin otra vanguardia más que la que nazca de sí mismo, de sus propias contradicciones, complejidades, bellezas y miserias. 

Sujeto que no siga caminos pretrazados por los eternos escribas de emancipaciones soñadas en otras geografías y contextos. 

Aquí y ahora. Comprender y amar. No hay ningún pequeño nosotros sostenible sin ese nosotros gigante, que nos abrace a a todos. 


Conurbanos. Urgente

lunes, 25 de noviembre de 2013

NO ESTAMOS SOLOS (Canción para espantar tristezas)

Sin pretensiones literarias, va esta canción que más que canción es un mimo. 
Para Pau, que cada día que pasa se merece más.

No estamos solos
no
mirá ese inmenso
río de voces
y abrazos
que te esperan
No estamos solos
queda el sortilegio
la incertidumbre
de todo 
lo que queda

No estamos solos
no
mirá la noche
volviendo
a acariciar
esa sonrisa
No estamos solos
quedan 
los amores
que vamos 
a fundar
todos los días


No te internes
en el reino
de la soledad
donde todos los inviernos
parecen llegar
Si no estamos
solos
amor
te lo prometo
por este canto
azul
de madrugada


No estamos solos
no
mirá mis manos
y esta guitarra
cubriéndote
de versos
No estamos solos
queda
este milagro
en el que
cada sueño
es un sendero

No estamos solos
no
mirá los ojos
de esos que 
siempre
cubrirán tu espalda
No estamos solos
quedan
los hermosos
atardeceres
viejos 
que nos faltan


No te internes
en el reino
de la soledad
donde todos los inviernos
parecen llegar
Si no estamos 
solos
amor
te lo prometo
por este canto
azul 
de madrugada


No estamos solos
no
mirá los hijos
que desinventan
toda
la tristeza
No estamos solos
queda este camino
donde todos
los traidores
se tropiezan

No estamos solos
no
mirá la luna
reflejando
su luz en tus pupilas
No estamos solos
quedan 
las ternuras
que vamos
a fundar
todos los días 

jueves, 14 de noviembre de 2013

"SIMPLIFICA, SIMPLIFICA, QUE ALGO DAÑARÁS" - A PROPÓSITO DE LA ESTIGMATIZACIÓN DE D¨ELIA

Desde su columna en el blog de TN, Bruno Bimbi publicó ayer una nota titulada "¿Qué hacía Luis D´Elía en la marcha del orgullo?". (http://blogs.tn.com.ar/todxs/2013/11/12/delia/)

En el artículo, se cuestionaba la presencia de este dirigente en esa movilización a partir de una argumentación central: D´Elía defiende al régimen iraní. El régimen iraní condena y reprime la homosexualidad. D´Elía no debería participar de la marcha del orgullo.

Hace rato que vengo leyendo al amigo Bimbi y discrepando profundamente y en silencio con sus apreciaciones, pero su última nota realmente me provocó una profunda indignación y, en ese marco, fue que respondí a un retweeteo de su artículo expresándole mi desagrado de manera descarnada y frontal, diciéndole que me parecía que su gorilismo era cada vez más forzado.

El tenor de las respuestas y las menciones recibidas (ver mi TL: https://twitter.com/horabou) , me pone en la obligación de aclarar y argumentar mi posición, de explicar por qué me parece gorila la posición de Bimbi..


La operación que realiza Bimbi en su artículo consta de tres elementos que lo tornan falaz y lo colocan en un campo determinado de la disputa política e ideológica actual, tanto a nivel doméstico como en términos globales. Y esto, mal que le pese al autor, define el marco a partir del cual uno interpreta lo que escribe.

En primer término, lo que aparece como un elemento determinante de la argumentación de Bimbi, es la caracterización que se hace del régimen iraní como el mal absoluto. 

En ese sentido, entonces, cualquiera que defienda el régimen iraní, está defendiendo un paquete cerrado de políticas que van desde el asesinato de homosexuales, hasta la complicidad con el atentado a la AMIA, pasando por la negación del holocausto. Sorprendentemente, el artículo omite otro de los elementos centrales y determinantes de la caracterización del régimen iraní como parte del eje del mal: su política nuclear.

Y no es cuestión aquí de hacer una defensa de un gobierno con el cual no comparto casi nada y del cual aborrezco muchas de sus políticas. Hacer eso, sería entrar en el juego de simplificaciones berretas a las que nos tiene acostumbrados la prensa y el relato dominante. Lo que sí voy a expresar, es lo escandalosamente obvia que resulta la operación de invalidar a cualquiera que defienda cualquier elemento de ese gobierno a partir de caracterizarlo como el mal absoluto y, como contrapartida, de lo concesivos que son los mismos que promueven esa caracterización respecto de otros gobiernos y regímenes tan o más terribles y represivos.

La pena de muerte es siempre una aberración. El asesinato de civiles es siempre una aberración. La tortura es siempre una aberración. Entonces, continuando con la lógica aplicada por Bimbi en su artículo, podríamos decir sin ponernos colorados que todos aquellos que ven con simpatía al gobierno de Obama son cómplices de la tortura en Guantánamo, o que quienes defienden al Estado de Israel son cómplices de las violaciones a los derechos del pueblo palestino.

Como consecuencia de ello, así como se le exige a D´Elia que aclare todo el tiempo que no niega el holocausto y que repudia la ejecución de homosexuales en Irán: ¿no habría que exigirle a Carrió con la misma insistencia que condene la tortura en Guantánamo? ¿No habría que pedirle a Macri que repudie los bombardeos sobre la población civil en medio oriente? 

