Cinco instantáneas de
la calle kirchnerista
PRIMERA POSTAL. LA ESMA
“Vengo a pedir perdón
en nombre del Estado por la vergüenza de haber callado durante veinte años”, dijo
Él. Y la vida de muchos de nosotros cambió para siempre.
Ya habían pasado varios meses de gobierno y muchos
militantes mirábamos con buenos ojos y hasta adheríamos tímidamente a algunos
espacios que empezaban a expresar esa novedad política que nadie sabía aún
definir con precisión.
Algunos lo habíamos votado y otros no, pero no importaba. Veníamos
de varios y variados fracasos y la incredulidad y el escepticismo acumulados se
fueron despejando poco a poco a fuerza de gestos, palabras y medidas desde el
25 de Mayo de 2003, cuando Él anunció que no
iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno.
Pero ese día nos marcó a fuego. Por primera vez sentimos que
un gobierno era nuestro gobierno y
que un Presidente era nuestro Presidente.
Ese día, por primera vez, nos
sentimos kirchneristas.
Recuerdo que después del discurso, recorriendo el predio de
la ya ex-ESMA, nos encontramos con varios compañeros con los que nos mirábamos
de reojo, como incrédulos aún de lo que estábamos viviendo, pero con la certeza
de estar viviendo un hecho histórico.
Recuerdo al Ruso,
a Anita, a Matías y a tantos otros con los que habíamos compartido
movilizaciones y asambleas, pequeñas victorias y –sobre todo- grandes
frustraciones. Nadie sabía muy bien
qué era lo que estaba pasando, pero todos sentíamos
que a partir de ese día, ya nada iba a volver a ser como antes.
Recuerdo la vuelta, y el café con
Miriam en el bar de la estación de
Retiro, cuando sin decirnos nada y con la sonrisa todavía dibujada, nos
juramentamos en silencio y por primera vez, respecto de que ésta era la oportunidad que como militantes
no podíamos ni íbamos a dejar pasar.
SEGUNDA POSTAL. LA 125
Esa noche de marzo de 2008 frente a la Plaza San Martín de La Plata éramos pocos
compañeros. No más de cien. La
Presidenta había pronunciado aquel discurso con la célebre frase
que hacía alusión a los piquetes de la
abundancia, y de repente las calles céntricas de las grandes ciudades se
habían llenado de caceroleros que
venían a escupirnos el asado.
Apenas habían pasado unos pocos meses de la elección
presidencial y nos sorprendía y desconcertaba tanto odio. Ya éramos
decididamente kirchneristas, pero
hasta ese momento la defensa del proceso
no había implicado para muchos de nosotros más que acompañar y aplaudir las
medidas del gobierno, asistir a alguno que otro acto y militar en nuestros
propios ámbitos. Pero esa noche había que
poner el cuerpo de verdad.
La consigna de nuestro lado era simple: defender en la calle al
gobierno y al proceso político iniciado en 2003. Más allá de eso, no teníamos
certezas. Sabíamos que D´Elía y varios más marchaban a Plaza de Mayo a
enfrentar a la avanzada de la derecha fogoneada insistentemente por los medios.
Y eso nos tranquilizaba.
No puedo olvidar la cara desorbitada, otra vez de Miriam, con un póster de Evita en la
mano y enfrentando orgullosamente los insultos y escupitajos de los caceroleros platenses que la observaban
cual extraterrestre. Tampoco a Esteban,
el escribano, poniendo en riesgo mucho más que su integridad física e
insultándose con tanta gente bien de
la ciudad a la que se cruzaba y seguiría cruzándose cotidianamente.
Éramos pocos esa noche. Muy pocos. Muchos kirchneristas de café miraban por
televisión lo que estaba pasando. Otros tantos especuladores célebres o
anónimos comenzaron por esa fecha a mostrar la hilacha de su oportunismo.
Pero nosotros nos sentíamos un ejército de espartanos
dispuestos a todo. Espalda con espalda y
en notoria inferioridad de condiciones, descubrimos esa noche quienes eran
nuestros verdaderos compañeros, esos
que no iban a medir las consecuencias de poner toda la carne al asador por el
proyecto nacional y popular.
También descubrimos que de ahí en más, al kirchnerismo habría que defenderlo en la
calle. Y los menos de cien compañeros que estábamos esa noche en esa
esquina, sin necesidad de decirlo, nos
juramentamos a hacerlo.
