miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL OESTERHELD FRENTE A LA ETAPA POLÍTICA QUE COMIENZA - 17 DE NOVIEMBRE DE 2011


 

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DOCUMENTO POLÍTICO

EL CENTRO CULTURAL HECTOR OESTERHELD FRENTE A LA ETAPA POLÍTICA QUE COMIENZA




I- EL PROCESO INICIADO EN 2003 Y LA CONSTRUCCIÓN DEL KIRCHNERISMO

En las tristes y memorables jornadas Octubre de 2010, con la despedida a Néstor, emergió finalmente en las calles y las plazas de nuestra Patria el sujeto resultante del proceso histórico iniciado en 2003.

Como sucedió otras veces en la historia de nuestro Pueblo y sus luchas, llena de avances y retrocesos, de marchas y contramarchas, el azar combinado con la necesidad se fundieron en la figura de quien arribado desde el sur del sur, y casi desde el desconocimiento más absoluto, vino a hacerse cargo de la titánica tarea de reconstruir el Estado, la Patria y al movimiento nacional y popular, ultrajados todos ellos durante décadas por políticas contrarias a nuestros intereses, por traiciones y defecciones.

Es en el ciclo que va desde aquel 25 de mayo -tan remoto y tan reciente al mismo tiempo- hasta el último 27 de octubre, cuando el kirchnerismo va hilvanando su propia construcción como proyecto histórico, a partir fundamentalmente de su fuerte voluntad e iniciativa política transformadora, del aprovechamiento de las grietas producidas en el sistema de dominación, y de una particular sensibilidad para reconocer y transformar en políticas públicas las demandas de diversos sectores sociales.

Los ocho años transcurridos desde entonces, han sentado las bases de una transformación a favor de los sectores populares que sólo es comparable con la revolución producida por el primer peronismo, pero que nos impone a todos quienes nos sentimos parte del campo nacional y popular la inmensa responsabilidad de generar las condiciones políticas, sociales y culturales para que los avances y las conquistas obtenidas en este tiempo no sean coyunturales ni pasajeras y constituyan un piso imposible de perforar en el mediano y largo plazo.

Es en este contexto, que quienes formamos parte del Centro Cultural Héctor Oesterheld, como militantes comprometidos con este proceso político, entendemos que las elecciones presidenciales del 23 de octubre delimitaron el fin de una etapa cuyas características fundamentales fueron la recuperación del Estado, el desmantelamiento del andamiaje de dominación y la reconstrucción del movimiento nacional y que –por tanto- se imponen a todos los espacios y colectivos militantes nuevas tareas y responsabilidades de cara a una nueva etapa, cuyo principal desafío es la construcción de una fuerza militante y de mayorías que sea sostén y ariete para la consolidación del proyecto histórico encarnado por el kirchnerismo y para la profundización de políticas que garanticen de manera definitiva la justicia social, la independencia económica, la soberanía política y el imperio de la verdad y los derechos humanos.

Los primeros años del gobierno  Kirchner, fueron años de reconstrucción y legitimación del poder de un Estado devastado en su rol y su credibilidad por décadas de neoliberalismo. Con la crisis y el estallido del 2001 marcado a fuego, la inmensa mayoría de los actores sociales y políticos acompañaron este proceso de salida del infierno sin grandes cuestionamientos.

Incluso los sectores dominantes, quizás por temor a profundizar una crisis de gobernabilidad de la que aún no se había salido del todo, o con la expectativa de poder condicionar a un gobierno al que consideraban débil por su origen, no enfrentaron de manera frontal las políticas impulsadas y operaron en las sombras a través de quienes se mostraban como más permeables a no hacer olas ni avanzar demasiado.

El rol de la militancia en este primer momento, estuvo signado por la incorporación de aquellos sectores que –ligados a la resistencia y sin abandonar del todo sus prácticas surgidas al calor de la misma- fueron confiando poco a poco en el gobierno y comprendiendo la magnitud de la interpelación política del kirchnerismo, que no venía a remendar un modelo en decadencia si no a fundar un nuevo proceso político.  Las llamadas organizaciones sociales y los organismos de derechos humanos son los ejemplos más contundentes de esto. También fueron los años en los que a partir de la idea de la transversalidad se acercaron diversos sectores provenientes de un progresismo frustrado por la experiencia del FREPASO y la debacle de la ALIANZA.