¿Cuál es la explicación de esta doble vara? Es muy sugestivo, y realmente es muy difícil no pensar que es funcional a la política internacional de EE.UU., que caracteriza a Irán como parte del eje del mal sin otro objeto que el de justificar una posible invasión que saqueé sus recursos naturales.  


El segundo elemento que subyace en el artículo de Bimbi, es la estigmatización de D´Elía como un monstruo con el cual ningún gentilhombre defensor de las causas justas debería compartir ni escenarios, fotografías, ni columnas en movilizaciones.

D´Elia, el que por defender el régimen iraní pasó a ser automáticamente antisemita. D´Elía, el que toma comisarías por capricho. D´Elía, el que propina puñetazos a pacíficos caceroleros. D´Elía, el negro piquetero cooptado por un gobierno corrupto. Y podríamos seguir enumerando. 

Hace años que desde los medios dominantes se viene impulsando la caracterización de D´Elía como el monstruo de la política argentina. Ultimamente se agregaron otros mosntruos, como La Campora. Esta operación no es para nada ingenua: lo que busca es estigmatizar y deslegitimar la palabra y las posiciones políticas de aquellos actores, fundamentalmente la juventud y los sectores populares, que no se disciplinaron ni se disciplinan al sentido común que pretenden imponer los poderosos.

En el caso particular de D´Elía, además, subyace ese racismo atávico en nuestro país, que estigmatizó y condenó primero a los indios y los gauchos, después a los cabecitas negras, y finalmente a los piqueteros y a los beneficiaros de la Asignación universal. Nuestra historia demuestra trágicamente; Bruno, cuales fueron las consecuencias concretas de esa estigmatización.

Entonces, defender a D´Elía, no es defenderlo en tanto individuo ni avalar necesariamente la totalidad de sus posiciones políticas. Defender a D´Elía es defender a un compañero que es sistemáticamente atacado por los grandes medios por ser parte de un proyecto político que transformó este país en favor de los excluídos de toda índole. Defender a D´Elía es defender al enjambre de morochos, a los cabecitas, que volvieron a tener voz y voto real en la Argentina a partir de 2003. Defender a D´Elía es confrontar con la estigmatización racista y, por qué no decirlo, profundamente gorila, que se hace livianamente de él, simplificando y descontextualizando cada una de sus opiniones, más allá de compartirlas o no.


Por último, el tercer elemento que puede parecer menor pero no lo es en la columna de Bruno, es la tribuna desde cual la escribe. Uno tiende a creer, prima facie, en la honestidad intelectual de quienes expresan sus opiniones en los medios de comunicación, más allá de quienes sean los accionistas mayoritarios y los editores en jefe del medio en cuestión.

Sin embargo, si uno aplicara el tipo de razonamiento que vos aplicás para cuestionar la presencia de D´Elia en la movilización, Bruno, podría sostener que forma parte de la ataque sistemático que desde hace años sufre desde las páginas y los programas del Grupo para el que trabajás. Yendo más allá, incluso, uno podría decir que el sentido de tu recientemente aparecida columna periódica en el blog de TN, no es otro que el de disputar desde distintos espacios la legitimidad que se ganó el kirchnerismo en la comunidad gay desde 2009 en adelante.

No voy a sostener semejantes cosas porque sería replicar tu mecánica de análisis, que es lo que vengo a cuestionar. Sí creo que es necesario aclararte que en la Argentina de hoy, no hay francotiradores virtuales posibles desde la terraza de la casa de... (Oh! Si!!!) Magnetto y Ernestina.

A riesgo de que me acusen de ser excesivamente binario en mi análisis, no puedo no decirte que nadie que entienda qué es lo que está en disputa en nuestro país en estos días, ni que identifique los campos de esa disputa, puede creer seriamente que una columna desde TN cuestionando a D´Elía no tiene una intencionalidad política de descalificación y que si no fue encargada expresamente, al menos fue festejada y aplaudida por los editores del medio para el que trabajás. 

Y te pido perdón por ser tan frontal, Bruno. 


Desde mi humilde opinión, pienso que la Ley de Matrimonio Igualitario, que aplaudo, es parte de un proceso de restitución y ampliación de derechos que comenzó en 2003 y que continúa en la actualidad. Y esta restitución y ampliación de derechos, más allá de las previas luchas de distintos sectores que construyeron el plafón para que esas iniciativas avanzaran, es inescindible de la voluntad política de un gobierno y un proyecto político que el compañero Luis D´Elía integra. Por lo tanto, lo natural es que Luis D´Elia participe de la "Marcha del Orgullo" como un actor más de aquellos que fueron protagonistas de este proceso. Lo extraño, en todo caso, sería que no estuviera allí.

La máxima goebbeliana del "miente, miente, que algo quedará" parece haber sido reemplazada por el "simplifica, simplifica, que algo dañarás". Y vos, sabiéndolo o no, sos parte de esa mecánica de descalificación, aunque lo hagas como un pretendido francotirador especialista en un tema en particular.

Releo tu nota. Releo lo que escribí. Y reafirmo lo que sostuve en el tweet con el que se inició esta discusión. La ecuación "caracterización de Iran como eje del mal + estigmatización de D´Elía + tribuna del Grupo Clarín", no me da otro resultado que el de considerar a tu artículo como un artículo decididamente gorila, mal que te pese.

