viernes, 26 de abril de 2013

EL CIRCO POLITICO PORTEÑO


Hace algunos años, en una entrevista concedida al gran diario argentino, el Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Ingeniero Hernán Lombardi, proponía livianamente la creación de un circo desde el cuál contratar a los chicos de la calle “que hacen piruetas en las esquinas”. No es necesario escarbar demasiado para encontrar cuál es el lugar que este señor asignaba a las expresiones de los sectores populares: ser una atracción circense, una diversión exótica para entretener a los hijos de las familias de barrio norte.

Hoy, vimos en vivo y en directo como la flamante Policía Metropolitana reprimía sin miramientos a los trabajadores y pacientes del Hospital Borda para intentar imponer la construcción de un centro cívico que es parte del inmenso negocio inmobiliario promovido desde el gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Estos dos hechos, que parecen no tener vinculación el uno con el otro, no son otra cosa que dos caras de la misma moneda. Porque por grotescos que parezcan, y más allá de escandalizar menos de lo que debería escandalizar, no son otra cosa que una explicitación –burda, por otra parte- de la ideología que subyace en el discurso de los sectores que hoy se autoproclaman como los defensores de la república: un retorno a la más rancia tradición del liberalismo argentino, para el cual el otro (llámese este loco, gaucho, laburante, indio, inmigrante o cabecita negra) siempre estuvo más ceca del mono o del elefante que del humano civilizado del que se pretende encarnación absoluta. 
A su vez, si uno combina este tipo de acciones y definiciones con aquellas que rodean los debates acerca de la “inseguridad”, la democracia republicana, o incluso con las distinciones acerca la capacidad de elección de los sectores populares (suburbanos o rurales) respecto de la de los sectores medios-altos, (cultos y urbanos), enseguida queda al descubierto qué tipo de república propugnan estos nuevos demócratas: una pseudorepública segregada, en la cuál los privilegios de unos pocos estén garantizados por una nueva variante de apartheid constituido por circos, cárceles, hospitales y derechos diferenciados de acuerdo a la condición social. 

Para ilustrar un poco más cuál es la idea de república y de democracia que ostentan los exponentes de la nueva derecha vernácula, podemos citar las palabras del Diputado Agüad esta semana en el recinto de la Cámara de Diputados de la Nación. Sin ponerse colorado, el radical sostuvo que el kirchnerismo "al único pueblo al que no le tiene miedo es al de choripanes y colectivos".

Está clarísimo entonces. Para ellos, el sujeto político de esa república democrática imaginaria no es otro que el que caceroleaba hace unos días en las plazas céntricas de las grandes ciudades, caracterizado por un pasar económico acomodado, por el acceso a ciertos niveles de escolarización y por una relativa homogeneidad en sus consumos culturales. Su idea de república excluye de manera decisiva a todo lo que considera diferente.

Decíamos hace poco respecto del cacerolazo de la semana pasada y la agresión al busto de Nestor Kirchner, que estos sectores tienen una idea de argentinidad idéntica a sí mismos, negadora de quienes puedean expresar, propugnar o representar ideas alternativas de esa identidad tradicional y hegemónica hasta hace poco tiempo. Creyéndose poseedores de la razón y la cultura, consideran disminuídos en su capacidad de decisión y elección a aquellos que no son como ellos.

Este discurso, en el fondo, no presenta demasiadas novedades en la historia de nuestro país. Como decíamos antes, para el liberalismo argentino el otro siempre fue un ser privado de derechos y garantías. Desde el discurso higienista de fines del siglo XIX, pasando por la calificación de “aluvión zoológico” para quienes entraron a la historia el 17 de octubre del 45, hasta las políticas de exterminio implementadas por la última dictadura militar, se dibuja una línea de continuidad que promueve una república para pocos a costa de la exclusión de las mayorías.
Lo que es al menos novedoso, es la actual pretensión de desideologizar este planteo profundamente ideológico y reaccionario, naturalizándolo y/o disfrazándolo de simple pragmatismo. En el reportaje citado al comienzo, el Ing. Lombardi se autodefine como afiliado al “PC... partido de lo concreto”. Como complemento, en la misma edición del tradicional matutino porteño, la Dra. Carrió plantea que “el problema de la Argentina no es ideológico, sino moral”, párrafos antes de explicitar que no va a confrontar con Macri “porque es opositor...”.
La coincidencia de estos planteos parece una rémora tardía del relato acerca de la “muerte de las ideologías” de los noventa, que no pretende otra cosa que velar lo que realmente está en debate en la Argentina actual: qué sectores sociales deben ser los principales beneficiarios del crecimiento económico y qué rol le cabe al estado (y a la política) en ése debate. Aquellos que propugnan con mayor o menor sutileza el circo o la cárcel para los sectores populares, aquellos que reprimen a los trabajadores e internos de un hospital, están tomando partido claramente en esa discusión: están diciendo que los beneficiarios del crecimiento deben ser los mismos que se beneficiaron durante un cuarto de siglo de neoliberalismo y que el estado debe ser el garante, por diversos medios, de esa desigualdad social que les garantice el monopolio de la razón, la cultura y la argentinidad.