El pejotismo tradicional, por su parte, osciló entre un cierto acompañamiento a desgano y más por necesidad que por convicción, la pretensión de condicionar el rumbo emprendido y/o el enfrentamiento liso y llano. Esto comenzó a resolverse en las elecciones legislativas de 2005, cuando el Frente Para la Victoria derrotó de manera contundente al duhaldismo en la Provincia de Buenos Aires.

Podría pensarse que,  en esta primera etapa, el kirchnerismo era aún una identidad en construcción y expresaba una amalgama de viejas prácticas a veces hasta contradictorias, y el rol de la militancia no iba mucho más allá de acompañar el proceso y canalizar demandas de los sectores más postergados.

Con la asunción de nuestra Presidenta en 2007, se inicia un nuevo momento, en  el cual un gobierno que había reconstruido las funciones básicas del Estado y recuperado su legitimidad, emprende de manera decisiva la tarea de consolidar lo logrado hasta ese momento y avanzar en la  construcción de un modelo de país con autonomía nacional y justicia social.

Esto implicó una dura puja con los poderes fácticos de nuestro país, que no estaban dispuestos a resignar de buena manera los privilegios obtenidos durante décadas de políticas antinacionales y antipopulares. El conflicto con la patronales agropecuarias alrededor de la Resolución 125, marcó el comienzo de una nueva etapa signada por una agresividad inusitada de los sectores dominantes hacia el gobierno, al punto de intentar instalar un clima destituyente que pusiera fin al mismo o al menos lo condicionara fuertemente. En este marco, aquellos que de manera especulativa y/o oportunista habían acompañado hasta aquí al kirchnerismo, se alejan en busca de los calores del poder, previendo el fin del proceso iniciado en 2003.

La respuesta del gobierno, a contramano de los manuales construídos por la clase política desde el retorno democrático, fue la de enfrentar la resistencia de los sectores del privilegio y profundizar el camino emprendido. La estatización de las AFJP y Aerolíneas Argentinas, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la Asignación Universal por Hijo y el Matrimonio Igualitario, fueron algunas de las respuestas que dio el kirchnerismo ante la agresión de los poderes fácticos y la pretensión de los mismos de construir un relato distante de la realidad efectiva que les garantizara mantener la hegemonía ejercida durante décadas.

Es a partir de este momento cuando el proceso político adquiere una nueva dinámica, y la movilización social y la militancia vuelven a adquirir una relevancia que parecía abandonada en el arcón de los recuerdos de la política argentina, y cuando decenas de miles de jóvenes ganan la calle y comienzan a organizarse en defensa de un gobierno del que ya no podían caber dudas respecto de sus intenciones reparadoras.

La nueva y la vieja militancia comienzan a constituirse en diversos colectivos políticos, sociales y culturales signados por la heterogeneidad y por procedencias, prácticas y expectativas diversas que confluyen paulatinamente en una nueva identidad: el kirchnerismo. El proceso de movilización va adquiriendo poco a poco una mayor organicidad, aunque signada aún por cierto espontaneísmo y heterogeneidad. Así, lo que al mismo tiempo enriquece en primera instancia el proceso, dificulta la consolidación de herramientas políticas que den cauce organizativo y político a lo nuevo.

Es en el marco de esas luchas, de esas movilizaciones, cuando el kirchnerismo termina de consolidarse como proyecto histórico de los sectores populares, lo que comienza a ser inocultable a partir de los festejos del Bicentenario y que adquiere una magnitud aún mayor en las jornadas de octubre de 2010, cuando el Pueblo –y especialmente la juventud- despidieron a Nestor Kirchner de manera masiva.


II-    EL KIRCHNERISMO COMO IDENTIDAD Y COMO PROYECTO HISTÓRICO

Ningún proyecto histórico de corte popular nace de sí mismo, si no que abreva en y es heredero de tradiciones y proyectos históricos pretéritos a los que viene a rescatar y resignificar en un nuevo contexto, amalgamando viejas y nuevas identidades y –fundamentalmente- conjugando demandas del pasado con otras surgidas en la actualidad reciente.