Le mando un fuerte abrazo militante a aquel Bruno que alguna vez conocí luchando. 







miércoles, 30 de octubre de 2013

30 AÑOS DE DEMOCRACIA - (2009: "Algunas reflexiones en torno a la muerte del Dr. Alfonsín")

Hace más de cuatro años, en ocasión de la muerte del Dr. Alfonsín, escribí y publiqué esta nota, que provocó algunos enojos y muchas ricas discusiones.

Hoy, al cumplirse 30 años del día en que con su elección como Presidente nuestro Pueblo puso fin a la dictadura genocida iniciada en 1976 e inició el ciclo democrático más largo de nuestra historia, me pareció que era una buena oportunidad para volver a publicarla.

La nota puede sonar hoy un tanto desactualizada, después e toda el agua que corrió debajo del puente.

Ayer, sin ir más lejos, con la declaración de constitucionalidad de la LdSCA, nuestra democracia asestó un duro golpe a uno de los poderes monopólicos que se resiste aún a someterse a la voluntad del soberano y que fue uno de los principales obstáculos que, hace ya treinta años, tuvo esta democracia para consolidarse.

Quienes ayer festejábamos en la plaza la plena vigencia de la Ley, recordamos como es debido a Nestor y agradecimos a Cristina por estos maravillosos diez años en los cuales esa democracia recuperada en 1983 adquirió otro volumen, otra profundidad y otro sentido.

Más allá de esta obviedad, creo que seríamos un tanto injustos si no recordáramos también hoy a quien, antes que ellos dos, fue el único que al menos intentó no ser un simple empleado de las corporaciones.

Muchos de nosotros comenzamos nuestra militancia enfrentando a su gobierno. Es también nuestra obligación complejizar el análisis y, poniéndolo en contexto, reivindicar aquella voluntad de enfrentar a los poderosos que caracterizó la primer etapa de sus años en la presidencia.



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ALGUNAS REFLEXIONES EN TORNO A LA MUERTE DEL DR. ALFONSIN


La desaparición física del Dr. Raúl Alfonsín ha tenido una repercusión pública que sorprendió a muchos, incluído en alguna medida quien redacta este comentario. Sin embargo, lo más sorprendente no son las indiscutibles muestras de afecto que ha generado el ex presidente en vastos sectores de nuestro Pueblo, sólo comparables con las recibidas en otros contextos históricos por Hipólito Yrigoyen, Eva Perón y Juan Perón. Lo que más soprende, es el relato a partir del cuál se pretende interpretar, traducir hacia el sentido común, esa muerte desde la inmensa mayoría de los medios de comunicación y desde ciertos sectores de la dirigencia política. 

De éso, de lo que en discursos y en titulares periodísticos se denomina su "legado", es de lo que quiero hablar en las siguientes líneas, aún a riesgo de que algunos de quienes las lean sientan cierta incomodidad por quienes planteamos determinadas discusiones sobre la significación histórica del personaje público apenas el mismo ha desparecido físicamente. Es que para quienes formamos parte de la política, es imposible abstraerse de valoraciones decidamente políticas respecto de un hombre que hizo de esta actividad el sentido de su vida. 

Para empezar, y a costa de generar ciertas antipatías en los lectores más sensibles, voy a diferir con lo que parece haberse instalado en el sentido común desde hace dos días, que es la caracterización del Dr. Alfonsín como el "padre de la democracia" en nuestro país. Realmente, y más allá de reconocerle un rol determinante a partir de 1983, me parece que es parte de una línea interpretativa con una clara intencionalidad política el adjudicar a determinadas individualidades (por importantes que hayan sido éstas) la consecusión de logros que son idiscutiblemente colectivos. La operación ideológica en marcha es la de transformar a quien fuera el "responsable de la transición" en "padre de la democracia", y esta operación no es de ninguna manera inocente, ya que lo que implica es la puesta en segundo plano (si no el ocultamiento liso y llano) de otros protagonistas que hicieron tanto o más que el Dr. Alfonsín por la salida del poder de la Dictadura militar. 

Esta operación implica por un lado la conversión de lo que fue un proceso de masas en una epopeya individual (o en todo caso de una "élite"), pretendiendo relativizar la importancia de la acción colectiva como herramienta de transformación en términos generales, y poniendo el acento en la canalización de las demandas a través de una vacua "institucionalidad". Al mismo tiempo, este desplazamiento oculta el protagonismo en la lucha en contra de la dictadura de actores concretos, fundamentalmente de los organismos de DD.HH. y sindicatos, por la incomodidad que generan en quienes construyen el relato hegemónico las posiciones políticas de estos actores en la actualidad. La puesta en relieve de la acción de organismos como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo desde 1977, sumadas a los paros y marchas de parte de la CGT desde abril de 1979 relativizan el supuesto rol protagónico de la dirigencia política nucleada en la "Multipartidaria" a partir de 1980/81 y complejiza el análisis respecto de omisiones y complicidades en la última etapa de la Dictadura militar. 

En segunda instacia, quiero cuestionar la caracterización que se hace del ex-Presidente Alfonsín como un "hombre de diálogo y consenso", con las claras implicancias políticas que esto tiene y con las valoraciones implícitas que implica en la coyuntura actual. Creo que algo caracterizó la primera etapa del gobierno de Alfonsín, sobre todo hasta el alzamiento de Semana Santa en 1987, es la voluntad de restituir el poder político del Estado enfrentando a las corporaciones del poder fáctico. En ésa lógica se inscriben desde el Juicio a las Juntas hasta la Ley de Dovorcio Vincular; desde los intentos de conformar un "Club de Deudores" con otros países para negociar ante el FMI, hasta el Congreso Pegdagógico; desde la política de dólar diferencial para las exportaciones (tan cuestionado por la Sociedad Rural y con un efecto económico similar al de las "retenciones") hasta la Ley Mucci para debilitar el poder de los sindicatos. Y más allá de que uno comparta o no cada una de estas iniciativas, está claro que en el relato que se construye hoy respecto del "legado" de Alfonsín se omite también (salvo, quizás, el caso del llamado "Nüremberg argentino", que también oculta cierta intencionalidad política de cuestionamiento al gobierno actual) la feroz disputa que se produjo en esos primeros años de transición democrática entre el poder político y los poderes corporativos, llámense estos FF.AA., Iglesia, Sindicatos, Sociedad Rural, Organismo multilaterales de crédito o Capitanes de la Industria. 