Pretender que este debate no es un debate ideológico es una inmensa falacia o, como diría el maestro Jauretche, una nueva Zoncera. Una zoncera que viene a agregarse a la larga lista promovida por el liberalismo argentino desde hace más de un siglo. Una hija más de la madre de todas las Zonceras, “Civilización o Barbarie”.
Mientras tanto, y ante tanta confusión promovida desde diversos medios políticos y periodísticos, estamos aquellos que creemos que la actual coyuntura de crecimiento se debe profundizar con una mayor inclusión social y política de los sectores populares, y que el estado debe ser quien garantice este camino.
Para esto, sería bueno poner cada cosa en su lugar: que los dinosaurios vuelvan a los museos y que los circos abran sus puertas, no a los chicos, sino a los gorilas.

sábado, 20 de abril de 2013

NO PASARAN


Hermosa canción de Carlos Mejía Godoy, compuesta durante la revolución nicaragüense.
Interpretada en el festival de 1985 por la paz en centroamérica, del que participaron numerosos artistas latinoamericanos. Cantan aquí los cachorros de Sandino.

"Aunque no estemos juntos, te lo juro...
NO PASARÁN!!!"

EL BUSTO DE NESTOR. EL AMOR VENCE AL ODIO

El busto estaba ahí, en medio de esa plaza inundada de odio. Rostros rubios, ojos inyectados de veneno, manos agitando palmas o cacerolas. No puedo decir exactamente cuántos eran. Ochocientos quizás. Mil con toda la furia. 

Iban y venían por la plaza y sus alrededores. Se saludaban afectuosamente entre ellos. Llevaban algunos cartelitos  prolijamente impresos. Otros escritos a mano. Las consignas eran variadas, aunque primaban las referidas a la inseguridad y los insultos a la Presidenta y su familia. Se veían también algunas, pocas, banderas argentinas.

Cuando gritaban, coreaban consignas que se pretendían patrióticas y republicanas. Pedían libertad, democracia, honestidad, respeto. Al menos eso decían. Se los notaba seguros de sí mismos. Convencidos de representar la escencia de una argentinidad ancestral actualmente en riesgo.

Nosotros éramos apenas cuatro compañeros. Por casualidad o no estábamos en las cercanías de la plaza y quisimos ver, observar. Queriamos corroborar con nuestros propios ojos cuan masiva era la convocatoria y cuál el componente social y político de este fenómeno tan promocionado por los grandes medios de comunicación. Eramos tres hombres y una mujer embarazada. Todos militantes. Observábamos con interés lo que ocurria. Mirábamos desde prudente distancia.  No queriamos ni ser identificados, ni ser confundidos con los caceroleros. 

En una de las tantas recorridas que emprendía el grueso de los manifestantes arededor de la plaza, vimos cómo un grupo de unos veinte o treinta caceroleros comenzó a rodear el busto de Nestor. El mismo que fue colocado hace poco tiempo junto a los de Perón y Eva. Gritaban desaforados. Insultaban, maldecían, escupían. Vociferaban su odio como si fueran dueños indiscutidos de la escena. Pero estábamos nosotros.

Si uno pudiera tomar distancia, diría que lo que se veía, parecía una de esas escenas características de regímenes depuestos que cada tanto se ven por televisión. En esos casos, los símbolos del poder caído son vilipendiados, derrumbados y ofendidos por la primer avanzada de los destructores del viejo orden. Obviamente estos casi nunca son los constructores del nuevo orden resultante de estos terremotos políticos, pero eso ya es harina de otro costal.