En ese sentido, creemos que el debate acerca de si el kirchnerismo es una etapa más o será una identidad superadora del peronismo, que se da en ciertos ámbitos en el presente, posee relevancia política, intelectual y cultural, pero no es determinante ni excluyente respecto de la acción concreta y del rol de la militancia en la actualidad.   

Quienes formamos parte del Centro Cultural Héctor Oesterheld, sintiéndonos parte de un movimiento nacional y popular que asumió diversas identidades a través de nuestra historia, creemos que lo central es reconocer en el kirchnerismo al nuevo proyecto histórico que expresa los intereses de las mayorías y de los sectores populares, y que más allá de los rótulos, logró construir una nueva síntesis que abreva y tiene como pilar fundamental al peronismo, pero que –heredando también la tradición movimientista del mismo- de ninguna manera es excluyente respecto de otras identidades y tradiciones.

En nuestra historia, el proyecto nacional adquirió diversas formas e identidades tanto desde el ejercicio del poder estatal en los momentos de avance popular, como desde la resistencia en las etapas de hegemonía de las clases dominantes. Así como en el siglo XIX el embrión de un proyecto nacional y popular fue sembrado por los hérores de la Independencia y expresado con posterioridad por el primer federalismo y los caudillos del interior y sus montoneras; fue el Yrigoyenismo a comienzos del siglo XX el que  constituyó la identidad política mayoritaria de los sectores populares cuando entró en crisis el modelo agroexportador y dependiente.

En ese sentido, es indiscutible que el peronismo ha sido, desde mediados del siglo pasado, la identidad de la clase trabajadora y los sectores subalternos, ya que en tanto proyecto histórico que se concretizó desde el Estado, logró sintetizar las demandas, expectativas y anhelos de la inmensa mayoría de nuestro pueblo durante décadas.

Y esto es así,  más allá de las traiciones y defecciones de muchos dirigentes que después del retorno democrático y con mayor desparpajo durante el menemato, pretendieron alvearizarlo y transformar esa identidad política, social y cultural esencialmente revulsiva y transformadora del orden de las clases dominantes, en un simple rótulo partidocrático y demoliberal gerenciador del statu-quo, al que podemos definir como pejotismo. En ese sentido, el kirchnerismo vino a restituir al peronismo su condición de hecho maldito, retomando su carácter transformador .

No puede caber dudas acerca de que el kirchnerismo es heredero de la inmensa tradición del movimiento nacional y popular y –sobre todas las cosas- es hijo del peronismo y que –como tal- expresa fundamentalmente esta identidad que fue durante más de sesenta años la expresión de los sectores populares en nuestro país. No obstante, así como expresa una continuidad de esa tradición, es imposible no reconocer que la misma se ha enriquecido a partir de la incorporación de otras tradiciones y experiencias de lucha de nuestro pueblo

El kirchnerismo, entonces, es peronismo. Pero el kirchnerismo es también hijo y heredero de la militancia transformadora de la juventud de los setenta, como así también lo es de la lucha de los organismos de derechos humanos y de la resistencia al neoliberalismo de los noventa. 

Quienes piensan al kirchnerismo como un simple liderazgo partidario más, pierden de vista su dimensión en tanto nuevo proyecto histórico de los sectores populares, que incorpora al tronco de un movimiento nacional y popular frentista por definición, nuevas demandas, tradiciones, prácticas e identidades.

Y quien mejor comprendió esto, fue Néstor Kirchner, que entendió que para construir una Patria con Justicia y Autonomía era imprescindible la reconstrucción de un movimiento nacional y popular dinámico, que rescatando lo mejor de sus tradiciones, incorporara nuevos sectores e incluyera otras identidades forjadas al calor de la resistencia a la dictadura y el neoliberalismo.

En ese marco es que consideramos que el kirchnerismo es peronismo en su mejor versión: transformadora, revulsiva y frentista; y que uno de los grandes desafíos de la etapa que comienza es que el peronismo sea a partir de ahora necesariamente kirchnerismo, en tanto el proyecto histórico que este encarna expresa un nuevo momento del movimiento nacional.