TERCERA POSTAL. 28 DE
JUNIO
La noche se alargaba, y esperábamos -ya sin demasiada
esperanza- que llegaran esos votos del conurbano profundo que dieran un vuelco
en los números que nos mostraban las pantallas. Mi viejo repetía
insistentemente que faltaba La Matanza , hasta que en
un momento, con ese cierto desgano estoico que lo caracteriza, el Goyo le dijo aquello que ya todos
sabíamos pero no nos animábamos a verbalizar: “Ya está. Perdimos”
No recuerdo exactamente cuantos segundos de silencio
siguieron a esa sentencia, pero sí que parecieron décadas y que las lágrimas sordas
que poblaban la cara de algunos compañeros trastocaron en sonoros llantos.
Nos jugábamos mucho. Casi
todo. O al menos, eso pensábamos muchos de nosotros. Había pasado la pelea
por las retenciones y esperábamos y necesitábamos una victoria para poner
blanco sobre negro que expresábamos a la mayoría de nuestro Pueblo. De yapa, Él era candidato.
Las luces se fueron apagando y lo que iba a ser una fiesta,
se transformó en una lenta retirada.
Desde la sede del Ateneo
Jauretche, algunos pocos -decididos a escapar de la desolación individual-
nos fuimos al local de la vuelta, de la
J.P .Liberación. Ahí, cantamos la marcha una
y mil veces con la mayor carga emotiva que sea posible imaginar, mientras Nacho y Matute tocaban el bombo sin parar, cual autómatas que se
resistían a darse por vencidos. Ni aún
vencidos. Él –por suerte- tampoco se dio por vencido.
Terminamos bebiendo y analizando el nuevo mapa político
hasta el amanecer.
Dolina sostiene
que “es preferible compartir la derrota
con los amigos que la victoria con los extraños y los indeseables”. Inmensa
y metafórica forma de definir lo que significa constituir el núcleo de una fuerza
homogénea en los peores momentos.
Esa noche, en la derrota y en la incertidumbre respecto del
futuro, una vez más nos juramentamos: más
allá del resultado final, íbamos a formar parte de la construcción de esa
fuerza política.
CUARTA POSTAL. LEY DE
MEDIOS
Esperábamos una revancha de la noche del voto no positivo. La sensación generalizada
era ésa: que esta vez nos tocaba ganar.
Habíamos llorado y nos habíamos emocionado unas semanas antes con el discurso
del Chivo Rossi cerrando la sesión de Diputados y ahora, en esa noche de
primavera, esperábamos la votación del Senado como quien espera esa batalla que
cambie el curso de los acontecimientos y modifique las condiciones generales a
favor del campo nacional y popular.
Desde las elecciones del 28 de junio, el gobierno había
avanzado en medidas que contradecían todos los manuales de la corrección
política a partir de un razonamiento tan simple como inesperado: “Perdimos por no avanzar lo suficiente. Hay
que profundizar”. Y vaya si se profundizó.
A esa altura era notable también la emergencia de una nueva militancia que –aún de manera
inorgánica- iba incorporándose al proceso político, fundamentalmente desde los
sectores juveniles. Miles de individuos y de pequeños colectivos que a partir
de la 125 habían entendido que había que defender
al gobierno en la calle. Los medios aún pretendían negar este fenómeno, que
de a poco se tornaba imposible de ocultar.
Al principio, pocos confiaban en que realmente alguna vez la
política se iba a animar a poner en caja a los dueños de la verdad. Pocos creían en la voluntad política del
gobierno de enfrentarse a un grupo mediático que se sentía impune e invencible.
Y de los pocos que confiaban, menos aún creían en que fuera a ser posible
aprobar una ley en ese sentido. Por eso esa noche, la ansiedad cubría la plaza
de los dos Congresos y sus alrededores.
Cuando la Ley
se aprobó, la felicidad de esa plaza fue inversamente proporcional al
desasosiego de la noche de la traición y el voto no positivo. Y entre los miles
que nos abrazábamos en el festejo, entre los nuevos y los viejos militantes del
proyecto nacional y popular, nos juramentamos
en que de ahí en más sólo quedaba
profundizar, y que no íbamos a dar ni
un paso atrás.
QUINTA POSTAL. EL ADIÓS
El teléfono sonó varias veces esa mañana feriada por el
censo. Lo miré de reojo tres o cuatro veces sin atender hasta que me dí cuenta
de que algo grave había pasado. La quinta llamada, la que atendí, fue la que me
dio la noticia.