Esta segunda operación de construcción de sentido, pretende instalar una idea de "democracia" casi gerencial, sin conflictos ni de intereses ni discursivos entre actores sociales diversos, pretendiendo ocultar pujas ideológicas, culturales y distributivas que son constitutivas de la política. Estos conflictos existieron y existen, y son los factores de poder que paulatinamente discipliaron al gobierno de Alfonsín desde 1986 en adelante (y quienes en 1989 dieron el "golpe de mercado" que hizo que tuviera que abandonar el gobierno anticipadamente) los que pretenden ocultarlos. El Plan Austral, los Stand-By, las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los acuerdos con los sectores más rancios y burocráticos del sindicalismo, pueden ser leídos como muestras de debilidad o como defección histórica, pueden ser justificados o cuestionados, pero jamás pueden ser presentados honestamente como ejemplos de un virginal diálogo o consenso. Entonces, en esta segunda operación, esta idea de "diálogo y consenso", tan cara a nuestros sectores medios y una parte de nuestra dirigencia, oculta la realidad de un proyecto de democracia formal y sujeta a los poderes fácticos que pujaron con el poder político en la primera etapa de la transición y que lo discipliaron decididamente entre 1989 y 2001. 

La tercer operación que se pretende realizar, y que da un cierre conjugando a las dos anteriores, es la del "juicio unívoco". No hay lugar para la crítica a un "padre de la patria" y al relato que se construye sobre él. No hay espacio para cuestionar ninguna de sus acciones desde el Gobierno o desde la oposición. No es posible recordar cómo los factores de poder fueron construyendo, durante su presidencia, el escenario propicio para el neoliberalismo que se enseñoreó indiscutiblemente en nuestro país a partir del poco mencionado "golpe de mercado" que le asestaron los mismos que hoy intentan desestabilizar al actual gobierno. Como un nuevo Sarmiento, sólo es posible recordar de él aquello que lo enaltece sin poner en riesgo el actual "statu-quo". 

Los que nos consideramos militantes y seguimos creyendo en la política como herramienta de transformación y no como simple escalafón más o menos meritocrático hacia un poder formal, pensamos en Alfonsín como en una figura compleja y polémica, del que podemos reivindicar algunas cosas y al que le podemos cuestionar muchas otras. Desde mi humilde posición, y esperando no ofender el incontestable dolor demostrado por vastos sectores de nuestro Pueblo en estos días, voy a proponer rescatar a Alfonsín, justamente, como un militante político. Un militante con quien no comparto muchas de sus posiciones y acciones, pero del cual reivindico su incansable voluntad de restituir a la política como eje vertebrador de la vida social, en una perpetua pulseada con los poderes fácticos que hoy pretenden presentárnoslo como una figura simple, virginal y despojado de contradicciones. Un militante político que siguió pensando y actuando como tal incluso desde la más alta investidura del Estado. 

Entonces, qué mejor manera de recordarlo frente a la actual coyuntura, que en uno de sus momentos más difíciles y admirables, cuando en medio de una silbatina irrespetuosa de la Sociedad Rural (que hoy desfila como si nada a su alrededor) se paró y los enfrentó cara a cara, mostrando una entereza que hoy muchos llamarían liviánamente "crispación". 

Pasen y vean 

martes, 16 de julio de 2013

EL KIRCHNERISMO Y EL FIN DE LA NOSTALGIA. O una mirada militante subjetiva sobre estos diez años.


A propósito de esta década ganada, revisando viejas publicaciones virtuales encontré esto que escribí hace un par de años, con motivo de cumplirse el octavo aniversario de la asunción de Néstor a la Presidencia de la Nación.

La nota fue escrita para ser publicada como parte de una compilación que armaron en su momento los integrantes del grupo "militancia kreativa" y no la había vuelto a leer. 

No estoy seguro de que sea buena. Incluso, su lenguaje me resuena hoy algo pretencioso, excesivo en adjetivaciones y redundante. 

Lo que es seguro, es que describe con bastante exactitud lo que representaron estos diez años para mi propia subjetividad militante y para la de algunos otros que -habiéndo hecho nuestras primeras armas allá lejos y hace tiempo-  nos sentimos parte de esta nueva juventud maravillosa que volvió a la política gracias a Él.

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¿Qué decir que no se haya ya dicho de estos años que comenzaron aquel cercano y lejano al mismo tiempo 25 de mayo de 2003?

¿Cómo intentar expresar algo de lo que representó y representa el kirchnerismo, sin caer en la repetida e interminable enumeración de medidas a la que estamos –en buenahora- acostumbrados a escuchar o recitar en charlas familiares, discusiones y discursos?

¿Desde qué lugar describir con relativa originalidad los sustanciales cambios políticos, sociales y culturales que se produjeron en el ciclo histórico que transitamos y pretendemos seguir transitando?

