sábado, 20 de abril de 2013

EL BUSTO DE NESTOR. EL AMOR VENCE AL ODIO

El busto estaba ahí, en medio de esa plaza inundada de odio. Rostros rubios, ojos inyectados de veneno, manos agitando palmas o cacerolas. No puedo decir exactamente cuántos eran. Ochocientos quizás. Mil con toda la furia. 

Iban y venían por la plaza y sus alrededores. Se saludaban afectuosamente entre ellos. Llevaban algunos cartelitos  prolijamente impresos. Otros escritos a mano. Las consignas eran variadas, aunque primaban las referidas a la inseguridad y los insultos a la Presidenta y su familia. Se veían también algunas, pocas, banderas argentinas.

Cuando gritaban, coreaban consignas que se pretendían patrióticas y republicanas. Pedían libertad, democracia, honestidad, respeto. Al menos eso decían. Se los notaba seguros de sí mismos. Convencidos de representar la escencia de una argentinidad ancestral actualmente en riesgo.

Nosotros éramos apenas cuatro compañeros. Por casualidad o no estábamos en las cercanías de la plaza y quisimos ver, observar. Queriamos corroborar con nuestros propios ojos cuan masiva era la convocatoria y cuál el componente social y político de este fenómeno tan promocionado por los grandes medios de comunicación. Eramos tres hombres y una mujer embarazada. Todos militantes. Observábamos con interés lo que ocurria. Mirábamos desde prudente distancia.  No queriamos ni ser identificados, ni ser confundidos con los caceroleros. 

En una de las tantas recorridas que emprendía el grueso de los manifestantes arededor de la plaza, vimos cómo un grupo de unos veinte o treinta caceroleros comenzó a rodear el busto de Nestor. El mismo que fue colocado hace poco tiempo junto a los de Perón y Eva. Gritaban desaforados. Insultaban, maldecían, escupían. Vociferaban su odio como si fueran dueños indiscutidos de la escena. Pero estábamos nosotros.

Si uno pudiera tomar distancia, diría que lo que se veía, parecía una de esas escenas características de regímenes depuestos que cada tanto se ven por televisión. En esos casos, los símbolos del poder caído son vilipendiados, derrumbados y ofendidos por la primer avanzada de los destructores del viejo orden. Obviamente estos casi nunca son los constructores del nuevo orden resultante de estos terremotos políticos, pero eso ya es harina de otro costal.


Lo importante, es resaltar que quienes estaban alrededor del busto, sentían eso. Lo central a marcar, es que quienes insultaban, escupían y vilipendiaban, tenían la fantasía de estar participando en el derrocamiento de un régimen.


Y es importante resaltar ésto, por dos razones. Primero y principal, porque muestra cuál es el grado de miopía política e histórica de estos sectores. Tienen a todos los grandes medios de comunicación promoviendo estos movimientos destituyentes. Es verdad. Representan a un sector -minoritario, pero un sector al fin- de nuestra sociedad. Es verdad. 


Lo que no logran visualizar, es que la correlación de fuerzas en nuestra sociedad, en el presente, hace imposible pensar en que un movimiento de estas características tenga éxito. No entienden que su aspiración máxima no puede ir más allá de expresar su propia impotencia e histeria. Impotencia e histeria que son consecuencia de no poder construir una alternativa política viable que les permita disputar el poder. Impotencia e histeria por no haber encontrado una figura o una identidad politica que catalice su malestar. Impotencia e histeria de no tener un Capriles a mano, que aunque pierda elecciones cada tres meses, les proporcione un liderazgo. 


En segunda instancia, es importante resaltar esta fantasía de fin de régimen porque, ligada al impulso destructivo de los que deciden derribar una estatua, nos muestra cuál es la idea de democracia de los que anoche blandían sus cacerolas. Para ellos, democracia y república son idénticos a ellos mismos, a sus prioridades y sus intereses. Y niegan, detestan y pretenden destruir todo lo que exprese otra idea de democracia, de Patria o lo que sea. Así de simple. De todas maneras, volveremos sobre este punto más adelante. 


