martes, 21 de junio de 2011

EL PANCHERO DE CALLE CORRIENTES Y LA BATALLA CULTURAL

El cartel, escrito a mano y con la mayor prolijidad posible, reza “Sin joda. El mejor pancho de Capital”. En la Avenida Corrientes, casi esquina Montevideo, los transeúntes apurados observan de costado el cartel y sonríen. Algunos, unos pocos, se detienen y compran algunas de las delicias anunciadas.

Hasta aquí, nada demasiado sorprendente para quien esté acostumbrado a recorrer las calles de cualquier gran ciudad de nuestro país. Lo que llama la atención es lo que sigue. En otra hoja, adosada a la que sostiene la leyenda antes descrita, en prolijas letras impresas en computadora, fondo rojo y borde negro, se lee “NAC & POP”.

Me detengo.

Acerco mi mirada y, por debajo y en letras más pequeñas, también de computadora, continúo leyendo: “Nuestros panchos son 100 % carne, ahumada y con piel! Nuestros panes artesanales. Los chivitos y hamburguesas de prima. La onda rioplatense no es mac, es nac”.

En primera instancia refriego mis ojos para ver si leí bien. Corroboro que entendí e intento reconocer al dueño del puesto de panchos. Debe ser un compañero, Capaz que lo conozco, me digo a mí mismo.

Observo detenidamente al morocho que mientras empana salchichas y las riega con ketchup a toda velocidad canturrea una melodía, pero no lo reconozco. Presto atención entonces a la radio encendida, con música a medio volumen, esperando escuchar una zamba de Zitarrosa o de Yupanqui; tal vez un tango del Polaco; a lo sumo algún tema la Bersuit, Divididos o Los Piojos. Pero no. Suena un reggaeton poco militante y el desconcierto es casi total.

No entiendo ¿Será que mis prejuicios de pequebú no me permiten comprender del todo la profundidad de lo que está pasando a nivel cultural en nuestro país? ¿Estaré tan colonizado por el discurso progre universitario que tanto mamé, como para sorprenderme ante algo que simplemente debería alegrarme? ¿Seré un pichón de Beatriz Sarlo (menos gorila por cierto) que se siente descolocado ante la naturalidad con la que los sectores populares expresan su adhesión ideológica al proceso político en marcha?

Me espanto de sólo pensar en estas cosas, y detengo la autoflagelación ideológica en este punto, aunque no encuentre una definitiva respuesta a tan angustiantes preguntas.

Para consolarme recuerdo, en cambio, que hasta hace no demasiado tiempo, decirse nacional y popular era algo poco común, ajeno al lenguaje cotidiano y decodificable tan sólo en los círculos militantes. Para algunos, incluso, era una extravagancia o un anacronismo. Incluso para algunos de los que hoy forman parte de esto que se denomina kirchnerismo.

Es común identificar los signos de los tiempos que corren en los grandes escenarios y las grandes discusiones. Un estadio o una plaza llena hace varios años que dejaron de sorprendernos. Las discusiones respecto de la objetividad de los relatos acerca del pasado y el presente en horario central televisivo son cosa a esta altura cotidiana. Y en esos grandes escenarios y discusiones es donde solemos ver la profundidad del cambio producido en estos ocho años.

Sin embargo, es en la cotidianeidad de los ignotos, es en la experiencia diaria de los pancheros de la calle Corrientes o las maestras jardineras de Llavallol, en el lugar en el que se libran los combates decisivos de esta batalla cultural inmensa que estamos dando.

Y este relato que termina, es el relato de dos pequeñas victorias paralelas que expresan parte de esa batalla, que se libra tanto en la conciencia política de los laburantes, como en los prejuicios de nuestra clase media comprometida e informada.

Esto es así, aunque la Sarlo (vade retro) sostenga livianamente que en este país “casi nadie discute de política”.

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