La salida que se me ocurre es hablar, simplemente, desde la propia subjetividad. De lo que significó y significa el kirchnerismo para mí y para aquellos con los que comparto la cotidianeidad militante desde hace años.

De paso, me pongo a tono con la moda en ciertos ámbitos de la literatura política e histórica “seria”, que aborda los procesos de mediana y corta duración a partir de las transformaciones que se producen en la vida cotidiana y en las “subjetividades”. Desde esta perspectiva: ¿Qué mejor manera de explicar un profundo cambio cultural como este del que somos parte que a partir del cómo se traduce ese cambio en nuestro día a día y en las perspectivas con las que miramos el mundo y abordamos nuestra acción cotidiana?

Provengo de una familia de militantes. Hijo de militantes. Sobrino de militantes. Nieto de militantes. Desde pibe, en sobremesas y reuniones familiares, me acostumbré a la conversación política y me formé en mi comprensión de lo histórico con una derrota a cuestas, que tiñó desde un primer momento mi percepción de la realidad y de la política.

Mis primeros años de militancia –compartida con varios de los compañeros con los que aún caminamos senderos comunes- fueron en la UES de La Plata, con los últimos estertores de la llamada primavera democrática, y cuando aún la renovación peronista representaba cierta esperanza de resignificar y remontar la derrota de los setenta. Mis compañeros y yo éramos todos o casi todos hijos de militantes y nos formamos leyendo los mismos libros que nuestros viejos, más las pocas publicaciones disponibles respecto de la historia reciente.

En esa época teníamos esperanza, es verdad. Pero era una esperanza nostálgica, centrada en la reivindicación de una historia no vivida por nosotros. Nos sentíamos herederos y continuadores de una experiencia histórica inmensa, gigante; pero andábamos a los tumbos como guardiantes de una tradición abandonada, o como  incomprendidos portadores de una épica a destiempo.

Apenas recorridos esos primeros pasos, los noventa, el neoliberalismo y la caída del muro de Berlín derrumbaron el edificio que cimentaba nuestra militancia y nos encontramos desnudos y desamparados frente a una realidad que no figuraba en los manuales que habíamos leído. El peronismo que nos habían contado no existía más y el desconcierto parió la dispersión. Entonces, oscilamos entre el refugio de la vida privada y diversas alquimias políticas, culturales y/o sociales que variaban en sus grados de resistencia e integración respecto del orden neoliberal, pero que no lograban constituirse en ningún caso como espacio común para la militancia, para todos los militantes nacionales y populares.

Y en esos años de resistencia, escepticismo y/o desesperanza, nos acostumbramos a la derrota, nos acostumbramos a perder. Porque si bien hubo innumerables experiencias de resistencia al neoliberalismo de las que participamos, si bien hubo ejemplos encomiables de lucha y de construcción, lo cierto es que en términos subjetivos nuestra mirada estaba más centrada en el espejo de un pasado irrepetible que en un horizonte que sentíamos como árido y hostil. Nuestra utopía seguía estando detrás muestro.

El 25 de mayo de 2003, deus ex machina mediante, todo cambió de manera inesperada y nuestra subjetividad militante dio (sería más preciso decir que fue dando) un giro copernicano.

Es cierto que la llegada de Nestor al poder sería impensable sin la crisis terminal del 19 y 20 de diciembre de 2001. También es cierto que la resistencia al neoliberalismo se fue forjando en la calle y generó el plafón sin el cual esta experiencia histórica no sería posible. Nadie en su sano juicio puede discutir eso. Tampoco que este proceso político es parte de un proceso regional más general de salida de la noche neoliberal y de construcción de proyectos populares desde el Estado.

Sin embargo, la llegada de Nestor al gobierno fue una anomalía que sorprendió a todos. A nosotros y a ellos.

Día a día, semana a semana, mes a mes y medida de gobierno a medida de gobierno, fuimos sintiendo por primera vez en nuestra vida que un Gobierno cinchaba del mismo lado que nosotros. Al principio con desconfianza, luego con algo de sorpresa, finalmente con entusiasmo, nos fuimos convenciendo de que este gobierno era nuestro gobierno.

Como los amantes desolados que vuelven a vivir el amor después de mucho tiempo de soledad y escepticismo, nos costó darnos cuenta del todo, pero un día despertamos y de repente nos dimos cuenta que habíamos dejado de añorar épicas pretéritas y estábamos viviendo nuestra propia primavera.

Y entonces nos enamoramos definitivamente de Nestor. Y lo quisimos como quisimos y queremos a pocos. A muy pocos en toda nuestra historia. Y después, también, nos enamoramos de Cristina.

Vaya paradoja, el discurso de la derecha y los medios hegemónicos suele tildar al kirchnerismo de nostálgico, debido a su política de memoria, verdad y justicia y su reivindicación de la experiencia política de los setenta. Nada más erróneo. Porque si hay algo que caracteriza a los procesos transformadores es que al construir su propia épica refundan la afectividad de quienes forman parte del mismo, dotándolos de una nueva mística y un nuevo relato que, aunque anclado en tradiciones anteriores e incorporándolas al nuevo proceso, se plantee reivindicaciones y objetivos novedosos, acordes con el contexto histórico en que se desenvuelve.

En este caso en particular, además, el haber avanzado en el juicio y castigo a los genocidas y los responsables del saqueo y la ignominia se transformó en la condición de posibilidad de encarar, justamente, un nuevo proceso transformador a favor de los sectores populares.

