jueves, 4 de septiembre de 2014

LA QUIMERA DE LA LONGEVIDAD O LA UTOPÍA DE LA TRASCENDENCIA. (Filosofía barata en chancletas)

Recuerdo hace unos años, en ocasión de la enfermedad de una persona mayor que no parecía tener intención "de pelearla", y de la consternación que esa supuesta "desidia por la propia vida" generaba en sus seres queridos, haber reflexionado por primera vez, para mis adentros, respecto de este imperativo de vivir, de mantener la existencia biológica, sin importar demasiado ni el cómo ni el para qué. 

Esta etapa de la civilización en la que vivimos, hipersecularizada en casi todos sus aspectos, paradójicamente, sacraliza la vida como un fin en sí mismo, más allá de felicidades y desdichas, de placeres y sufrimientos, de futuros imaginados o pasados añorados. Y nos impone una especie de exageración grotesca del existencialismo, que -en el fondo- se vuelve ridículamente antiexistencialista. 

Escuchamos todo el tiempo: 
Hay que dejar de fumar para vivir más años. 
Hay que comer sano para vivir más años.
Hay que evitar los excesos para vivir más años.
Hay que esquivar las emociones fuertes para vivir más años.

Pero... cuál es el límite?
Cuáles son los placeres, las emociones, las intensidades, los riesgos, que estamos dispuestos a resignar en pos de alargar nuestra existencia en el mundo, sin que la misma pierda sentido?
O en todo caso, quién, además de nosotros mismos, de cada uno de nosotros mismos, está en condiciones de decidir respecto del cómo y del cuánto de nuestro paso por la vida?

Cuenta mi viejo que a su abuelo, un gallego viudo de gustos picantes, el médico una vez le dijo que para vivir varios años más, tenía que "dejar las minas, el tabaco, el alcohol, y cuidarse en las comidas". La respuesta del viejo fue de antología. Le dijo al Doctor "me gustaría que Usted me explique para qué querría yo vivir más años si no puedo fumar, coger, chupar, ni comer como me gusta".  Muchos se escandalizarían ante semejante respuesta. 

Otros podrán argumentar, seguramente con razón, que hay muchas otras razones por las cuales querer vivir, más allá de esos "placeres mundanos" a los que aludía mi bisabuelo. Lo que es indiscutible, es que el gallego estaba en todo su derecho de elegir cuáles eran sus razones para vivir o para no hacerlo.

Hoy a propósito de la larga e inducida agonía de Cerati, leí un artículo de un médico que -desde otra perspectiva mucho más seria- me movilizó mucho.
El mismo, aborda también el tema de este imperativo de la permanencia, del alargamiento de nuestra existencia biológica, incluso quizás a costa de nuestra existencia en un sentido más profundo e integral. 
Adjunto el enlace de esta nota que me parece vale la pena leer:

Hay sabidurías que quizás nunca lleguemos a adquirir. Y una de ellas es, posiblemente, la sabiduría respecto de cómo enfrentar a la muerte, tanto la propia como la ajena. 

Lo que sí es seguro, es que es un despropósito, una quimera irracional, que el parámetro que rija nuestra existencia sea el de la longevidad o la permanencia biológica. 

Sin entrar en consideraciones metafísicas, quizás, rescatar y retomar cierta idea de "trascendencia" nos sirva para vivir menos torturados con la idea de nuestra propia muerte. Sobre todo porque, entre otras cosas, no podremos evitarla.

Y esta idea de trascendencia no alude necesariamente a cuestiones religiosas. Desde la simple idea de "Plantar un árbol. Ecribir un libro. Tener un hijo", hasta la creencia en la existencia más allá de la muerte, que cada cual defina de qué manera pretende trascender.

Los que se rijan por el parámetro de la longevidad, podrán aspirar, a lo sumo y con suerte, a una mención en el libro de Guinness.

Los que nos rijamos por la idea de trascendencia, tenemos permiso para soñar con los libros de historia, las antologías poéticas, los museos y monumentos, el favor de aquellos dioses a los que adoremos y, lo más importante, el recuerdo grato de nuestros hijos y nietos.

La definitiva partida del inmenso y trascendente Gustavo Cerati me generó ganas de decir esto, aunque quizás no le interese demasiado a nadie.

Para terminar, nada mejor que -justamente- algo del propio Gustavo hablando, justamente, de las quimeras.

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