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DOCUMENTO POLÍTICO
I- EL PROCESO INICIADO EN 2003 Y LA CONSTRUCCIÓN DEL
KIRCHNERISMO
En
las tristes y memorables jornadas Octubre de 2010, con la despedida a Néstor,
emergió finalmente en las calles y las plazas de nuestra Patria el sujeto
resultante del proceso histórico iniciado en 2003.
Como
sucedió otras veces en la historia de nuestro Pueblo y sus luchas, llena de
avances y retrocesos, de marchas y contramarchas, el azar combinado con la
necesidad se fundieron en la figura de quien arribado desde el sur del sur, y
casi desde el desconocimiento más absoluto, vino a hacerse cargo de la titánica
tarea de reconstruir el Estado, la
Patria y al movimiento nacional y popular, ultrajados todos
ellos durante décadas por políticas contrarias a nuestros intereses, por
traiciones y defecciones.
Es
en el ciclo que va desde aquel 25 de mayo -tan remoto y tan reciente al mismo
tiempo- hasta el último 27 de octubre, cuando el kirchnerismo va hilvanando su
propia construcción como proyecto histórico, a partir fundamentalmente de su
fuerte voluntad e iniciativa política transformadora, del aprovechamiento de
las grietas producidas en el sistema de dominación, y de una particular sensibilidad
para reconocer y transformar en políticas públicas las demandas de diversos
sectores sociales.
Los
ocho años transcurridos desde entonces, han sentado las bases de una
transformación a favor de los sectores populares que sólo es comparable con la
revolución producida por el primer peronismo, pero que nos impone a todos
quienes nos sentimos parte del campo nacional y popular la inmensa
responsabilidad de generar las condiciones políticas, sociales y culturales
para que los avances y las conquistas obtenidas en este tiempo no sean
coyunturales ni pasajeras y constituyan un piso imposible de perforar en el
mediano y largo plazo.
Es
en este contexto, que quienes formamos parte del Centro Cultural Héctor
Oesterheld, como militantes comprometidos con este proceso político, entendemos
que las elecciones presidenciales del 23 de octubre delimitaron el fin de una
etapa cuyas características fundamentales fueron la recuperación del Estado, el
desmantelamiento del andamiaje de dominación y la reconstrucción del movimiento
nacional y que –por tanto- se imponen a todos los espacios y colectivos
militantes nuevas tareas y responsabilidades de cara a una nueva etapa, cuyo
principal desafío es la construcción de una fuerza militante y de mayorías que
sea sostén y ariete para la consolidación del proyecto histórico encarnado por
el kirchnerismo y para la profundización de políticas que garanticen de manera
definitiva la justicia social, la independencia económica, la soberanía
política y el imperio de la verdad y los derechos humanos.
Los
primeros años del gobierno Kirchner,
fueron años de reconstrucción y legitimación del poder de un Estado devastado
en su rol y su credibilidad por décadas de neoliberalismo. Con la crisis y el
estallido del 2001 marcado a fuego, la inmensa mayoría de los actores sociales
y políticos acompañaron este proceso de salida
del infierno sin grandes cuestionamientos.
Incluso
los sectores dominantes, quizás por temor a profundizar una crisis de
gobernabilidad de la que aún no se había salido del todo, o con la expectativa
de poder condicionar a un gobierno al que consideraban débil por su origen, no
enfrentaron de manera frontal las políticas impulsadas y operaron en las
sombras a través de quienes se mostraban como más permeables a no hacer olas ni
avanzar demasiado.
El
rol de la militancia en este primer momento, estuvo signado por la
incorporación de aquellos sectores que –ligados a la resistencia y sin
abandonar del todo sus prácticas surgidas al calor de la misma- fueron
confiando poco a poco en el gobierno y comprendiendo la magnitud de la
interpelación política del kirchnerismo, que no venía a remendar un modelo en
decadencia si no a fundar un nuevo proceso político. Las llamadas organizaciones sociales y los organismos de derechos humanos son
los ejemplos más contundentes de esto. También fueron los años en los que a
partir de la idea de la transversalidad se
acercaron diversos sectores provenientes de un progresismo frustrado por la
experiencia del FREPASO y la debacle de la ALIANZA.