Lo importante, es resaltar que quienes estaban alrededor del busto, sentían eso. Lo central a marcar, es que quienes insultaban, escupían y vilipendiaban, tenían la fantasía de estar participando en el derrocamiento de un régimen.


Y es importante resaltar ésto, por dos razones. Primero y principal, porque muestra cuál es el grado de miopía política e histórica de estos sectores. Tienen a todos los grandes medios de comunicación promoviendo estos movimientos destituyentes. Es verdad. Representan a un sector -minoritario, pero un sector al fin- de nuestra sociedad. Es verdad. 


Lo que no logran visualizar, es que la correlación de fuerzas en nuestra sociedad, en el presente, hace imposible pensar en que un movimiento de estas características tenga éxito. No entienden que su aspiración máxima no puede ir más allá de expresar su propia impotencia e histeria. Impotencia e histeria que son consecuencia de no poder construir una alternativa política viable que les permita disputar el poder. Impotencia e histeria por no haber encontrado una figura o una identidad politica que catalice su malestar. Impotencia e histeria de no tener un Capriles a mano, que aunque pierda elecciones cada tres meses, les proporcione un liderazgo. 


En segunda instancia, es importante resaltar esta fantasía de fin de régimen porque, ligada al impulso destructivo de los que deciden derribar una estatua, nos muestra cuál es la idea de democracia de los que anoche blandían sus cacerolas. Para ellos, democracia y república son idénticos a ellos mismos, a sus prioridades y sus intereses. Y niegan, detestan y pretenden destruir todo lo que exprese otra idea de democracia, de Patria o lo que sea. Así de simple. De todas maneras, volveremos sobre este punto más adelante. 


Por lo pronto, volvamos al relato de los sucesos. En un momento, con la plaza aún semipoblada, un grupo empezó a empujar el busto de Nestor hasta que logró tirarlo al piso. Sí, los democráticos, los que piden diálogo y tolerancia, los que exigen respeto, no se contentaron con ensuciar y escribir en el símbolo, necesitaban derrumbarlo. 


Hay un instante en la vorágine de los hechos, en el cual uno deja de medir riesgos, de sopesar las consecuencias potenciales de sus actos, y necesita imperiosamente actuar. Anoche, en esa plaza, el instante fue ése. Cuando derribaron el busto de Nestor, sin necesidad siquiera de consultarlo entre nosotros, los compañeros que estabamos ahí salimos disparados hacia el lugar. Eramos cuatro. Como dije, tres hombres y una mujer embarazada. No confrontamos con los caceroleros. No discutimos. Sólo dijimos una cosa. Lo vamos a levantar. 


Y lo levantamos. Con la ayuda de algunos vecinos que estaban en la plaza y ante la mirada atónita e incrédula de los caceroleros, que empezaron a discutir entre ellos.  Y nos quedamos ahí, parados.  Custodiando el busto nuevamente en pie, hasta que quienes nos rodeaban se fueron alejando sin entender semejante osadía. 


Y aqui es que volvemos al punto anterior. Porque el tema es que ellos no entienden. Se creen tan dueños de esa argentinidad ancestral, de esa supuesta pureza republicana, tan europea ella. No conciben siquiera la posibilidad de que haya otros que tengamos otra idea de la argentinidad. Menos europea y mas latinoamericana. Menos elitista y mas popular. 


Y es que hay algo que hay que reconocerles. De veras expresan un modo de la argentinidad. El problema  es que esa argentinidad ancestral que ellos expresan, es la que niega cualquier otra forma de argentinidad. 


La historia de nuestra Patria está, lamentablemente, poblada de ejemplos de esa identidad negadora de otras identidades. En el discurso primero, y en la práctica despues, sus abanderados negaron la argentinidad de todos aquellos que tuvieron la osadía de proponer alternativas. Con la pluma, con la espada y la palabra. Desde mediados del Siglo XIX, vienen pretendiéndose los dueños de la única argentinidad posible. 


Y es que su argentinidad tiene como condición imprescindible ser negadora de otras. Lo mostraron despues de Caseros. Lo mostraron en la campaña al desierto. Lo mostraron en la década infame. Lo mostraron con la fusiladora. Lo mostraron, de manera terrible, entre 1976 y 1983.