Y no fue otra que Miriam
-casi como si estuviera escrito desde aquella tarde en la ex-ESMA- la que desde el otro lado del
teléfono, llorando a moco tendido, me gritó sin anestesia la noticia más triste
que jamás me dieron.
Los recuerdos de ahí en más son confusos. La censista
respetuosa del dolor. Las llamadas perdidas. Los mensajes de texto preguntando qué hacer. El zapping frenético
esperando una desmentida que jamás llegó. La incertidumbre.
Finalmente, una certeza. Esa certeza que tuvimos decenas de
miles de compañeros en todo el país: a la
calle. A LA PLAZA. A esta altura de los acontecimientos, estaba más que claro que el
proceso político se jugaba en gran parte en la movilización y muchos –si no todos-
supimos ese día que había que salir masivamente a despedirlo a Él y a bancar a Cristina.
Después, el plenario en el Oesterheld y el llanto de
los compañeros. El viaje a la
Plaza y el llanto de los compañeros. Las horas de cola para
entrar a despedirlo y el llanto de los compañeros. Miles y miles de caras
viejas y nuevas. Y el llanto de los
compañeros.
Los pasacalles que rezaban “Nestor con Perón. El Pueblo con Cristina” y expresaban a miles. Lula, Chavez, Correa, Maradona. Miles y
miles de caras viejas y nuevas despidiéndolo
a Él y bancando a Cristina.
Miriam –una vez
más- diciendo “se murió nuestro Perón”.
Funes desencajado corriendo con el cortejo. La lluvia del viernes.
El descubrimiento. La esperanza. El juramento.
El descubrimiento de que ahí, en esa plaza, algo nuevo había nacido. Algunos dirán que una nueva
identidad. Otros, un nuevo estadío del peronismo. Lo importante, sin embargo,
era el descubrimiento de que algo nuevo
había nacido.
La esperanza, en esos miles y miles de pibes que ese día –y
fue ese día, más allá de cuándo se
haya concretado la decisión- eligieron y decidieron ser parte de eso que había nacido y se incorporaron a la
militancia.
El juramento.
Ahora sí, de una vez y para siempre, no quedaba otro destino posible que el de
la victoria definitiva del Proyecto
Nacional y Popular.
COLOFÓN. MARCAS EN EL
CUERPO
Las crónicas que anteceden son, ante todo, subjetivas
postales de lo que significaron en la vida de algunos de nosotros estos casi nueve años de kirchnerismo. Como tales,
son arbitrarias y parciales.
En ese sentido, la elección de las fechas, las personas y los
lugares podría modificarse de acuerdo a las trayectorias y los mojones
derivados de la propia experiencia -intrasferible- de estos años, sin que el
sentido general del relato cambie de manera sustantiva.
Y es que más allá del cuándo,
del cómo y del quiénes, estas instantáneas son apenas unas pocas de las decenas de
miles de relatos individuales y colectivos posibles que den cuenta de la
profunda transformación producida en la subjetividad de nuestro Pueblo desde 2003 a la fecha.
Podríamos cambiar en los relatos los nombres propios. O la
ciudad de La Plata
por la de Rosario. O la noche de la aprobación de la Ley de Medios por la de la
sanción del Matrimonio Igualitario. Podríamos agregar los festejos del Bicentenario o la de la victoria en la
recientes elecciones presidenciales. Podríamos partir de la experiencia de un
pibe de 20 años o de un viejo militane de los setenta. Pero el sentido no se modificaría.
Podemos decir, entonces, que esas experiencias, que esas marcas en el cuerpo, que el kirchnerismo
nos dejó a todos y cada uno de nosotros, son distintas, pero iguales. O equivalentes, para ser más precisos.
Y es que una fuerza
política como esta que estamos construyendo, transformadora, militante y con
presencia en la calle, deviene necesariamente de la suma de esas subjetividades
y de esas experiencias individuales y colectivas que el kirchnerismo nos dejó
–por suerte y para siempre- marcadas en
el cuerpo.
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Nota publicada en el tercer número de la revista "Caracú", del Centro Cultural Héctor Oesterheld en La Campora
La revista será presentada:
- Viernes 16, Oesterheld CABA
- Sábado 17, Oesterheld La Plata
- Jueves 22, Oesterheld Mar del Plata
- Jueves 29, Oesterheld Necochea
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