El
pejotismo tradicional, por su parte,
osciló entre un cierto acompañamiento a desgano y más por necesidad que por
convicción, la pretensión de
condicionar el rumbo emprendido y/o el enfrentamiento liso y llano. Esto
comenzó a resolverse en las elecciones legislativas de 2005, cuando el Frente
Para la Victoria
derrotó de manera contundente al duhaldismo
en la Provincia
de Buenos Aires.
Podría
pensarse que, en esta primera etapa, el
kirchnerismo era aún una identidad en construcción y expresaba una amalgama de
viejas prácticas a veces hasta contradictorias, y el rol de la militancia no
iba mucho más allá de acompañar el proceso y canalizar demandas de los sectores
más postergados.
Con
la asunción de nuestra Presidenta en 2007, se inicia un nuevo momento, en el cual un gobierno que había reconstruido
las funciones básicas del Estado y recuperado su legitimidad, emprende de
manera decisiva la tarea de consolidar lo logrado hasta ese momento y avanzar
en la construcción de un modelo de país
con autonomía nacional y justicia social.
Esto
implicó una dura puja con los poderes fácticos de nuestro país, que no estaban
dispuestos a resignar de buena manera los privilegios obtenidos durante décadas
de políticas antinacionales y antipopulares. El conflicto con la patronales
agropecuarias alrededor de la
Resolución 125, marcó el comienzo de una nueva etapa signada
por una agresividad inusitada de los sectores dominantes hacia el gobierno, al
punto de intentar instalar un clima
destituyente que pusiera fin al mismo o al menos lo condicionara
fuertemente. En este marco, aquellos que de manera especulativa y/o oportunista
habían acompañado hasta aquí al kirchnerismo, se alejan en busca de los calores
del poder, previendo el fin del proceso iniciado en 2003.
La
respuesta del gobierno, a contramano de los manuales construídos por la clase
política desde el retorno democrático, fue la de enfrentar la resistencia de
los sectores del privilegio y profundizar el camino emprendido. La estatización
de las AFJP y Aerolíneas Argentinas, la
Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la Asignación Universal
por Hijo y el Matrimonio Igualitario, fueron algunas de las respuestas que dio
el kirchnerismo ante la agresión de los poderes fácticos y la pretensión de los
mismos de construir un relato distante de la realidad efectiva que les
garantizara mantener la hegemonía ejercida durante décadas.
Es
a partir de este momento cuando el proceso político adquiere una nueva
dinámica, y la movilización social y la militancia vuelven a adquirir una
relevancia que parecía abandonada en el arcón de los recuerdos de la política
argentina, y cuando decenas de miles de jóvenes ganan la calle y comienzan a
organizarse en defensa de un gobierno del que ya no podían caber dudas respecto
de sus intenciones reparadoras.
La
nueva y la vieja militancia comienzan a constituirse en diversos colectivos
políticos, sociales y culturales signados por la heterogeneidad y por
procedencias, prácticas y expectativas diversas que confluyen paulatinamente en
una nueva identidad: el kirchnerismo. El proceso de movilización va adquiriendo
poco a poco una mayor organicidad, aunque signada aún por cierto espontaneísmo
y heterogeneidad. Así, lo que al mismo tiempo enriquece en primera instancia el
proceso, dificulta la consolidación de herramientas políticas que den cauce
organizativo y político a lo nuevo.
Es
en el marco de esas luchas, de esas movilizaciones, cuando el kirchnerismo
termina de consolidarse como proyecto histórico de los sectores populares, lo
que comienza a ser inocultable a partir de los festejos del Bicentenario y que
adquiere una magnitud aún mayor en las jornadas de octubre de 2010, cuando el
Pueblo –y especialmente la juventud- despidieron a Nestor Kirchner de manera
masiva.
II-
EL KIRCHNERISMO COMO IDENTIDAD Y COMO PROYECTO
HISTÓRICO
Ningún
proyecto histórico de corte popular nace de sí mismo, si no que abreva en y es
heredero de tradiciones y proyectos históricos pretéritos a los que viene a
rescatar y resignificar en un nuevo contexto, amalgamando viejas y nuevas
identidades y –fundamentalmente- conjugando demandas del pasado con otras
surgidas en la actualidad reciente.
En
ese sentido, creemos que el debate acerca de si el kirchnerismo es una etapa
más o será una identidad superadora del peronismo, que se da en ciertos ámbitos
en el presente, posee relevancia política, intelectual y cultural, pero no es
determinante ni excluyente respecto de la acción concreta y del rol de la
militancia en la actualidad.