Entonces ese odio, esa impotencia, esa histeria, no son otra cosa que la consecuencia del choque entre su argentinidad ancestral y negadora, y la realidad. Son fruto de la inmensa frustración que les provoca un presente en el cual perdieron el monopolio de la argentinidad. 



Durante casi toda la historia de nuestra Patria fueron los dueños del relato tanto acerca del pasado como respecto del presente. Desde sus manuales escolares y sus diarios de tirada masiva. Desde sus desfiles militares y sus canales de televisión. Pretendieron enseñarnos una historia caricaturizada en la que esa argentinidad ancestral, elitista y oligárquica, era verdad indiscutible. Por suerte no lo lograron.

Hubo momentos en que algunos osados se animaron a poner en tela de juicio ese orden, ese relato hegemónico. Los atacaron y los denostaron. Rosas el tirano. Facundo el bárbaro. Yrigoyen el mediocre. Perón el facista. Nestor y Cristina los montoneros resentidos.

Pero vemos que en realidad los resentidos son ellos. Porque aunque lo deseen no logran negarnos como Pueblo. Ellos necesitan negarnos como mayoría, y negar a los líderes que nos expresan para mantener la ficción de esa argentinidad oligárquica que sólo puede existir si nos niegan o nos barren de la historia. El exilio de Rosas es muestra de ello. La pretención de prohibir hasta el nombre de Perón es muestra de ello. El robo y ocultamiento del cadáver de Evita y los treinta mil desaparecidos, son las muestras más paradigmáticas de esta pretención de negarnos como Pueblo.

Cuando hablan despectivamente del relato para referirse a nuestro discurso respecto del pasado y el presente, no hacen otra cosa que transparentar su desprecio y su odio. Su impotencia y su histeria. Están ante un proyecto que se articula en base a otra idea de argentinidad. Y la sola existencia de ese proyecto y del relato que lo sustenta, desarma su idea de argentinidad negadora y hegemónica. 

Alguien podrá decir que no todos quienes participaron de las manifestaciones son tributarios de esto. Alguno podrá marcar incluso nombres propios y apellidos comprometidos antaño con la vigencia de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Y es verdad. No todos los que cacerolearon añoran la Argentina de Sarmiento y Mitre, la de Rojas y Aramburu, o la de Videla y Massera. No todos son partidarios de esa argentinidad negadora de las mayorías.

El problema, queridos amigos que cacerolean cándidamente, es quién los expresa y los conduce políticamente. El problema no son sus buenas intenciones ni su honestidad. El problema es que son funcionales, una vez más, a los profetas del odio. Porque ellos, y no otros, son quienes se benefician si este gobierno se debilita. Ellos son quienes porotean en su mesa de arena del poder cada cacerola que suena en una equina.

Dicen que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. En nuestra historia, a su vez, el camino de los proyectos oligárquicos y antipopulares, está plagado de Urquizas y Lonardis, de Alfredos Palacios, Balbines e izquierdistas indignados que luego se arrepntieron de sus errores garrafales. 

Por eso la gravedad del episodio del busto de Néstor. Por eso lo peligroso de las pintadas reivindicando a Videla. Porque son amenazas. Porque pretenden ser el huevo de la serpiente de un nuevo proceso de invisibilización de las mayorías, que intenta reinstalar ese relato uniforme y esa argentinidad hegemónica y elitista.

Por suerte, nuestro Pueblo conoce y defiende como nadie sus propios intereses. En su historia demostró que no hay negación posible de la identidad de las mayorías. Cientos de veces levantamos nuestros símbolos mancillados por los profetas del odio. Y hoy los llevamos como bandera.

SABEMOS QUE ESTA VEZ NO PASARÁN.
PORQUE DE UNA VEZ Y PARA SIEMPRE, EL AMOR VENCE AL ODIO.


domingo, 7 de abril de 2013

LA MILITANCIA TAMBIEN ES EL OTRO. CRONICA DE LA SOLIDARIDAD


Por esas casualidades de la vida, no soy platense de nacimiento. 
De todas maneras, me considero platense por haber vivido más de treinta y cinco años, y hasta hace muy poco tiempo, en esa ciudad en la que crecí, estudié, en la que me hice hincha del club de mis amores y en la que comencé a militar políticamente.