En 1996, al conmemorarse los veinte años del golpe genocida, se estrenó la película de “Coco” Blaustein, “Cazadores de Utopías”. Recuerdo el monólogo final de “Piraña” Salinas, antes de la única, monumental versión grabada de La montonera del Nano Serrat sobre la que se ven los títulos del documental.

Recuerdo casi exactamente sus palabras, que ponían el broche final al film: él decía, desde el dolor de la derrota, que se sentía orgulloso de haber formado parte de esa generación, de haber formado parte de esa juventud maravillosa, de haber sido protagonista de la historia, de esa historia. Incluso, agrego yo, más allá del resultado final.

Recuerdo también la extraña mezcla de ternura, nostalgia y envidia que sentí la primera vez que lo ví y lo escuché: ser protagonista de un proceso transformador es el sueño de todo militante popular . Por esos años, sin embargo, la expectativa de que la historia nos diera esa oportunidad parecía remota y hasta inverosímil. Parecía que no quedaba más remedio que resistir y seguir añorando una historia no vivida por nosotros.

Entonces, eso es lo que significaron estos años de kirchnerismo, para mí, y para muchos de nosotros, en términos de nuestra más íntima subjetividad: El fin de la nostalgia. El fin de la nostalgia y el comienzo de una etapa de la que podemos enorgullecernos, como “Piraña”, de ser protagonistas.

La diferencia a favor nuestro, es que esta vez no habrá derrota.


viernes, 31 de mayo de 2013

EL PINO, EL BOSQUE, Y LA DEFECCIÓN DE ALGUNOS DE NUESTROS MITOS

Esta es una nota publicada en Julio de 2010.

Néstor aún estaba con nosotros y el contexto político era sorprendentemente similar actual, ya que los  masivos festejos del bicentenario habían roto el espejismo creado desde los medios hegemónicos respecto de la inminente "finalización del ciclo kirchnerista".

Hoy, a pocos días de la inmensa demostración de apoyo a nuestra Presidenta que dimos como Pueblo el pasado 25 de Mayo, en la movilización más grande de las últimas décadas; adquiere actualidad nuevamente el debate con quienes, haciendo una lectura superficial de la realidad a partir del microclima mediático y no de lo que sucede realmente en la calle y el territorio, vuelven a intentar construir un clima de fin de ciclo respecto del proceso iniciado hace diez años.

A tres años de ser escrita, y más allá de los cambios producidos en estos años y de algunos ejemplos anacrónicos, lo más honesto es no tocar ni una coma y publicarla como la primera vez. 

Está destinada a quienes, de manera especulativa y acomodaticia, pero reivindicándose como parte del campo nacional y popular, eligen darle más trascendencia a la berretada mediática de los domingos por la noche que a la construcción política para la continuidad y profundización del cambio que se inició el 2003.

Que al que le quepa el sayo se lo ponga.
Y que la historia les disculpe (o no) su exceso de egolatría.

EL PINO, EL BOSQUE, Y LA DEFECCIÓN DE ALGUNOS DE NUESTROS MITOS

"Hay gente que no la quiere buena
y por pretenderla siempre mejor,
incide para que salga mala”.
Arturo Jauretche

Se podría decir que la tradición “denuncista” del progresismo argentino ha sido, en los momentos de reflujo y resistencia, un importante aporte a la construcción de un ideario nacional y popular y ha servido para desnudar las verdaderas intenciones políticas de las clases dominantes.

Tanto desde la política como desde el arte y la literatura, es posible establecer cierta continuidad desde el José Hernández que denunciara en el Martín Fierro las condiciones de vida de nuestros gauchos en los primeros años de hegemonía oligárquica; que pasara por el Lisandro De la Torre que desenmascaró la ignominia del “pacto Roca-Runciman” en la década infame; y que llegara hasta quienes durante los años del neoliberalismo elevaron su voz para señalar la corrupción, la injusticia, la impunidad y la entrega del patrimonio nacional.

En esa línea, los más lúcidos de los intelectuales, artistas y dirigentes formados en esa tradición, en los momentos de avance de los sectores populares, comprendieron su contexto y se comprometieron con los procesos históricos que significaban la concreción de muchas de las demandas que ellos mismos habían antes expresado desde las letras, el arte o la lucha política. La disolución de FORJA en octubre de 1945 y la masiva incorporación de sus integrantes al peronismo es una palmaria muestra de la profunda comprensión que tuvieron estos hombres de cuál debía ser su rol a partir de la entrada en escena de las masas.

Lamentablemente, la historia argentina también está colmada de ejemplos de hombres y mujeres que desde posiciones supuestamente progresistas o revolucionarias incomprendieron los contextos históricos en los que vivían, y que en nombre de planteos maximalistas se enfrentaron a los movimientos populares que modificaron efectivamente la realidad en favor de los sectores más postergados.

Como contracara de los ejemplos antes citados, podemos decir que desde los iluministas y románticos que combatieron a Rosas, pasando por los socialistas y comunistas que no comprendieron primero al Yrigoyenismo y calificaron luego al Peronismo de “aluvión zoológico”, hasta la actualidad, son cuantiosos los casos de intelectuales que fueron funcionales a los intereses de la reacción y sirvieron de ariete de los sectores dominantes para debilitar a los gobiernos populares.

La operación de la crítica “por izquierda” a los momentos en los cuales el movimiento nacional y popular –en sus diversas expresiones históricas- ejerció el poder del Estado siempre consistió en undoble juego en el cuál, por un lado se ponía en duda las verdaderas intenciones  de los líderes que encarnaban esos momentos de avance de los sectores populares y, en paralelo, se menospreciaba o deslegitimaba al sujeto social y político que sostenía cada uno de esos procesos.