Quienes
formamos parte del Centro Cultural Héctor Oesterheld, sintiéndonos parte de un
movimiento nacional y popular que asumió diversas identidades a través de
nuestra historia, creemos que lo central es reconocer en el kirchnerismo al
nuevo proyecto histórico que expresa los intereses de las mayorías y de los
sectores populares, y que más allá de los rótulos, logró construir una nueva
síntesis que abreva y tiene como pilar fundamental al peronismo, pero que
–heredando también la tradición movimientista del mismo- de ninguna manera es excluyente
respecto de otras identidades y tradiciones.
En
nuestra historia, el proyecto nacional adquirió diversas formas e identidades
tanto desde el ejercicio del poder estatal en los momentos de avance popular,
como desde la resistencia en las etapas de hegemonía de las clases dominantes.
Así como en el siglo XIX el embrión de un proyecto nacional y popular fue
sembrado por los hérores de la
Independencia y expresado con posterioridad por el primer
federalismo y los caudillos del interior y sus montoneras; fue el Yrigoyenismo
a comienzos del siglo XX el que
constituyó la identidad política mayoritaria de los sectores populares
cuando entró en crisis el modelo agroexportador y dependiente.
En
ese sentido, es indiscutible que el peronismo ha sido, desde mediados del siglo
pasado, la identidad de la clase trabajadora y los sectores subalternos, ya que
en tanto proyecto histórico que se concretizó desde el Estado, logró sintetizar
las demandas, expectativas y anhelos de la inmensa mayoría de nuestro pueblo durante
décadas.
Y
esto es así, más allá de las traiciones
y defecciones de muchos dirigentes que después del retorno democrático y con
mayor desparpajo durante el menemato, pretendieron alvearizarlo y transformar esa identidad política, social y cultural
esencialmente revulsiva y transformadora del orden de las clases dominantes, en
un simple rótulo partidocrático y demoliberal gerenciador del statu-quo, al que podemos definir como pejotismo. En ese sentido, el
kirchnerismo vino a restituir al peronismo su condición de hecho maldito, retomando su carácter transformador .
No
puede caber dudas acerca de que el kirchnerismo es heredero de la inmensa
tradición del movimiento nacional y popular y –sobre todas las cosas- es hijo
del peronismo y que –como tal- expresa fundamentalmente esta identidad que fue
durante más de sesenta años la expresión de los sectores populares en nuestro
país. No obstante, así como expresa una continuidad de esa tradición, es
imposible no reconocer que la misma se ha enriquecido a partir de la
incorporación de otras tradiciones y experiencias de lucha de nuestro pueblo
El
kirchnerismo, entonces, es peronismo. Pero el kirchnerismo es también hijo y
heredero de la militancia transformadora de la juventud de los setenta, como
así también lo es de la lucha de los organismos de derechos humanos y de la
resistencia al neoliberalismo de los noventa.
Quienes
piensan al kirchnerismo como un simple liderazgo partidario más, pierden de
vista su dimensión en tanto nuevo proyecto histórico de los sectores populares,
que incorpora al tronco de un movimiento nacional y popular frentista por
definición, nuevas demandas, tradiciones, prácticas e identidades.
Y
quien mejor comprendió esto, fue Néstor Kirchner, que entendió que para
construir una Patria con Justicia y Autonomía era imprescindible la
reconstrucción de un movimiento nacional y popular dinámico, que rescatando lo
mejor de sus tradiciones, incorporara nuevos sectores e incluyera otras
identidades forjadas al calor de la resistencia a la dictadura y el
neoliberalismo.
En
ese marco es que consideramos que el kirchnerismo es peronismo en su mejor
versión: transformadora, revulsiva y frentista; y que uno de los grandes
desafíos de la etapa que comienza es que el peronismo sea a partir de ahora
necesariamente kirchnerismo, en tanto el proyecto histórico que este encarna
expresa un nuevo momento del movimiento nacional.
III- EL KIRCHNERISMO, LA MILITANCIA Y LA BATALLA CULTURAL
La
idea de batalla cultural atraviesa el
discurso de la intelectualidad que se siente parte de nuestro proyecto; como
también de algunos sectores que se oponen al mismo. Nuestra Presidenta, en
varias oportunidades ha hecho referencia a esta idea. Pero: ¿Qué significa esta
batalla cultural? ¿Qué implicancias
tiene y que tareas específicas impone a quienes como militantes provenientes
del ámbito de la cultura nos sentimos parte de este proceso?
