viernes, 1 de julio de 2011

LA HORA DE LOS LEALES

Tengo un amigo que dice que en los momentos de la disputa es cuando salen a flote las mayores miserias. Comparto. Agregaría a esta sentencia una especie de teorema (los teoremas en la política argentina tienen mala fama después del radical Baglini, pero bueh...) que se podría enunciar de la siguiente manera: "el grado de miserabilidad y egoísmo político de un sujeto es inversamente proporcional a la fortaleza de sus convicciones".

Pregúntenselo a Jauretche si no me creen. Nombre importante si los hay en nuestro panteón nacional y popular, el hombre fue sistemáticamente dejado de lado o directamente corrido de la disputa por el mismísimo General. Sin embargo, en toda su historia Don Arturo jamás se corrió un ápice de su pertenencia al Movimiento Nacional y -más allá de las permanentes rispideces con Perón- siempre puso por delante sus convicciones respecto de su interés o ambición individual.

Inmenso ejemplo si los hay de esa máxima peronista que sostiene que Primero está la Patria, después el Movimiento y por último los hombres.

Un cierre de listas (como todo momento de disputa), y más en el peronismo, suele ser una experiencia no apta para cardíacos, para almas puras, ni para egos demasiado elevados.

Siempre hay movimientos bruscos de último momento, incertidumbre y definiciones contrarreloj que aceleran las pulsaciones de los participantes y los espectadores interesados.

Siempre también hay algún sapo que tragarse, de distinto tamaño y tenor de acuerdo a las condiciones de esa disputa y al grado de purismo y virginidad política del esófago en pena.

Por último, también siempre hay menos lugares expectantes en las listas que subjetividades que se creen merecedoras de los lugares centrales de protagonismo.

Quien no entiende o desconoce esas tres variables, no conoce las reglas de la política. O, al menos, desconoce cuáles son las formas concretas que adquiere la disputa por espacios de poder hacia el interior de un proyecto político en momentos de relativa estabilidad. Y es que de eso estamos hablando: no de la gran disputa entre proyectos antagónicos -que es la disputa a la que asistiremos en octubre- si no de las tensiones hacia el interior de nuestro propio campo.

Lamentablemente, hay algunos compañeros que reivindican cierto jacobinismo y lo consideran necesario para la nueva etapa de este proceso de transformación. Eso sí, siempre y cuando ellos encarnen a Robespierre.

También hay otros que creen fervientemente en que los exponentes de la denominada vieja política deben ser reemplazados por militantes y nuevos dirigentes que expresen genuinamente la transformación en marcha desde 2003. Eso sí, se miran al espejo y se sienten predestinados a ser los protagonistas de la renovación que pregonan.

Por último, están los que se muestran inmensamente lúcidos a la hora de analizar procesos políticos o históricos, desde la Grecia antigua hasta la revolución cubana, pero se les nubla la vista cuando tienen que pensar el presente, el aquí y el ahora.

Como diría un filósofo chino: hay que encontrar el justo punto y hacer un análisis que sin dejar de ser apasionado, tome la suficiente distancia y mire el proceso político en perspectiva, despojado de egoísmos, divismos y falsas contradicciones.

Y entonces, y volviendo a lo mundano, mirando el resultado del cierre de listas del Frente para la Victoria, no podemos hacer otra cosa que festejar. 

Hay una inmensa muestra de autoridad por parte de quien encabeza y encarna este proceso de transformación, que no es otra que nuestra Presidenta.

Hay un ostensible protagonismo de la juventud y la militancia en lugares expectantes, como no se daba en nuestro país desde 1973.

Hay un innegable aroma a profundización del camino emprendido en 2003.

Si pensamos que los procesos históricos los protagonizan los pueblos, los colectivos más que los individuos, a cada quien le puede gustar un poco más o un poco menos tal o cual nombre, tal o cual inclusión, o tal o cual exclusión de las listas. Lo que no puede suceder es que el gusto personal prime por sobre el análisis de conjunto.

Y esa es una parte fundamental también, de la batalla cultural que estamos librando. Con el enemigo y con nosotros mismos.

Como me dijo otro compañero hace poco:
Es la hora de los leales a este proyecto

Levantemos la copa por ello.
Somos soldados del pingüino.