La explicación de la supuesta anomalía histórica que significaba para el progresismo intelectual la emergencia de estas expresiones políticas y sociales no previstas en sus textos de cabecera, consistía en un inverosímil cocktail en el que se combinaban la perversidad y/o la ignorancia de los líderes populares con la “falsa conciencia” de los sectores subalternos que los sostenían. El Rosas estanciero y falsamente federal, el Yrigoyen comisario y mediocre, y el Perón  fascista y manipulador, sólo podían ser posibles a partir de las limitaciones para comprender sus verdaderos interesesde la barbarie, de la chusma radical o de los cabecitas.

Asimismo, el ataque a los gobiernos populares se sustentó siempre en la crítica a algunos de los aspectos controversiales de los mismos, pretendiendo convertir las aristas más discutidas en elementos centrales para el análisis y la valoración de cada uno de los complejos procesos que encarnaron en esas experiencias históricas de nuestro pueblo. El árbol se tornaba más significativo que el bosque y –por ejemplo- los libros de lectura oficiales o el luto obligatorio del primer peronismo parecían ser más importantes que la distribución de la renta, la consagración de los derechos de los trabajadores o el voto femenino, por poner sólo algunos ejemplos.

El juicio que determinados sectores del progresismo hacen hoy del proceso político que encabezan Néstor y Cristina Kirchner corre por los mismos carriles de esta historia remanida. Vemos entonces cómo -para algunos intelectuales y dirigentes con pretensiones de garúes de futuras revoluciones o líderes imaginarios movimientos políticos y sociales a fundar algún lejano día- parecen más importantes las denuncias acerca de supuestos casos de corrupción gubernamental amplificados por los medios hegemónicos, o la lentitud en el avance en alguna determinada área, que el indiscutible avance que implicó en términos globales para nuestra Patria y nuestro pueblo el camino iniciado el 25 de mayo de 2003.

Esto no sorprendería si quienes elaboraran esos juicios fueran sólo los tradicionales sectores de la izquierda o el progresismo liberal ya que, como ejemplificamos antes, ellos han demostrado una inmensa coherencia en el error y se han mantenido históricamente inconmovibles ante todas y cada una de las expresiones políticas más genuinas de lo nacional y popular. Lo que sorprende, es que algunos sectores o individuos tributarios de la misma tradición que nosotros, hoy se encuentren en las antípodas de sus posiciones históricas y acompañen alegremente y sin culpa la estrategia destituyente de los sectores del privilegio.

Lo más grave, sin embargo, es que la alquimia que utilizan para autojustificar sus actuales posiciones es la misma que, respecto de otros momentos históricos, ellos mismos contribuyeron a desenmascarar, retomando a ese doble juego al que antes hacíamos referencia. Entonces, además de denunciar al gobierno por supuestas corruptelas o por falta de “profundidad transformadora” en sus medidas, denostan a la inmensa cantidad de militantes nacionales y  populares que acompañamos este proceso desde la convicción, acusándonos de ingenuos o de cooptados.

Haciendo el camino inverso que los Puiggrós y los Hernandez Arregui, desandando el sendero que recorrieron los Abelardo Ramos y los Ortega Peña, vemos con indignación y tristeza cómo algunos de quienes fueron nuestros referentes intelectuales y sociales en la etapa de resistencia al neoliberalismo se han transformado hoy en compañeros de andanzas de los principales personeros de aquellos intereses que siempre dijeron combatir, compartiendo escenarios y posiciones políticas con Mariano Grondona o manteniendo un sospechoso silencio (que en algún caso suena a complicidad) respecto del tema de los hijos de Ernestina Herrera de Noble.

La explicación a estas posiciones, finalmente, no hay que buscarlas en la política. O en todo caso, no hay que buscarlas en las acciones de nuestro gobierno. Las explicaciones respecto de esta profunda incoherencia histórica hay que buscarlas en la psicología y en las huellas ideológicas y culturales que el neoliberalismo dejó en hombres y mujeres que otrora defendieran las causas más nobles y que hoy ordenan su práctica política a partir del individualismo y de la decepción que les provoca el lugar secundario que les toca ocupar en el proceso político actual.

Arturo Jauretche, fundador de FORJA y uno de los pensadores más importantes de nuestra historia, aceptó durante el primer peronismo ocupar el lugar que le fue asignado, seguramente de muchísima menos relevancia que el que ameritaba su historia como intelectual y militante del campo nacional. Y lo hizo porque cuando la realidad política se polariza en campos antagónicos tan claramente definidos no hay lugar para medias tintas.

Como entonces, hoy no hay espacio para la ambigüedad. O se está de un lado o se está del otro. O se está con el gobierno que más favoreció los intereses de la Nación y del Pueblo desde la desaparición de Perón, y con la militancia y la dirigencia popular que lo sostiene; o se comparten interbloques, cóktailes y mesas en los medios hegemónicos con los representantes de los sectores del privilegio.

Y no hay errores, supuestas corruptelas o minería a cielo abierto que justifique en este contexto las posiciones que hoy ostentan algunos de quienes hasta hace poco fueron parte de nuestros mitos.Que el Pino no nos impida ver el bosque.


viernes, 26 de abril de 2013

EL CIRCO POLITICO PORTEÑO


Hace algunos años, en una entrevista concedida al gran diario argentino, el Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Ingeniero Hernán Lombardi, proponía livianamente la creación de un circo desde el cuál contratar a los chicos de la calle “que hacen piruetas en las esquinas”. No es necesario escarbar demasiado para encontrar cuál es el lugar que este señor asignaba a las expresiones de los sectores populares: ser una atracción circense, una diversión exótica para entretener a los hijos de las familias de barrio norte.