En
el marco que venimos analizando, la idea de batalla
cultural es inseparable de la idea de disputa por la hegemonía en una sociedad, y tiene implicancias respecto de lo
político, lo histórico y lo específicamente cultural. En los relatos acerca del
pasado, el presente y el futuro que confrontan en la Argentina y en la Latinoamérica de
hoy, subyacen proyectos políticos, sociales y culturales antagónicos, que
responden a intereses y cosmovisiones contrapuestas.
Consideramos
que del resultado de esa disputa ideológica y cultural depende en gran medida
la viabilidad de consolidar y profundizar en el mediano y en el largo plazo en
nuestro país y nuestra región un proyecto que se sustente en y gobierne para las mayorías.
La
reciente victoria electoral del 23 de octubre, con todo el aparato cultural y
mediático de los sectores dominantes
intentando horadar las bases de sustentación de nuestro proyecto y la
legitimidad de nuestra conductora y Presidenta, ha sido aleccionadora y
esperanzadora respecto de la conciencia que nuestro Pueblo acerca de sus
propios intereses. También en otros países de la región, con los que
compartimos historias, intereses y proyectos comunes, ha habido rotundas
muestras de que los Pueblos de Sudamérica se han puesto de pie en defensa de
los gobiernos populares surgidos en estos años. Pero no hay que confundir el
consenso social coyuntural, o las victorias electorales que expresan ese
consenso, con una victoria cultural o ideológica que ponga fin a la hegemonía
de los sectores del privilegio.
Años
de aquello que Jauretche denominaba colonización
pedagógica y que no es otra cosa que el conjunto del aparato mediático,
cultural y educativo puestos al servicio del relato construído por los sectores
dominantes a imagen y semejanza de sus intereses, han calado hondo en el sentido común de nuestras sociedades y
fundamentalmente de los sectores medios de las mismas, que si bien pueden
acompañar de manera esporádica los proyectos de corte popular, suelen ser
permeables a la retórica de los sectores dominantes.
Desandar
décadas de hegemonía implica
plantearse una disputa de largo plazo para la cual hay que construir herramientas
y delinear estrategias específicas para una batalla que es integral, que se
libra en diversos ámbitos.y que es esencial para la consolidación del camino
emprendido.
El
sistema educativo es uno de esos espacios de disputa, en el cuál tanto en los
contenidos como en las prácticas concretas de los diversos actores y agentes
del sistema subyacen esas cosmovisiones en disputa respecto del futuro. Mucho
se ha avanzado en este espacio en los últimos años, más allá de todo el camino que falta recorrer. Las
iniciativas ligadas a la política de derechos humanos y a la revisión del
pasado, por ejemplo, tuvieron hacia el interior del sistema educativo un efecto
fundamental a la hora de poner en crisis los relatos tradicionales acerca del
pasado –reciente o no- y a comenzar a derrumbar el mito de una objetividad ficticia y funcional a los
intereses dominantes.
El
debate alrededor de la Ley
de Servicios de Comunicación Audiovisual fue otro hito en esta batalla cultural, no sólo por sus
implicancias respecto de la legislación, si no –y fundamentalmente- porque puso
al descubierto ante amplios sectores de nuestro Pueblo los intereses que se
mueven detrás de la supuesta objetividad e
independencia de los grandes medios
de comunicación.
También
los festejos del Bicentenario de la Patria tuvieron un fuerte
efecto en la reconsideración de muchos sectores sociales respecto de la
historia de nuestro país, confrontando fuertemente con los relatos de la
historiografía liberal. La fuerte impronta latinoamericanista de los festejos
evidenciaron al mismo tiempo otra matriz
ideológica, distinta de la tradicionalmente propuesta por los sectores
dominantes, eurocéntrica y
antipopular.
Podríamos
continuar citando experiencias aisladas o articuladas que en estos años aportaron
en esta batalla cultural que puso en cuestión como nunca antes en nuestra historia la hegemonía cultural de los
sectores del privilegio. Iniciativas como el canal Encuentro; películas como “Belgrano”
o “Revolución. El cruce de los andes”,
son algunos de las decenas de ejemplos que podríamos dar y que han aportado de
distintas maneras a la construcción de otro relato, más acorde con los
intereses de nuestro país y de nuestro pueblo.