Será por esas razones, sumadas a que en sus calles viven mi familia, y tantos amigos y compañeros de toda la vida, que la tragedia provocada por el temporal de lluvia del martes pasado me consternó y me angustió doblemente.

Luego de constatar telefónicamente que los afectos cercanos se encontraban bien, emprendimos el viaje con algunos compañeros para ponernos a disposición de aquello que hubiera que hacer. Lo mismo que nosotros hicieron otros cientos, con los que nos fuimos encontrando por la tarde del miércoles en la Unidad Básica de La Cámpora, en 6 entre 62 y 63. Enseguida, quienes estaban a cargo de organizar la ayuda en primera instancia, nos asignaron tareas, como a todos los allí presentes.

Cada vez que volvíamos al punto desde el cual se organizaba la asistencia a los más afectados, nos encontrábamos con más y más compañeros que la vez anterior. Y no paraba de llegar gente. Militantes, adherentes, conocidos, familiares y ciudadanos sin vinculación alguna con la organización, llegaban y se ponían a disposición. 

Esas primeras horas fueron las más difíciles. El número de víctimas aún no estaba claro y las versiones y rumores circulaban sin pausa, aumentando la ansiedad y la angustia. Los relatos acerca de las situaciones vividas nos iban dejando en claro a todos aquellos que no habíamos estado en la ciudad cuál era la gravedad de la situación e imponían la necesidad de moverse con la mayor celeridad posible.

Así se hizo, y salimos con lo que teníamos en ese momento a recorrer las barriadas más afectadas, intentando delinear colectivamente un panorama lo más certero posible de la situación. Nos encontramos con realidades muy complejas, a las que intentamos darles soluciones con las herramientas disponibles. 

Al día siguiente, el jueves, Unidos y Organizados instaló en la Facultad de Periodismo de la UNLP su comando central, desde el que organizaba la recepción de donaciones, la distribución de la mercadería y la logística necesaria para optimizar la ayuda y la asistencia a los damnificados.

Cada hora que pasaba, llegaban cientos de compañeros desde distintos puntos para ponerse a disposición de una maquinaria de ayuda y solidaridad que se fue construyendo y mejorando en la urgencia, y en la que cada uno de los presentes cumplía un rol. Fue en esas horas, cuando además de lo conmoción y la tristeza por las víctimas y los damnificados, comenzó a apoderarse de nosotros la conmovedora sensación de sentirse parte de una experiencia histórica de solidaridad.

Porque mucho se habla de la solidaridad. Pero pocas veces se la define tan clara y taxativamente como se la definió en estos días, y en la práctica, en la ciudad de La Plata. Porque la solidaridad no es (como pueden pensar y prediicar algunos) dar al otro aquello que nos sobra o no necesitamos. Eso, más allá de lo útil que pueda ser en momentos como este, es simplemente beneficencia, o a lo sumo caridad. La verdadera solidaridad, en cambio, es justamente poner a disposición del otro aquello que necesitamos, aquello que nos hace falta, aquello que no nos sobra. Solidaridad es entrega. Y ser solidario es poner en juego algo de lo propio (el tiempo, la salud, los bienes materiales, etc) en pos del otro.

Lo conmovedor de lo que vimos estos días fue entonces, justamente, ver cómo miles y miles de personas de distinta procedencia, y en distintos sitios, se puso a disposición de ese otro que, en esta oportunidad, eran los damnificados por la tragedia. Quienes formen parte de otros espacios institucionales, sociales, culturales, religiosos y hasta políticos, deben haber tenido una sensación similar en estos días de trabajo arduo. 

Pero la jauretcheana empiria, nos obliga a hablar desde la propia experiencia. Y esa propia experiencia, en este caso, está definitivamente atravesada por el sentirse parte de un proyecto político, el que encabeza nuestra Presidenta; el de pertenecer a una organización, que es La Cámpora; y el de haber formado parte del esquema de trabajo que planteó el espacio Unidos y Organizados. 

Para quienes no estuvieron allí, créanme si les digo que lo que vivimos los militantes en estos días, fue realmente conmovedor desde todo punto de vista: Cientos y cientos de compañeros, miles, poniéndose a disposición de un inmenso dispositivo de asistencia y solidaridad centralizado en la Facultad de Periodismo. 