Por lo pronto, volvamos al relato de los sucesos. En un momento, con la plaza aún semipoblada, un grupo empezó a empujar el busto de Nestor hasta que logró tirarlo al piso. Sí, los democráticos, los que piden diálogo y tolerancia, los que exigen respeto, no se contentaron con ensuciar y escribir en el símbolo, necesitaban derrumbarlo. 


Hay un instante en la vorágine de los hechos, en el cual uno deja de medir riesgos, de sopesar las consecuencias potenciales de sus actos, y necesita imperiosamente actuar. Anoche, en esa plaza, el instante fue ése. Cuando derribaron el busto de Nestor, sin necesidad siquiera de consultarlo entre nosotros, los compañeros que estabamos ahí salimos disparados hacia el lugar. Eramos cuatro. Como dije, tres hombres y una mujer embarazada. No confrontamos con los caceroleros. No discutimos. Sólo dijimos una cosa. Lo vamos a levantar. 


Y lo levantamos. Con la ayuda de algunos vecinos que estaban en la plaza y ante la mirada atónita e incrédula de los caceroleros, que empezaron a discutir entre ellos.  Y nos quedamos ahí, parados.  Custodiando el busto nuevamente en pie, hasta que quienes nos rodeaban se fueron alejando sin entender semejante osadía. 


Y aqui es que volvemos al punto anterior. Porque el tema es que ellos no entienden. Se creen tan dueños de esa argentinidad ancestral, de esa supuesta pureza republicana, tan europea ella. No conciben siquiera la posibilidad de que haya otros que tengamos otra idea de la argentinidad. Menos europea y mas latinoamericana. Menos elitista y mas popular. 


Y es que hay algo que hay que reconocerles. De veras expresan un modo de la argentinidad. El problema  es que esa argentinidad ancestral que ellos expresan, es la que niega cualquier otra forma de argentinidad. 


La historia de nuestra Patria está, lamentablemente, poblada de ejemplos de esa identidad negadora de otras identidades. En el discurso primero, y en la práctica despues, sus abanderados negaron la argentinidad de todos aquellos que tuvieron la osadía de proponer alternativas. Con la pluma, con la espada y la palabra. Desde mediados del Siglo XIX, vienen pretendiéndose los dueños de la única argentinidad posible. 


Y es que su argentinidad tiene como condición imprescindible ser negadora de otras. Lo mostraron despues de Caseros. Lo mostraron en la campaña al desierto. Lo mostraron en la década infame. Lo mostraron con la fusiladora. Lo mostraron, de manera terrible, entre 1976 y 1983.

Entonces ese odio, esa impotencia, esa histeria, no son otra cosa que la consecuencia del choque entre su argentinidad ancestral y negadora, y la realidad. Son fruto de la inmensa frustración que les provoca un presente en el cual perdieron el monopolio de la argentinidad. 



Durante casi toda la historia de nuestra Patria fueron los dueños del relato tanto acerca del pasado como respecto del presente. Desde sus manuales escolares y sus diarios de tirada masiva. Desde sus desfiles militares y sus canales de televisión. Pretendieron enseñarnos una historia caricaturizada en la que esa argentinidad ancestral, elitista y oligárquica, era verdad indiscutible. Por suerte no lo lograron.

Hubo momentos en que algunos osados se animaron a poner en tela de juicio ese orden, ese relato hegemónico. Los atacaron y los denostaron. Rosas el tirano. Facundo el bárbaro. Yrigoyen el mediocre. Perón el facista. Nestor y Cristina los montoneros resentidos.

Pero vemos que en realidad los resentidos son ellos. Porque aunque lo deseen no logran negarnos como Pueblo. Ellos necesitan negarnos como mayoría, y negar a los líderes que nos expresan para mantener la ficción de esa argentinidad oligárquica que sólo puede existir si nos niegan o nos barren de la historia. El exilio de Rosas es muestra de ello. La pretención de prohibir hasta el nombre de Perón es muestra de ello. El robo y ocultamiento del cadáver de Evita y los treinta mil desaparecidos, son las muestras más paradigmáticas de esta pretención de negarnos como Pueblo.