III- EL KIRCHNERISMO, LA MILITANCIA Y LA BATALLA CULTURAL

La idea de batalla cultural atraviesa el discurso de la intelectualidad que se siente parte de nuestro proyecto; como también de algunos sectores que se oponen al mismo. Nuestra Presidenta, en varias oportunidades ha hecho referencia a esta idea. Pero: ¿Qué significa esta batalla cultural? ¿Qué implicancias tiene y que tareas específicas impone a quienes como militantes provenientes del ámbito de la cultura nos sentimos parte de este proceso?

En el marco que venimos analizando, la idea de batalla cultural es inseparable de la idea de disputa por la hegemonía en una sociedad, y tiene implicancias respecto de lo político, lo histórico y lo específicamente cultural. En los relatos acerca del pasado, el presente y el futuro que confrontan en la Argentina y en la Latinoamérica de hoy, subyacen proyectos políticos, sociales y culturales antagónicos, que responden a intereses y cosmovisiones contrapuestas.

Consideramos que del resultado de esa disputa ideológica y cultural depende en gran medida la viabilidad de consolidar y profundizar en el mediano y en el largo plazo en nuestro país y nuestra región un proyecto que se sustente en y gobierne para las mayorías.

La reciente victoria electoral del 23 de octubre, con todo el aparato cultural y mediático de los sectores  dominantes intentando horadar las bases de sustentación de nuestro proyecto y la legitimidad de nuestra conductora y Presidenta, ha sido aleccionadora y esperanzadora respecto de la conciencia que nuestro Pueblo acerca de sus propios intereses. También en otros países de la región, con los que compartimos historias, intereses y proyectos comunes, ha habido rotundas muestras de que los Pueblos de Sudamérica se han puesto de pie en defensa de los gobiernos populares surgidos en estos años. Pero no hay que confundir el consenso social coyuntural, o las victorias electorales que expresan ese consenso, con una victoria cultural o ideológica que ponga fin a la hegemonía de los sectores del privilegio.

Años de aquello que Jauretche denominaba colonización pedagógica y que no es otra cosa que el conjunto del aparato mediático, cultural y educativo puestos al servicio del relato construído por los sectores dominantes a imagen y semejanza de sus intereses, han calado hondo en el sentido común de nuestras sociedades y fundamentalmente de los sectores medios de las mismas, que si bien pueden acompañar de manera esporádica los proyectos de corte popular, suelen ser permeables a la retórica de los sectores dominantes.

Desandar décadas de hegemonía implica plantearse una disputa de largo plazo para la cual hay que construir herramientas y delinear estrategias específicas para una batalla que es integral, que se libra en diversos ámbitos.y que es esencial para la consolidación del camino emprendido.

El sistema educativo es uno de esos espacios de disputa, en el cuál tanto en los contenidos como en las prácticas concretas de los diversos actores y agentes del sistema subyacen esas cosmovisiones en disputa respecto del futuro. Mucho se ha avanzado en este espacio en los últimos años, más allá de  todo el camino que falta recorrer. Las iniciativas ligadas a la política de derechos humanos y a la revisión del pasado, por ejemplo, tuvieron hacia el interior del sistema educativo un efecto fundamental a la hora de poner en crisis los relatos tradicionales acerca del pasado –reciente o no- y a comenzar a derrumbar el mito de una objetividad ficticia y funcional a los intereses dominantes.

El debate alrededor de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue otro hito en esta batalla cultural, no sólo por sus implicancias respecto de la legislación, si no –y fundamentalmente- porque puso al descubierto ante amplios sectores de nuestro Pueblo los intereses que se mueven detrás de la supuesta objetividad e independencia de los grandes medios de comunicación.   

También los festejos del Bicentenario de la Patria tuvieron un fuerte efecto en la reconsideración de muchos sectores sociales respecto de la historia de nuestro país, confrontando fuertemente con los relatos de la historiografía liberal. La fuerte impronta latinoamericanista de los festejos evidenciaron al mismo tiempo otra matriz ideológica, distinta de la tradicionalmente propuesta por los sectores dominantes, eurocéntrica y antipopular.

Podríamos continuar citando experiencias aisladas o articuladas que en estos años aportaron en esta batalla cultural  que puso en cuestión como nunca antes en nuestra historia la hegemonía cultural de los sectores del privilegio. Iniciativas como el canal Encuentro; películas como “Belgrano” o “Revolución. El cruce de los andes”, son algunos de las decenas de ejemplos que podríamos dar y que han aportado de distintas maneras a la construcción de otro relato, más acorde con los intereses de nuestro país y de nuestro pueblo.