Y entonces, vimos a militantes anónimos de distritos lejanos durante horas formando inmensas filas para el "pasamanos" de donaciones y mercadería, o cocinando un guiso para los evacuados. 

Y vimos a compañeros con distintos grados de responsabilidad cargando camiones o trasladando gente en un auto para llevar agua o velas a algún barrio.

Y también vimos a nuestros Diputados y Senadores, a nuestros Funcionarios, recorrer el territotrio, poniendo la cara, limpiando un basural o distribuyendo mercadería entre los más necesitados. 

Por supuesto, vimos a la Jefa, a nuestra Presidenta, venir el primer día después del desastre y acercarse a los vecinos afectados. Y volvimos a verla esta tarde, recorriendo escuelas para interiorizarse de la situación, estar cerca de los damnificados y brindarle ánimo a los que hace días no duermen para asistirlos.  

¿Entonces cómo no vamos a llevar con orgullo nuestras remeras y pecheras? Si nunca nos escondimos ni hicimos política a espaldas de la gente. Si basamos nuestra militancia cotidiana en la presencia en el territorio, en los barrios. Si fomentamos permanentemente la presencia de un Estado militante, sin intermediarios. Si somos solidarios todos los días... ¿Qué es lo que deberíamos ocultar? ¿Acaso tendríamos que avergonzarnos de ser aquello que somos?

Que algunos digan, desde la comodidad de sus escritorios o sus teclados de computadora, que pretendemos sacar provecho de una tragedia, es una canallada y una falta de respeto para los miles de militantes que pusimos el pecho sin especular para paliar las consecuencias de esta tragedia, mientras algunos de los agoreros de siempre escondían la cabeza debajo de la tierra. 

Pero es una canallada que no no debe sorprendernos si vemos de parte de quien viene, ya que lo que les molesta (y les molesta profundamente) es que exista esta juventud y esta militancia que crece, se organiza y se compromete con un proyecto de país que restituye y garantiza derechos para todos, todos los días. 

Como respuesta a la canallada, vale la reflexión de un compañero ya entrado en años, mientras retornábamos de una escuela que funcionaba como centro de distribución de donaciones y mercadería para los más necesitados. El dijo, llanamente y con una envidiable frescura: "¿Sabés que es lo bueno de militar acá? Que veo que forman a los pibes para militar haciendo el bien sin especular". 

Porque la militancia bien entendida, la militancia liberadora (esa que aprendimos de Eva, de Nestor y de los treinta mil compañeros desaparecidos), es inescindible del componente solidario, de ese hacer el bien al que se refería el compañero. Quien forma parte de un proyecto transformador y lo hace por convicción, necesariamente tiene que poner en juego su propio bienestar en favor del bienestar de los otros, tiene que arriesgar algo en pos de ese proyecto al que pertenece. Si no es así, la política puede ser posicionamiento o especulación, pero no es realmente militancia, porque como la Patria, la militancia también es el otro.

¿Cómo no vamos a sentirnos orgullosos entonces de esa militancia? 

Yo, como platense y como militante, estaré eternamente agradecido y orgulloso.

Orgulloso y agradecido por haber podido formar parte de esto. 
Orgulloso y agradecido de tener la Presidenta que tenemos.
Orgulloso y agradecido con esos compañeros que, incluso habiendo sido afectados por la inundación, llamaban por teléfono o se hacían presentes para ponerse a disposición.
Orgulloso y agradecido con los más de cuarenta y cinco compañeros que viajaron con nosotros desde Morón (como de tantos otros lugares de la Provincia y el país), faltando a sus trabajos, con las familias a cuestas y abandonando todo para ponerse a disposición de los que más lo necesitan.
Orgulloso y agradecido ante la frase "hay gente que necesita más que nosotros", como respuesta a la pregunta de si la familia de un compañero afectado necesitaba algo.
Orgulloso y agradecido con nuestros dirigentes, que sin veleidad alguna, asumieron su rol y se pusieron a la cabeza de este inmenso operativo de asistencia y solidaridad, en el que Estado, militancia y organizaciones  trabajaron de manera conjunta. 

Orgulloso y agradecido de que, como le escuché decir a otro compañero, esta juventud, esta militancia, esté dispuesta a dejar todo, solidariamente, para garantizar que los más humildes no pierdan nunca más aquellos derechos que les fueron restituídos, por ninguna causa, sea de la índole que sea.