Sin
embargo, si pensamos que la etapa que se abre es la de la profundización y
consolidación del proyecto nacional y popular, en su dimensión cultural e
ideológica, creemos que esta profundización implica el salto cualitativo de la
puesta en crisis de la hegemonía de
los sectores dominantes a una disputa abierta y sin concesiones por la hegemonía
cultural en nuestras sociedades,
que garantice la continuidad y la permanencia de los proyectos proyectos
populares en el mediano y largo plazo.
Esto
implica necesariamente la construcción de herramientas y de estrategias que
articulen las experiencias existentes, que sumen nuevos actores e iniciativas y
que –fundamentalmente- ayuden a construir una praxis integral, que opere sobre la realidad y sobre el ámbito de
la cultura. La construcción de una política cultural que dé cuenta de esta
nueva etapa y de sus necesidades nos pone ante nuevos desafíos pocas veces
encarados por la militancia de manera sistemática, y es el rol de aquellos
espacios e individuos provenientes de los diversos ámbitos ligados a lo
cultural, asumir la tarea de delinear, pero sobre todo de accionar de manera
conjunta en los próximos años.
En
el ámbito de lo que comúnmente se denomina el espacio cultural, conviven en realidad diversos componentes con
tradiciones, prácticas e identidades diversas y que, de cara a la construcción
y consolidación de una política cultural del kirchnerismo deben ser tenidas en
cuenta, articuladas entre sí y con las áreas del Estado pertinentes y dotadas
del máximo grado de organicidad posible teniendo en cuenta sus particularidades.
Las
áreas de cultura de las diversas organizaciones políticas del
kirchnerismo; los colectivos culturales
militantes que se sienten identificados y parte de este proceso; los artistas populares que adhieren en
distinto grado y con diversa organicidad al mismo; los integrantes de los medios de comunicación que son parte del
campo nacional y popular; y el sector del campo
intelectual y académico que acompaña y ayuda a dar sustento teórico al
kirchnerismo en tanto proyecto histórico;
son algunos de los actores que pueden y deben ser integrados en una política cultural que se proponga
cumplir su papel como parte del movimiento nacional y popular en la
profundización y consolidación de este proceso.
IV- NECESIDAD DE CONSOLIDAR LA FUERZA ORGANICA
DEL KIRCHNERISMO
Entre
el 27 de octubre de 2010 y la abrumadora victoria de Cristina el 23 de octubre,
pasó casi un año cuyas características distintivas fueron cierto desconcierto
de los sectores dominantes y la incorporación de decenas de miles de jóvenes a
la militancia del Proyecto Nacional. Un nuevo sujeto movilizado que comenzó a
organizarse y verse a sí mismo como el garante de la continuidad y de la
profundización del proyecto político encabezado primero por Néstor y conducido
ahora por Cristina Fernández de Kirchner.
A
diferencia de las etapas descritas anteriormente, se combinan en la coyuntura
actual tres elementos que definen un escenario novedoso y promisorio, pero
plagado de desafíos. En primera instancia, la abrumadora victoria electoral del
23 de octubre puso blanco sobre negro respecto de la representatividad y el
liderazgo ejercido por Cristina en vastos sectores de nuestra sociedad, que
aprueban y avalan las políticas impulsadas desde 2003.
Este
liderazgo ejercido sobre la amplia base social que sustenta este proceso, está
a su vez acompañado por un reconocimiento general del conjunto de los actores
que acompañan este proceso y forman parte del movimiento nacional, respecto de
la indiscutible jefatura política del mismo por parte de nuestra Presidenta, a
quien ya nadie discute como conductora.
Por
último, estos dos elementos se combinan con la firme decisión de Cristina de
construir y consolidar la fuerza orgánica de este proceso político con eje en ese nuevo sujeto surgido al calor
de las batallas emprendidas por el kirchnerismo, y que no es otro que una
juventud movilizada y organizada. La demanda repetida en numerosas
oportunidades por diversos sectores de la militancia nacional y popular desde
el 2003 hasta la actualidad, el reclamo de construir la “fuerza propia” de este
proceso político, pierde actualidad desde el momento en el cual nuestra
Presidenta toma la decisión política de construir esa fuerza que canalice y de
cauce a la militancia más genuina del proyecto nacional.