Sin embargo, si pensamos que la etapa que se abre es la de la profundización y consolidación del proyecto nacional y popular, en su dimensión cultural e ideológica, creemos que esta profundización implica el salto cualitativo de la puesta en crisis de la hegemonía de los sectores dominantes a una disputa abierta y sin concesiones por la  hegemonía cultural en nuestras sociedades, que garantice la continuidad y la permanencia de los proyectos proyectos populares en el mediano y largo plazo.

Esto implica necesariamente la construcción de herramientas y de estrategias que articulen las experiencias existentes, que sumen nuevos actores e iniciativas y que –fundamentalmente- ayuden a construir una praxis integral, que opere sobre la realidad y sobre el ámbito de la cultura. La construcción de una política cultural que dé cuenta de esta nueva etapa y de sus necesidades nos pone ante nuevos desafíos pocas veces encarados por la militancia de manera sistemática, y es el rol de aquellos espacios e individuos provenientes de los diversos ámbitos ligados a lo cultural, asumir la tarea de delinear, pero sobre todo de accionar de manera conjunta en los próximos años.

En el ámbito de lo que comúnmente se denomina el espacio cultural, conviven en realidad diversos componentes con tradiciones, prácticas e identidades diversas y que, de cara a la construcción y consolidación de una política cultural del kirchnerismo deben ser tenidas en cuenta, articuladas entre sí y con las áreas del Estado pertinentes y dotadas del máximo grado de organicidad posible teniendo en cuenta sus particularidades.

Las áreas de cultura  de las diversas organizaciones políticas del kirchnerismo; los colectivos culturales militantes que se sienten identificados y parte de este proceso; los artistas populares que adhieren en distinto grado y con diversa organicidad al mismo; los integrantes de los medios de comunicación que son parte del campo nacional y popular; y el sector del campo intelectual y académico que acompaña y ayuda a dar sustento teórico al kirchnerismo en tanto proyecto histórico; son algunos de los actores que pueden y deben ser integrados en una política cultural que se proponga cumplir su papel como parte del movimiento nacional y popular en la profundización y consolidación de este proceso.


IV- NECESIDAD DE CONSOLIDAR LA FUERZA ORGANICA DEL KIRCHNERISMO

Entre el 27 de octubre de 2010 y la abrumadora victoria de Cristina el 23 de octubre, pasó casi un año cuyas características distintivas fueron cierto desconcierto de los sectores dominantes y la incorporación de decenas de miles de jóvenes a la militancia del Proyecto Nacional. Un nuevo sujeto movilizado que comenzó a organizarse y verse a sí mismo como el garante de la continuidad y de la profundización del proyecto político encabezado primero por Néstor y conducido ahora por Cristina Fernández de Kirchner.

A diferencia de las etapas descritas anteriormente, se combinan en la coyuntura actual tres elementos que definen un escenario novedoso y promisorio, pero plagado de desafíos. En primera instancia, la abrumadora victoria electoral del 23 de octubre puso blanco sobre negro respecto de la representatividad y el liderazgo ejercido por Cristina en vastos sectores de nuestra sociedad, que aprueban y avalan las políticas impulsadas desde 2003.

Este liderazgo ejercido sobre la amplia base social que sustenta este proceso, está a su vez acompañado por un reconocimiento general del conjunto de los actores que acompañan este proceso y forman parte del movimiento nacional, respecto de la indiscutible jefatura política del mismo por parte de nuestra Presidenta, a quien ya nadie discute como conductora.

Por último, estos dos elementos se combinan con la firme decisión de Cristina de construir y consolidar la fuerza orgánica de este proceso político  con eje en ese nuevo sujeto surgido al calor de las batallas emprendidas por el kirchnerismo, y que no es otro que una juventud movilizada y organizada. La demanda repetida en numerosas oportunidades por diversos sectores de la militancia nacional y popular desde el 2003 hasta la actualidad, el reclamo de construir la “fuerza propia” de este proceso político, pierde actualidad desde el momento en el cual nuestra Presidenta toma la decisión política de construir esa fuerza que canalice y de cauce a la militancia más genuina del proyecto nacional.