Cuando hablan despectivamente del relato para referirse a nuestro discurso respecto del pasado y el presente, no hacen otra cosa que transparentar su desprecio y su odio. Su impotencia y su histeria. Están ante un proyecto que se articula en base a otra idea de argentinidad. Y la sola existencia de ese proyecto y del relato que lo sustenta, desarma su idea de argentinidad negadora y hegemónica. 

Alguien podrá decir que no todos quienes participaron de las manifestaciones son tributarios de esto. Alguno podrá marcar incluso nombres propios y apellidos comprometidos antaño con la vigencia de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Y es verdad. No todos los que cacerolearon añoran la Argentina de Sarmiento y Mitre, la de Rojas y Aramburu, o la de Videla y Massera. No todos son partidarios de esa argentinidad negadora de las mayorías.

El problema, queridos amigos que cacerolean cándidamente, es quién los expresa y los conduce políticamente. El problema no son sus buenas intenciones ni su honestidad. El problema es que son funcionales, una vez más, a los profetas del odio. Porque ellos, y no otros, son quienes se benefician si este gobierno se debilita. Ellos son quienes porotean en su mesa de arena del poder cada cacerola que suena en una equina.

Dicen que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. En nuestra historia, a su vez, el camino de los proyectos oligárquicos y antipopulares, está plagado de Urquizas y Lonardis, de Alfredos Palacios, Balbines e izquierdistas indignados que luego se arrepntieron de sus errores garrafales. 

Por eso la gravedad del episodio del busto de Néstor. Por eso lo peligroso de las pintadas reivindicando a Videla. Porque son amenazas. Porque pretenden ser el huevo de la serpiente de un nuevo proceso de invisibilización de las mayorías, que intenta reinstalar ese relato uniforme y esa argentinidad hegemónica y elitista.

Por suerte, nuestro Pueblo conoce y defiende como nadie sus propios intereses. En su historia demostró que no hay negación posible de la identidad de las mayorías. Cientos de veces levantamos nuestros símbolos mancillados por los profetas del odio. Y hoy los llevamos como bandera.

SABEMOS QUE ESTA VEZ NO PASARÁN.
PORQUE DE UNA VEZ Y PARA SIEMPRE, EL AMOR VENCE AL ODIO.


3 comentarios:

  1. Muchachos me emocionaron hasta las entrañas en las q llevo las convicciones q en el 73 supe forjar y nunca abandone.

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  2. Felicitaciones Compañeros!
    Me hicieron emocionar y recordar una anécdota de mi tío que me contó mi vieja.
    En la entonces SOMISA había dos bustos, uno de Perón, el otro de Evita, corrían los tiempos de la libertadora.
    Mi tío y un grupo de compañeros entraron por el rio para rescatar los bustos por que sabían la suerte que correrían.
    Fallaron algunos cálculos respecto al peso de las esculturas y la capacidad de los botes para soportarlo que no hacen más que darle más mística al asunto.
    Los rescataron (de hecho uno quedó en el lecho del río y fue rescatado después), pero a algunos de los que participaron del operativo los agarraron, entre ellos al Flaco (mi tío).
    Cuenta mi vieja, que estaba en el otro extremo, que los sacaron a palazos, que recorrieron desde el punto en el que los agarraron hasta donde los metieron hasta que los vinieran a buscar para meterlos en cana, sin tocar el suelo, que los traían en el aire entre palazo y palazo.
    El Flaco que tenía muchas batallas como estas siempre se refería a las mismas como "maravillosas", "apoteóticas"...
    Estos hechos demuestran las mística que tiene nuestro Movimiento que se renueva a través de las generaciones y lo que serían capaces de hacer los cacerolos si alguna vez tuvieran la manija.
    Un abrazo.

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  3. Uyyy, recién veo que este blog es tuyo Horacio.
    Un abrazo.

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