En
este marco, de entre todas las organizaciones surgidas al calor de este proceso
político, La Cámpora adquiere
una relevancia especial por ser la que canaliza a la inmensa mayoría de la
nueva militancia y por ser la organización a la que quien la conductora de este
proceso político decide encomendarle la tarea de convertirse en la principal
herramienta de construcción de la fuerza
propia del kirchnerismo y en el factor
ordenador de la política.
Si
a esto le sumamos que una de las características fundamentales de este proceso
político ha sido que la conducción del mismo –desde 2003 a la fecha- ha sido
quien impulsó la agenda transformadora por sobre cualquier demanda parcial o
sectorial, interna o externa, no quedan dudas respecto de que la tarea de toda
la militancia genuinamente comprometida con este proyecto es la de fortalecer y
consolidar el espacio que encarne de manera más clara la organicidad del
kirchnerismo.
En
un contexto en el cual los sectores dominantes están agazapados esperando el
primer traspié para volver a intentar debilitar al gobierno, y en el marco de
un proceso cuyo sustento político, social y electoral sigue siendo un amplio
espacio en el que conviven militantes y dirigentes genuinamente comprometidos
con otros que adhieren a desgano o por especulación, no hay tiempo que perder y
es imprescindible que los sectores que acompañan a este proceso político por
convicción estén organizados y se constituyan como la principal herramienta de
disputa, defensa, movilización y consolidación del kirchnerismo.
Hemos
visto como los discursos y la prácticas que pretenden condicionar o tensionar
al gobierno, aunque abreven en un discurso de izquierda y transformador, no
hacen otra cosa que ser disruptivos del proceso e incluso funcionales a los
sectores más especulativos y menos transformadores del pejotismo, que si bien acompañan este proceso, suelen –y la
historia reciente lo demuestra- ser proclives a acordar con los sectores
dominantes en nombre de una supuesta política
de diálogo que no parte de otra
premisa posible que la de hacer la concesión de no profundizar este proceso.
Si
como dijimos, creemos que el kirchnerismo es la identidad un nuevo proyecto
histórico favorable al campo nacional y popular, y si entendemos que el sujeto
de ese proyecto emergió finalmente en las jornadas de octubre del año pasado,
llegó la hora de abandonar definitivamente las vanidades personales y
colectivas, de desterrar la especulación política y de subordinar los intereses
parciales –por más genuinos que sean o parezcan- al interés general y a las
necesidades de un proceso que necesita la consolidación de esta fuerza propia.
El
momento político en que nos encontramos es una bisagra en nuestra historia, en
la cual lo que está en juego es la consolidación en el largo plazo de un proyecto
de corte nacional y popular que termine definitivamente con la Argentina del privilegio
y la sumisión ante los poderosos. Décadas de luchas de nuestro pueblo, miles de
vidas entregadas en pos de un país más justo, y –fundamentalmente- los millones
de humildes de nuestra Patria, nos imponen la obligación de actuar con
responsabilidad, compromiso y generosidad política para no dejar pasar esta
oportunidad única.
Para
ello, es imprescindible que el conjunto de la militancia de un salto
cualitativo y deje atrás la fragmentación, la especulación y el ombliguismo, y
se entregue a la tarea de construir y consolidar la fuerza política que sea
capaz de garantizar la continuidad y la profundización del proceso iniciado en
2003, y que logre trascenderlo en el largo plazo. Contamos con el liderazgo y
la decisión de nuestra Presidenta y con el acompañamiento de nuestro Pueblo.
Es
en este marco, que quienes integramos el Centro Cultural Héctor Oesterheld,
decidimos incorporarnos a La Cámpora, ya que
creemos que es esta organización la que mejor expresa al kirchnerismo como identidad política, la que nuestra conductora ha
elegido como eje para la construcción de la fuerza
propia, y la que el nuevo sujeto juvenil vislumbra como la herramienta para
su incorporación a la política.
Lo
hacemos desde nuestra especificidad y nuestra historia como colectivo
político-cultural, con la convicción de que tenemos un rol que cumplir, en el
marco de esta batalla cultural a la que hicimos referencia, y sin más
pretensiones que la de asumir la tarea que nos compete como militantes en este
proceso de liberación nacional y social iniciado en Mayo del 2003 por Néstor Kirchner, y continuado y
profundizado hoy por nuestra Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
17 DE NOVIEMBRE DE 2011
CENTRO
CULTURAL HECTOR OESTERHELD
En
LA CAMPORA
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