En este marco, de entre todas las organizaciones surgidas al calor de este proceso político, La Cámpora adquiere una relevancia especial por ser la que canaliza a la inmensa mayoría de la nueva militancia y por ser la organización a la que quien la conductora de este proceso político decide encomendarle la tarea de convertirse en la principal herramienta de construcción de la fuerza propia del kirchnerismo y en el factor ordenador de la política. 

Si a esto le sumamos que una de las características fundamentales de este proceso político ha sido que la conducción del mismo –desde 2003 a la fecha- ha sido quien impulsó la agenda transformadora por sobre cualquier demanda parcial o sectorial, interna o externa, no quedan dudas respecto de que la tarea de toda la militancia genuinamente comprometida con este proyecto es la de fortalecer y consolidar el espacio que encarne de manera más clara la organicidad del kirchnerismo.

En un contexto en el cual los sectores dominantes están agazapados esperando el primer traspié para volver a intentar debilitar al gobierno, y en el marco de un proceso cuyo sustento político, social y electoral sigue siendo un amplio espacio en el que conviven militantes y dirigentes genuinamente comprometidos con otros que adhieren a desgano o por especulación, no hay tiempo que perder y es imprescindible que los sectores que acompañan a este proceso político por convicción estén organizados y se constituyan como la principal herramienta de disputa, defensa, movilización y consolidación del kirchnerismo.

Hemos visto como los discursos y la prácticas que pretenden condicionar o tensionar al gobierno, aunque abreven en un discurso de izquierda y transformador, no hacen otra cosa que ser disruptivos del proceso e incluso funcionales a los sectores más especulativos y menos transformadores del pejotismo, que si bien acompañan este proceso, suelen –y la historia reciente lo demuestra- ser proclives a acordar con los sectores dominantes en nombre de una supuesta política de diálogo que no parte de otra premisa posible que la de hacer la concesión de no profundizar este proceso.

Si como dijimos, creemos que el kirchnerismo es la identidad un nuevo proyecto histórico favorable al campo nacional y popular, y si entendemos que el sujeto de ese proyecto emergió finalmente en las jornadas de octubre del año pasado, llegó la hora de abandonar definitivamente las vanidades personales y colectivas, de desterrar la especulación política y de subordinar los intereses parciales –por más genuinos que sean o parezcan- al interés general y a las necesidades de un proceso que necesita la consolidación de esta fuerza propia.

El momento político en que nos encontramos es una bisagra en nuestra historia, en la cual lo que está en juego es la consolidación en el largo plazo de un proyecto de corte nacional y popular que termine definitivamente con la Argentina del privilegio y la sumisión ante los poderosos. Décadas de luchas de nuestro pueblo, miles de vidas entregadas en pos de un país más justo, y –fundamentalmente- los millones de humildes de nuestra Patria, nos imponen la obligación de actuar con responsabilidad, compromiso y generosidad política para no dejar pasar esta oportunidad única.

Para ello, es imprescindible que el conjunto de la militancia de un salto cualitativo y deje atrás la fragmentación, la especulación y el ombliguismo, y se entregue a la tarea de construir y consolidar la fuerza política que sea capaz de garantizar la continuidad y la profundización del proceso iniciado en 2003, y que logre trascenderlo en el largo plazo. Contamos con el liderazgo y la decisión de nuestra Presidenta y con el acompañamiento de nuestro Pueblo.

Es en este marco, que quienes integramos el Centro Cultural Héctor Oesterheld, decidimos incorporarnos a La Cámpora, ya que creemos que es esta organización la que mejor expresa al kirchnerismo como identidad política, la que nuestra conductora ha elegido como eje para la construcción de la fuerza propia, y la que el nuevo sujeto juvenil vislumbra como la herramienta para su incorporación a la política.

Lo hacemos desde nuestra especificidad y nuestra historia como colectivo político-cultural, con la convicción de que tenemos un rol que cumplir, en el marco de esta  batalla cultural a la que hicimos referencia, y sin más pretensiones que la de asumir la tarea que nos compete como militantes en este proceso de liberación nacional y social iniciado en Mayo del  2003 por Néstor Kirchner, y continuado y profundizado hoy por nuestra Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner.


17  DE NOVIEMBRE DE 2011

CENTRO CULTURAL HECTOR OESTERHELD
En LA CAMPORA