miércoles, 30 de octubre de 2013

30 AÑOS DE DEMOCRACIA - (2009: "Algunas reflexiones en torno a la muerte del Dr. Alfonsín")

Hace más de cuatro años, en ocasión de la muerte del Dr. Alfonsín, escribí y publiqué esta nota, que provocó algunos enojos y muchas ricas discusiones.

Hoy, al cumplirse 30 años del día en que con su elección como Presidente nuestro Pueblo puso fin a la dictadura genocida iniciada en 1976 e inició el ciclo democrático más largo de nuestra historia, me pareció que era una buena oportunidad para volver a publicarla.

La nota puede sonar hoy un tanto desactualizada, después e toda el agua que corrió debajo del puente.

Ayer, sin ir más lejos, con la declaración de constitucionalidad de la LdSCA, nuestra democracia asestó un duro golpe a uno de los poderes monopólicos que se resiste aún a someterse a la voluntad del soberano y que fue uno de los principales obstáculos que, hace ya treinta años, tuvo esta democracia para consolidarse.

Quienes ayer festejábamos en la plaza la plena vigencia de la Ley, recordamos como es debido a Nestor y agradecimos a Cristina por estos maravillosos diez años en los cuales esa democracia recuperada en 1983 adquirió otro volumen, otra profundidad y otro sentido.

Más allá de esta obviedad, creo que seríamos un tanto injustos si no recordáramos también hoy a quien, antes que ellos dos, fue el único que al menos intentó no ser un simple empleado de las corporaciones.

Muchos de nosotros comenzamos nuestra militancia enfrentando a su gobierno. Es también nuestra obligación complejizar el análisis y, poniéndolo en contexto, reivindicar aquella voluntad de enfrentar a los poderosos que caracterizó la primer etapa de sus años en la presidencia.



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ALGUNAS REFLEXIONES EN TORNO A LA MUERTE DEL DR. ALFONSIN


La desaparición física del Dr. Raúl Alfonsín ha tenido una repercusión pública que sorprendió a muchos, incluído en alguna medida quien redacta este comentario. Sin embargo, lo más sorprendente no son las indiscutibles muestras de afecto que ha generado el ex presidente en vastos sectores de nuestro Pueblo, sólo comparables con las recibidas en otros contextos históricos por Hipólito Yrigoyen, Eva Perón y Juan Perón. Lo que más soprende, es el relato a partir del cuál se pretende interpretar, traducir hacia el sentido común, esa muerte desde la inmensa mayoría de los medios de comunicación y desde ciertos sectores de la dirigencia política. 

De éso, de lo que en discursos y en titulares periodísticos se denomina su "legado", es de lo que quiero hablar en las siguientes líneas, aún a riesgo de que algunos de quienes las lean sientan cierta incomodidad por quienes planteamos determinadas discusiones sobre la significación histórica del personaje público apenas el mismo ha desparecido físicamente. Es que para quienes formamos parte de la política, es imposible abstraerse de valoraciones decidamente políticas respecto de un hombre que hizo de esta actividad el sentido de su vida. 

Para empezar, y a costa de generar ciertas antipatías en los lectores más sensibles, voy a diferir con lo que parece haberse instalado en el sentido común desde hace dos días, que es la caracterización del Dr. Alfonsín como el "padre de la democracia" en nuestro país. Realmente, y más allá de reconocerle un rol determinante a partir de 1983, me parece que es parte de una línea interpretativa con una clara intencionalidad política el adjudicar a determinadas individualidades (por importantes que hayan sido éstas) la consecusión de logros que son idiscutiblemente colectivos. La operación ideológica en marcha es la de transformar a quien fuera el "responsable de la transición" en "padre de la democracia", y esta operación no es de ninguna manera inocente, ya que lo que implica es la puesta en segundo plano (si no el ocultamiento liso y llano) de otros protagonistas que hicieron tanto o más que el Dr. Alfonsín por la salida del poder de la Dictadura militar. 

Esta operación implica por un lado la conversión de lo que fue un proceso de masas en una epopeya individual (o en todo caso de una "élite"), pretendiendo relativizar la importancia de la acción colectiva como herramienta de transformación en términos generales, y poniendo el acento en la canalización de las demandas a través de una vacua "institucionalidad". Al mismo tiempo, este desplazamiento oculta el protagonismo en la lucha en contra de la dictadura de actores concretos, fundamentalmente de los organismos de DD.HH. y sindicatos, por la incomodidad que generan en quienes construyen el relato hegemónico las posiciones políticas de estos actores en la actualidad. La puesta en relieve de la acción de organismos como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo desde 1977, sumadas a los paros y marchas de parte de la CGT desde abril de 1979 relativizan el supuesto rol protagónico de la dirigencia política nucleada en la "Multipartidaria" a partir de 1980/81 y complejiza el análisis respecto de omisiones y complicidades en la última etapa de la Dictadura militar. 