Hoy, vimos en vivo y en directo como la flamante Policía Metropolitana reprimía sin miramientos a los trabajadores y pacientes del Hospital Borda para intentar imponer la construcción de un centro cívico que es parte del inmenso negocio inmobiliario promovido desde el gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Estos dos hechos, que parecen no tener vinculación el uno con el otro, no son otra cosa que dos caras de la misma moneda. Porque por grotescos que parezcan, y más allá de escandalizar menos de lo que debería escandalizar, no son otra cosa que una explicitación –burda, por otra parte- de la ideología que subyace en el discurso de los sectores que hoy se autoproclaman como los defensores de la república: un retorno a la más rancia tradición del liberalismo argentino, para el cual el otro (llámese este loco, gaucho, laburante, indio, inmigrante o cabecita negra) siempre estuvo más ceca del mono o del elefante que del humano civilizado del que se pretende encarnación absoluta. 
A su vez, si uno combina este tipo de acciones y definiciones con aquellas que rodean los debates acerca de la “inseguridad”, la democracia republicana, o incluso con las distinciones acerca la capacidad de elección de los sectores populares (suburbanos o rurales) respecto de la de los sectores medios-altos, (cultos y urbanos), enseguida queda al descubierto qué tipo de república propugnan estos nuevos demócratas: una pseudorepública segregada, en la cuál los privilegios de unos pocos estén garantizados por una nueva variante de apartheid constituido por circos, cárceles, hospitales y derechos diferenciados de acuerdo a la condición social. 

Para ilustrar un poco más cuál es la idea de república y de democracia que ostentan los exponentes de la nueva derecha vernácula, podemos citar las palabras del Diputado Agüad esta semana en el recinto de la Cámara de Diputados de la Nación. Sin ponerse colorado, el radical sostuvo que el kirchnerismo "al único pueblo al que no le tiene miedo es al de choripanes y colectivos".

Está clarísimo entonces. Para ellos, el sujeto político de esa república democrática imaginaria no es otro que el que caceroleaba hace unos días en las plazas céntricas de las grandes ciudades, caracterizado por un pasar económico acomodado, por el acceso a ciertos niveles de escolarización y por una relativa homogeneidad en sus consumos culturales. Su idea de república excluye de manera decisiva a todo lo que considera diferente.

Decíamos hace poco respecto del cacerolazo de la semana pasada y la agresión al busto de Nestor Kirchner, que estos sectores tienen una idea de argentinidad idéntica a sí mismos, negadora de quienes puedean expresar, propugnar o representar ideas alternativas de esa identidad tradicional y hegemónica hasta hace poco tiempo. Creyéndose poseedores de la razón y la cultura, consideran disminuídos en su capacidad de decisión y elección a aquellos que no son como ellos.

Este discurso, en el fondo, no presenta demasiadas novedades en la historia de nuestro país. Como decíamos antes, para el liberalismo argentino el otro siempre fue un ser privado de derechos y garantías. Desde el discurso higienista de fines del siglo XIX, pasando por la calificación de “aluvión zoológico” para quienes entraron a la historia el 17 de octubre del 45, hasta las políticas de exterminio implementadas por la última dictadura militar, se dibuja una línea de continuidad que promueve una república para pocos a costa de la exclusión de las mayorías.
Lo que es al menos novedoso, es la actual pretensión de desideologizar este planteo profundamente ideológico y reaccionario, naturalizándolo y/o disfrazándolo de simple pragmatismo. En el reportaje citado al comienzo, el Ing. Lombardi se autodefine como afiliado al “PC... partido de lo concreto”. Como complemento, en la misma edición del tradicional matutino porteño, la Dra. Carrió plantea que “el problema de la Argentina no es ideológico, sino moral”, párrafos antes de explicitar que no va a confrontar con Macri “porque es opositor...”.
La coincidencia de estos planteos parece una rémora tardía del relato acerca de la “muerte de las ideologías” de los noventa, que no pretende otra cosa que velar lo que realmente está en debate en la Argentina actual: qué sectores sociales deben ser los principales beneficiarios del crecimiento económico y qué rol le cabe al estado (y a la política) en ése debate. Aquellos que propugnan con mayor o menor sutileza el circo o la cárcel para los sectores populares, aquellos que reprimen a los trabajadores e internos de un hospital, están tomando partido claramente en esa discusión: están diciendo que los beneficiarios del crecimiento deben ser los mismos que se beneficiaron durante un cuarto de siglo de neoliberalismo y que el estado debe ser el garante, por diversos medios, de esa desigualdad social que les garantice el monopolio de la razón, la cultura y la argentinidad.

Pretender que este debate no es un debate ideológico es una inmensa falacia o, como diría el maestro Jauretche, una nueva Zoncera. Una zoncera que viene a agregarse a la larga lista promovida por el liberalismo argentino desde hace más de un siglo. Una hija más de la madre de todas las Zonceras, “Civilización o Barbarie”.
Mientras tanto, y ante tanta confusión promovida desde diversos medios políticos y periodísticos, estamos aquellos que creemos que la actual coyuntura de crecimiento se debe profundizar con una mayor inclusión social y política de los sectores populares, y que el estado debe ser quien garantice este camino.
Para esto, sería bueno poner cada cosa en su lugar: que los dinosaurios vuelvan a los museos y que los circos abran sus puertas, no a los chicos, sino a los gorilas.