En segunda instacia, quiero cuestionar la caracterización que se hace del ex-Presidente Alfonsín como un "hombre de diálogo y consenso", con las claras implicancias políticas que esto tiene y con las valoraciones implícitas que implica en la coyuntura actual. Creo que algo caracterizó la primera etapa del gobierno de Alfonsín, sobre todo hasta el alzamiento de Semana Santa en 1987, es la voluntad de restituir el poder político del Estado enfrentando a las corporaciones del poder fáctico. En ésa lógica se inscriben desde el Juicio a las Juntas hasta la Ley de Dovorcio Vincular; desde los intentos de conformar un "Club de Deudores" con otros países para negociar ante el FMI, hasta el Congreso Pegdagógico; desde la política de dólar diferencial para las exportaciones (tan cuestionado por la Sociedad Rural y con un efecto económico similar al de las "retenciones") hasta la Ley Mucci para debilitar el poder de los sindicatos. Y más allá de que uno comparta o no cada una de estas iniciativas, está claro que en el relato que se construye hoy respecto del "legado" de Alfonsín se omite también (salvo, quizás, el caso del llamado "Nüremberg argentino", que también oculta cierta intencionalidad política de cuestionamiento al gobierno actual) la feroz disputa que se produjo en esos primeros años de transición democrática entre el poder político y los poderes corporativos, llámense estos FF.AA., Iglesia, Sindicatos, Sociedad Rural, Organismo multilaterales de crédito o Capitanes de la Industria. 

Esta segunda operación de construcción de sentido, pretende instalar una idea de "democracia" casi gerencial, sin conflictos ni de intereses ni discursivos entre actores sociales diversos, pretendiendo ocultar pujas ideológicas, culturales y distributivas que son constitutivas de la política. Estos conflictos existieron y existen, y son los factores de poder que paulatinamente discipliaron al gobierno de Alfonsín desde 1986 en adelante (y quienes en 1989 dieron el "golpe de mercado" que hizo que tuviera que abandonar el gobierno anticipadamente) los que pretenden ocultarlos. El Plan Austral, los Stand-By, las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los acuerdos con los sectores más rancios y burocráticos del sindicalismo, pueden ser leídos como muestras de debilidad o como defección histórica, pueden ser justificados o cuestionados, pero jamás pueden ser presentados honestamente como ejemplos de un virginal diálogo o consenso. Entonces, en esta segunda operación, esta idea de "diálogo y consenso", tan cara a nuestros sectores medios y una parte de nuestra dirigencia, oculta la realidad de un proyecto de democracia formal y sujeta a los poderes fácticos que pujaron con el poder político en la primera etapa de la transición y que lo discipliaron decididamente entre 1989 y 2001. 

La tercer operación que se pretende realizar, y que da un cierre conjugando a las dos anteriores, es la del "juicio unívoco". No hay lugar para la crítica a un "padre de la patria" y al relato que se construye sobre él. No hay espacio para cuestionar ninguna de sus acciones desde el Gobierno o desde la oposición. No es posible recordar cómo los factores de poder fueron construyendo, durante su presidencia, el escenario propicio para el neoliberalismo que se enseñoreó indiscutiblemente en nuestro país a partir del poco mencionado "golpe de mercado" que le asestaron los mismos que hoy intentan desestabilizar al actual gobierno. Como un nuevo Sarmiento, sólo es posible recordar de él aquello que lo enaltece sin poner en riesgo el actual "statu-quo". 

Los que nos consideramos militantes y seguimos creyendo en la política como herramienta de transformación y no como simple escalafón más o menos meritocrático hacia un poder formal, pensamos en Alfonsín como en una figura compleja y polémica, del que podemos reivindicar algunas cosas y al que le podemos cuestionar muchas otras. Desde mi humilde posición, y esperando no ofender el incontestable dolor demostrado por vastos sectores de nuestro Pueblo en estos días, voy a proponer rescatar a Alfonsín, justamente, como un militante político. Un militante con quien no comparto muchas de sus posiciones y acciones, pero del cual reivindico su incansable voluntad de restituir a la política como eje vertebrador de la vida social, en una perpetua pulseada con los poderes fácticos que hoy pretenden presentárnoslo como una figura simple, virginal y despojado de contradicciones. Un militante político que siguió pensando y actuando como tal incluso desde la más alta investidura del Estado. 

Entonces, qué mejor manera de recordarlo frente a la actual coyuntura, que en uno de sus momentos más difíciles y admirables, cuando en medio de una silbatina irrespetuosa de la Sociedad Rural (que hoy desfila como si nada a su alrededor) se paró y los enfrentó cara a cara, mostrando una entereza que hoy muchos llamarían liviánamente "crispación". 

Pasen y vean 

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